No
siempre la jerarquía en la Iglesia es la que percibe primero la presencia de
Jesús Resucitado como artífice de lo que sucede a nuestro alrededor. Solo el
discípulo amado, cualquiera que tenga experiencia del amor de Jesús, está donde
debe, capta y entiende las situaciones que acontecen, y descubre en ellas a
Jesús: “Y aquel discípulo a quien Jesús amaba
le dice a Pedro: Es el Señor” (Jn 21, 7a).
Pedro
lidera ese grupo de discípulos que tras la muerte de Jesús reinician su
actividad cotidiana, por eso le siguen cuando “les dice: Me voy a pescar. Ellos contestan: Vamos también nosotros
contigo. Salieron y se embarcaron” (Jn 21, 3).
Pedro representa la jerarquía y el discípulo amado a
la base comunitaria que se siente amada y ama a Jesús.
Es la comunidad creyente quien descubre antes a Jesús,
la que capta y entiende las distintas situaciones. Pero Pedro comprende, se
pone el vestido de discípulo que sirve y, para expresar su disposición a dar la
vida, se tira al agua. Muestra estar dispuesto al servicio total hasta la
muerte: “Al oír que era el Señor, Simón
Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua” (Jn 21, 7b).
La función jerárquica de la Iglesia debe
estar en sintonía con la fe de los creyentes y no a la inversa. Los ministros ordenados están al servicio de los
laicos y no a la inversa.
La necesaria Jerarquía de la Iglesia debe estar a la
escucha de la base comunitaria, pues si actúa al margen, yerra. Debe ejercerse
al modelo de Cristo: en el servicio y para la comunión.
El Papa sigue preocupado por el clericalismo
tan arraigado en la Iglesia “por eso digo
a los sacerdotes: Huyan del clericalismo. Porque el clericalismo aleja a la
gente. Huyan del clericalismo, y añado: es una peste en la Iglesia” (Rueda de prensa en el vuelo de regreso de la
peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de Fátima 14-05-2017).
El clericalismo es esa
tentación del clero de señorear sobre los laicos, de intervenir excesivamente
en la vida de la Iglesia, de mantener a los laicos al margen de las decisiones
eclesiales.
Esta actitud dificulta el ejercicio de
los derechos de los laicos y evita que tomen conciencia de su responsabilidad
en la Iglesia.
Así, la
participación de los laicos en la vida y misión de la Iglesia es prácticamente nula y no
conforme con la Constitución Dogmática Lumen Gentium, 37: “Reconozcan
y promuevan la dignidad y la responsabilidad de los laicos en la Iglesia…”.
Por
eso los sacerdotes deben ser formados como servidores: “el que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también
estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará” (Jn 12,26).
Esta
es la función jerárquica que pide el Señor, la del servicio: “Quien quiera ser el primero, que sea el
último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 35).
Para
reflexionar:
¿Al
servicio de quién estamos? ¿Nos sentimos todos corresponsables de la vida y
función de la Iglesia?