Se suele acudir con ilusión a los retiros
espirituales, con la esperanza de apartarse de la vida cotidiana y allí poder
encontrarse con sí mismos y con Dios.
En cambio, los que asisten a los retiros de Emaús no
suelen tener esas pretensiones, desconocen lo que se van a encontrar allí y,
generalmente, no desean acudir, no entusiasma, no atrae, más bien provoca
rechazo, y se suele ir forzado, a regañadientes… sin saber bien por qué… pero
se va, como si algo o alguien te empuja a asistir.
Pero la predisposición para hacer el retiro es
indiferente. No importa lo que creas o sientas, lo que sepas o ignores, ya que
en estos retiros destaca su sencillez y simplicidad, de forma que todos lo
entienden y viven en primera persona lo que allí pasa.
Para participar en estos retiros no importa si sabes
rezar o no, si vas a misa todos los días o no vas nunca. No importa si has
cometido muchas barbaridades en esta vida o eres una persona íntegra. No
importa si tienes rencores acumulados y te cuesta perdonar o si eres una
persona sensible y reconciliadora. No importa si no has leído en tu vida un
catecismo o si has estudiado teología.
Todos son admitidos, no se discrimina a nadie, no hay
superiores, pues los laicos que organizan el retiro se limitan a servir. Y poco
a poco cada uno va reconociendo cómo es realmente, contempla sus propias
miserias, pero también descubre el gran amor que Dios le tiene.
¿Qué ha pasado para que en solo 48 horas se encuentre
sentido a todo aquello que antes producía rechazo?: el caer en la cuenta que
cada uno es amado por un Dios que está deseando acogernos y abrazarnos. Y eso
provoca que el semblante serio inicial se convierta en una alegría
indescriptible que los hace irreconocibles al finalizar el retiro.
Dios nos facilita muchos caminos para encontrarnos con
él y uno de ellos puede ser este. Pese a nuestra apatía y desconfianza inicial,
Dios puede que nos invite a ellos y nos diga “venid y veréis” (cf. Jn 1,
35-39).
Ante la grandeza del que acoge sin condiciones y la
enorme pequeñez del acogido que no es más que un ser miserable, débil y
egoísta, el abrazo de amor que allí se recibe, te cura y te cambia. Venid y veréis.