S. Pablo en su
carta a los efesios nos habla del designio salvífico de Dios, que pasa por
nuestra elección por parte de Dios antes de la creación del mundo, para que
fuésemos santos.
Por la creación hemos sido llamados a la vida, y además
somos llamados para participar de la misma vida de Dios.
Su plan es que seamos santos por la caridad, que no es
hacer buenas obras, es hacerlas participando de la vida de Dios, y esto es ser
hijos en el Hijo.
Este es el plan original de Dios, pero con el pecado
el hombre rompe con Dios, y tiene que venir el plan de salvación de Dios.
Por eso nos
dice la carta a los efesios que Dios nos destinó, por medio de Jesucristo, a
ser sus hijos, y por él hemos obtenido la redención.
Con el pecado no sabe el hombre el sentido de su vida
y cree que está en él mismo, con el pecado vamos sin rumbo, pero Dios no nos
abandona y nos hace volver a ver que existimos para vivir en el amor, quiere
que volvamos a ser hijos en el Hijo.
Creyendo en Cristo y marcados por el Espíritu Santo a
través del bautismo, se restaura el plan de Dios.
También nos dirá S. Pablo en su carta a los Romanos
que Dios, a los que de antemano conoció los predestinó, es decir, estamos
predestinados al conocimiento de Dios, a reproducir la imagen del Hijo, de
forma que quien me ve a mi ve a Cristo.
Y a los que predestinó los llamó; a los que llamó, los
justificó; a los que justificó, los glorificó.
Primero nos llama a la existencia para que vivamos
según su designio, pero al entrar el pecado nos tiene que justificar, pues el pecado
destruye la semejanza y para volver a restaurar la imagen del Hijo en el hombre,
se necesita la justificación.
La redención nos hace justos, salvos, santos. Ser
justo es ajustarme a Dios, a la medida de Dios. Y la medida de Dios es el Hijo
(esto es ser cristiano, que mi medida sea Jesucristo).
Una vez justificados, nos glorifica. Yo estoy llamado
a una glorificación de Dios, hemos sido creados para alabanza de su gloria.
La gloria de Dios es su bondad, amor y verdad.
La gloria de Dios es que seamos sus hijos, que
volvamos a su casa, que participemos de su vida, que reproduzcamos a su Hijo.
Se trata de que yo sea bueno como él es bueno, que yo
ame como él ama… y esto solo lo puedo hacer participando de su vida.
Nos trasformamos en la misma imagen de Cristo a medida
que obra en nosotros el Espíritu Santo, y esto es transformarnos en gloria.
A medida que Cristo va conquistando nuestras
facultades por la fe y la caridad, y nuestra vida toma el estilo de su
evangelio, vamos haciendo nuestra su gloria, nos transformarnos en gloria, en
la misma imagen. Esto se hace cuando actúa el Espíritu del Señor, el amor de
Dios.
Yo doy gloria al Padre transformándome en el Hijo y
amando como él.
Todo esto es la llamada que todos tenemos a ser
santos. Dios llama a la santidad como respuesta a su amor. Todos somos llamados
a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad.
Para
reflexionar:
¿Cómo nos salvamos? ¿Cómo nos convertimos en alabanza de
la gloria de Dios? ¿A qué estamos llamados?