Nos dice San Pedro que pongamos al servicio de los
demás los carismas que cada uno ha recibido, para que así Dios sea glorificado: “Si uno habla, que sean sus palabras como
palabras de Dios; si uno presta servicio, que lo haga con la fuerza que Dios le
concede, para que Dios sea glorificado en todo, por medio de Jesucristo, a
quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (1Pe
4,11).
San Pablo nos dice que hemos sido creados por Dios
para alabanza de su gloria, es decir, para glorificar a Dios: “nos ha destinado por medio de Jesucristo, según
el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de
su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado” (Ef 1,5-6).
Insiste San Pablo:
“Así
pues, ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de
Dios” (1Cor 10,31).
En cambio, el Papa Francisco en su Encíclica Evangelii
Gaudium nos advierte sobre “La mundanidad
espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de
amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana
y el bienestar personal” (EG,93).
Por tanto, todo lo debemos hacer para gloria de Dios. Y
¿Qué es la gloria de Dios?
La gloria de Dios es Dios mismo en cuanto que se
manifiesta. Y lo que Dios es y manifiesta es su bondad, amor y verdad.
La gloria de
Dios primero viene a nosotros: Dios nos da su amor y verdad, y ante esta
gracia que recibimos nos llenamos de Dios, participamos de su vida y nos
convertimos en alabanza de su gloria, es decir, llenos de Él manifestamos en
nosotros su amor, su verdad y su bondad.
Por tanto debemos hacerlo todo dando gloria a Dios:
manifestar con nuestra vida el amor y la
bondad de Dios.
En cambio debemos
evitar caer en la mundanidad que busca la gloria de uno mismo, pues “Quien ha caído en esta mundanidad mira de
arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo
cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la
apariencia” (EG, 97).
El Espíritu Santo es, si le dejamos, el que nos
transforma y nos convierte, nos une a Cristo, y así participamos de la vida
trinitaria. Pues damos gloria al Padre cuando, unidos a Cristo, amamos como Él.
Para reflexionar:
¿Mi vida manifiesta el amor que Dios es y nos tiene? ¿Mi
comportamiento refleja que Cristo ama a través de mí?