Jesús ha sido enviado para salvarnos, por eso necesita pasar junto a nosotros en nuestra
vida cotidiana. Nos busca y se acerca a cada uno de
nosotros para que le conozcamos.
Jesús se acerca a una mujer samaritana (cf Jn 4,
1-26), que podemos ser cualquiera de nosotros, y a través del diálogo se va dando a conocer.
Y comienza el diálogo pidiendo: "dame de beber". Él, que lo tiene todo se acerca a nosotros ¡para pedirnos! ¿Qué necesita de nosotros? La perplejidad de la samaritana es la nuestra ¿tú me pides a mí?
Y comienza el diálogo pidiendo: "dame de beber". Él, que lo tiene todo se acerca a nosotros ¡para pedirnos! ¿Qué necesita de nosotros? La perplejidad de la samaritana es la nuestra ¿tú me pides a mí?
Pero ese es el primer paso para entablar un diálogo con Jesús
y en él nos mostrará que los necesitados somos nosotros: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice dame de beber,
le pedirías tú, y él te daría agua viva” (Jn 4,10).
Pero
para darnos esa agua viva, Jesús nos pide nuestra adhesión a él, que conozcamos
el “Don de Dios” que es él mismo, ese
Jesús sediento de nosotros y dispuesto a darnos todo lo que realmente
necesitamos.
Aunque
nos cuesta confiar en su promesa: “si no
tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?” (Jn 4,11).
La
samaritana sigue comparando el agua viva que Jesús le ofrece con esa otra agua
del pozo. Por eso Jesús le explica la precariedad de lo material: “el que bebe de esa agua vuelve a tener sed”
(Jn 1,13), y le promete que el que “beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed” (Jn 1,14a).
El
agua que Jesús promete es espiritual, es el Espíritu Santo. Sólo desde la
acción de ese Espíritu el creyente puede conocer y relacionarse con Jesús.
Es
el agua de la Gracia, de la amistad con Dios, de la fe en Jesús como Salvador,
y que tiene que ser “bebida” por el creyente. La palabra, la revelación de
Jesús, tiene que ser interiorizada en el corazón del discípulo, y así iniciar
el camino de conversión.
El diálogo con Jesús es redentor, es sanador, es
salvador, pues nos conduce a cambiar los deseos materiales habituales que
tenemos por otro más profundo: el conocimiento del don de Dios, que es el mismo
Jesús.
En cambio, el diálogo con el diablo nos lleva a la
perdición. En el diálogo que mantiene Eva con la serpiente (Cf Gen 3, 1-23),
esta le induce a no seguir las indicaciones de Dios y apartarse de él, pues de
esa forma “seréis como Dios” (Gen 3,5). El resultado de ese
alejamiento de Dios es el pecado original que ha cambiado la vida de la
humanidad.
Para
meditar:
¿Distingo
quién es el interlocutor con el que dialogo? ¿soy consciente de que puedo ser
engañado?