Jesús comienza las bienaventuranzas hablando de los
pobres, es decir, para explicar su proyecto de felicidad lo primero que plantea
es la relación con el dinero.
Jesús nos advierte que el dinero tiene tal poder de
seducción que termina por ser el competidor de Dios. Los sentimientos de paz y
seguridad que Dios despierta, son parecidos a los que proporciona el dinero a
los que lo tienen.
El problema está en saber donde tiene cada uno su
tesoro, pues allí tendrá su corazón. El que tiene su tesoro en sí mismo y en su
“buena vida” sin pensar en otra cosa que no sea eso, ese no participa en el
proyecto de Jesús. En cambio, el que tiene su corazón y su tesoro en la
felicidad de todos y en aliviar el sufrimiento lo más posible (vive las
bienaventuranzas), ese cree en Dios.
El dinero proporciona abundancia y bienestar, y podemos
pensar que eso es lo que necesitamos para ser felices, pero Jesús nos dice que
el camino que lleva a la felicidad es el de compartir, dar al que no tiene. Eso
sí produce dicha y está a nuestro alcance.
Aunque compartir no es cuestión de cuánto das, sino de
lo poco con lo que te quedas una vez que has dado.
Para Jesús lo importante no es si una persona tiene
más o menos dinero, lo que Jesús quiere es que esa persona, tenga lo que tenga,
esté dispuesta a desprenderse de lo que tiene o a dar productividad a esos
bienes que tiene, para servicio de los demás.
Las personas que solo piensan en retener para sí
mismos lo que es suyo no pueden ser al mismo tiempo creyentes en Jesús y en su
evangelio. En cambio, las personas dispuestas a desprenderse de algo de lo que
tienen (no solo de lo que les sobra) para que eso rinda en beneficio de otros,
esos sí son creyentes que se toman en serio el evangelio y el proyecto de
Jesús.
Jesús no rechaza por principio a la gente de dinero,
rechaza al que retiene sus bienes sin acordarse de los que carecen de medios de
vida o de lo indispensable para vivir con dignidad.
Jesús nos dice lo que tenemos que hacer: “Curad
enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios” (Mt 10,8), es
decir, hacer presente el Reino de Dios luchando contra el sufrimiento humano. Y
nos dice también como hacerlo: “No os procuréis en la faja oro, plata ni cobre;
ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón” (Mt
10, 8-10).
La idea de Jesús es que la vida se defiende, la
dignidad se respeta, la felicidad se transmite y el sufrimiento se alivia, no
mediante el dinero, sino despojándose de todo.
Lo que más necesita la gente no es ayuda económica,
sino respeto y amor, y eso lo daremos si nos despojamos de todo y nos damos nosotros
mismos.
Para reflexionar:
¿Dónde tenemos nuestro corazón? ¿Qué compartimos? ¿A
qué le dedicamos más esfuerzo?
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