Mc 11,
12-26: Cuenta san Marcos en
este pasaje que una mañana Jesús salió con sus discípulos de Betania a
Jerusalén, y a poco de andar sintió hambre; viendo a lo lejos una higuera se
acercó, pensando encontrar frutos; pero el árbol estaba vacío; “es que no era
tiempo de higos”, dice Marcos. Entonces Jesús la maldijo diciendo: “¡Que nunca
nadie coma frutos de ti!” Y siguió viaje con sus discípulos hacia el Templo de
Jerusalén. Al día siguiente, cuando volvió a pasar por el lugar, sus discípulos
vieron con asombro cómo la higuera se había secado hasta sus raíces.
¿Cómo es posible que Jesús, un maestro lleno de bondad
y misericordia, pudiera haber destruido una higuera porque no le dio frutos? ¿Cómo pudo Jesús tener hambre esa mañana si venía de pasar
la noche en Betania donde habría desayunado? ¿Por qué sólo él sintió hambre y
no sus discípulos? ¿Cómo pretendía que la planta tuviera higos fuera de
temporada?
Para entender el texto
debemos empezar por considerar que la higuera en la Biblia es un símbolo del
pueblo de Israel. Así, la maldición de la higuera hay que considerarla como una
reprobación al pueblo de Israel, más concretamente, al Templo y a los
dirigentes religiosos.
Por eso Marcos divide este
relato de la higuera en dos partes, e inserta en medio la visita de Jesús al
Templo, donde reprocha a sacerdotes y escribas que hayan convertido el Templo
“en una cueva de ladrones”.
a) Jesús no encuentra higos
y maldice la higuera (v.12-14);
b) Sigue su camino hacia el
Templo, y expulsa a los vendedores (v.15-19);
c) Vuelve a pasar al día
siguiente junto a la higuera y ve que se ha secado (v.20-26).
Así se puede comprender el
mensaje: la higuera maldita, estéril, sin frutos, representa la institución
religiosa, con sus sacerdotes y ministros, cuya función ha llegado a su fin y
está a punto de desaparecer.
También se comprende que el
hambre de Jesús aquella mañana simboliza sus ansias por hallar frutos en una
institución que se había vuelto vacía e inútil. Que no fuera tiempo de higos es
una ironía hacia un organismo que se creía con derecho a tener temporadas
infecundas. Y que se hubiera secado “de raíz” representa la ineficacia de esa
antigua institución judía.
Cuando visita Jesús el
Templo lo ve frondoso, como una higuera con muchas hojas, y entonces Jesús
sintió hambre del Templo, quiso comer sus frutos. Pero la institución religiosa
no los tenía. Prometía y no daba. Por eso quiere poner fin a un culto estéril y
abrir otro fecundo capaz de saciar el hambre.
Jesús
quiere enseñar también hoy a sus discípulos que Dios viene con hambre de
encontrar frutos de santidad y de buenas obras, no de prácticas exteriores sin
vida, de hojarasca sin valor. No quiere apariencia de fecundidad, sino frutos. También
nos enseña que todo tiempo debe ser bueno para dar frutos; no podemos esperar
circunstancias especiales para santificarnos.
Revisemos
también nuestras instituciones
eclesiales, y si encontramos alguna que resulte estéril, seca, decadente, hay
que tener la valentía de suprimirla.
Para reflexionar:
Nuestra vida ¿qué frutos
da? ¿Nos limitamos a cumplir normas o hacemos lo que Jesús espera de nosotros?