miércoles, 3 de junio de 2015

LA HIGUERA INFECUNDA

Mc 11, 12-26: Cuenta san Marcos en este pasaje que una mañana Jesús salió con sus discípulos de Betania a Jerusalén, y a poco de andar sintió hambre; viendo a lo lejos una higuera se acercó, pensando encontrar frutos; pero el árbol estaba vacío; “es que no era tiempo de higos”, dice Marcos. Entonces Jesús la maldijo diciendo: “¡Que nunca nadie coma frutos de ti!” Y siguió viaje con sus discípulos hacia el Templo de Jerusalén. Al día siguiente, cuando volvió a pasar por el lugar, sus discípulos vieron con asombro cómo la higuera se había secado hasta sus raíces.
¿Cómo es posible que Jesús, un maestro lleno de bondad y misericordia, pudiera haber destruido una higuera porque no le dio frutos? ¿Cómo pudo Jesús tener hambre esa mañana si venía de pasar la noche en Betania donde habría desayunado? ¿Por qué sólo él sintió hambre y no sus discípulos? ¿Cómo pretendía que la planta tuviera higos fuera de temporada?
Para entender el texto debemos empezar por considerar que la higuera en la Biblia es un símbolo del pueblo de Israel. Así, la maldición de la higuera hay que considerarla como una reprobación al pueblo de Israel, más concretamente, al Templo y a los dirigentes religiosos.
Por eso Marcos divide este relato de la higuera en dos partes, e inserta en medio la visita de Jesús al Templo, donde reprocha a sacerdotes y escribas que hayan convertido el Templo “en una cueva de ladrones”.
La secuencia ha quedado formada por tres secciones:
a) Jesús no encuentra higos y maldice la higuera (v.12-14);
b) Sigue su camino hacia el Templo, y expulsa a los vendedores (v.15-19);
c) Vuelve a pasar al día siguiente junto a la higuera y ve que se ha secado (v.20-26).
Así se puede comprender el mensaje: la higuera maldita, estéril, sin frutos, representa la institución religiosa, con sus sacerdotes y ministros, cuya función ha llegado a su fin y está a punto de desaparecer.
También se comprende que el hambre de Jesús aquella mañana simboliza sus ansias por hallar frutos en una institución que se había vuelto vacía e inútil. Que no fuera tiempo de higos es una ironía hacia un organismo que se creía con derecho a tener temporadas infecundas. Y que se hubiera secado “de raíz” representa la ineficacia de esa antigua institución judía.
Cuando visita Jesús el Templo lo ve frondoso, como una higuera con muchas hojas, y entonces Jesús sintió hambre del Templo, quiso comer sus frutos. Pero la institución religiosa no los tenía. Prometía y no daba. Por eso quiere poner fin a un culto estéril y abrir otro fecundo capaz de saciar el hambre.
Jesús quiere enseñar también hoy a sus discípulos que Dios viene con hambre de encontrar frutos de santidad y de buenas obras, no de prácticas exteriores sin vida, de hojarasca sin valor. No quiere apariencia de fecundidad, sino frutos. También nos enseña que todo tiempo debe ser bueno para dar frutos; no podemos esperar circunstancias especiales para santificarnos.
Revisemos también nuestras instituciones eclesiales, y si encontramos alguna que resulte estéril, seca, decadente, hay que tener la valentía de suprimirla.
Para reflexionar:
Nuestra vida ¿qué frutos da? ¿Nos limitamos a cumplir normas o hacemos lo que Jesús espera de nosotros?

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