martes, 22 de abril de 2014

LA EUCARISTÍA EN EL CUARTO EVANGELIO



El evangelio de Juan no tiene en su narración de la última cena el relato de la institución de la Eucaristía existente en los sinópticos y en Pablo, que “institucionalizan” la eucaristía en una misma y única escena, uniendo las acciones y las palabras de Jesús.
En los sinópticos y Pablo las acciones de Jesús son: tomar pan, pronunciar la acción de gracias, partirlo, darlo a los discípulos; igualmente con el cáliz. Y las palabras son: tomad, comed y bebed, es mi cuerpo y mi sangre, hacedlo en memoria mía.
En cambio, el evangelio de Juan, en los capítulos 6 y 13, se construye el relato de la Eucaristía de forma diferente.
Juan  separa las acciones de las palabras: un día para los hechos o acciones, y otro día para las palabras.
Los hechos "eucarísticos" son los integrados en el relato de la multiplicación de los panes y los peces: tomar los panes, decir la acción de gracias, repartirlo a la gente; igualmente con los peces.
Las palabras eucarísticas de Jesús aparecen luego en el sermón-discurso de Cafarnaún: el pan que daré es mi carne, comer mi carne, beber mi sangre, tener vida eterna.
Juan nos presenta a Jesús como pan de vida, y estructura el capítulo 6 de forma que la multiplicación de los panes y peces nos prepara para las ideas que se desarrollarán más adelante.
Jesús da de comer a la multitud: subió al monte y se sentó allí con sus discípulos, y al ver el numeroso gentío que acudía a él, hizo que se sentaran, tomo unos panes y unos peces, dio las gracias y los repartió entre todos.
Este relato es el mejor ejemplo del empeño de Jesús por educar a la gente a repartir lo que posee. Cuando se comparte, alcanza y sobra. Cuando se comparte, Dios multiplica.
El hecho de Jesús de tomar los panes, dar gracias y repartirlos, nos refiere al gesto de Jesús durante la Cena: tomó el pan en sus manos… proclamó la acción de gracias… lo partió y lo dio a sus discípulos.
Y también cuando Jesús dice: mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida y el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él; se ve un claro referente a los relatos de la institución: Este es mi cuerpo que se entrega por vosotros; esta es mi sangre que se derrama por vosotros.
Este es uno de los discursos más importantes de Jesús, y lo pronuncia después del signo de la multiplicación de los panes. Y como ha sido capaz de dar de comer a todos, puede decir ahora que el pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. El que cree tiene vida eterna.
Los israelitas, que recibieron el maná, se alimentaron pero murieron; los seguidores de Jesús, los que crean en El, se alimentarán de su carne y vivirán para siempre.
En el evangelio de Juan los milagros de Jesús tienen un significado más profundo que el hecho en concreto.
En esta catequesis sobre el pan de vida Jesús intenta explicar a sus oyentes el significado profundo de lo que ha hecho, e invitarlos a creer en Él, único y verdadero pan para la vida.
Juan quiere establecer la identidad existente entre el pan eucarístico y la carne de Cristo en su estado de Víctima inmolada por el mundo.
Al final del discurso se plantea la opción de creer y continuar con Jesús o mantenerse cada uno en sus ideas, muchos discípulos dejan a Jesús.
Jesús interroga a los que quedan. Los Doce aparecen como modelo de seguimiento. La respuesta de Pedro nos acerca a la actitud que debe caracterizar al discípulo: “Señor ¿a quién vamos a seguir? Solo tú tienes palabras de vida eterna”.
Aquí concluye el capítulo 6 que nos lleva al 13, en que Juan narra la última cena. Se pusieron a cenar y después Jesús se levanta de la mesa, se quita el manto, toma una toalla y se la ciñe… tiene lugar el lavatorio de pies, donde Jesús nos da la gran lección de comportamiento, consecuencia de todo lo que acaba de decir: el servicio.
Servir significa acoger a la persona que viene a nosotros, acercarse hacia el que tiene necesidad y tenderle la mano, actuar con ternura y comprensión, trabajar al lado de los más necesitados, estableciendo con ellos vínculos de solidaridad.
Jesús nos enseña que amar es donarse efectivamente. Lavarnos los pies equivale a vivir en el amor, sirviendo uno al otro con total desinterés.
Para reflexionar:
Los que seguían a Jesús, pese a ver el milagro, al oírlo decían que era inadmisible ¿qué decimos nosotros? ¿Como muchos de ellos o como Pedro?
¿Somos conscientes que si creemos, ya tenemos la vida eterna?
¿La Eucaristía nos lleva a servir a los demás?