Lo que pretende San Juan al escribir este evangelio es que creamos que
Jesús es el Mesías, para que creyendo tengamos vida en su nombre.
Por eso el evangelio comienza y termina de la misma
forma: “para que todos creyeran por medio
de él” (Jn 1,7); “que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y
para que, creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn 20,31). En el prólogo y en el epílogo está la idea de creer,
lo que hay en medio es para despertar la fe.
El evangelio responde a una pregunta ¿quién es Jesús?
Juan parte de un hombre concreto y trata de demostrar que ese Jesús que todos
conocen es también el Hijo de Dios.
Porque es Jesús quien con sus palabras y obras nos da a
conocer el amor que nos tiene Dios Padre y su proyecto de salvación para la
humanidad. De forma que si creemos en Jesús y su relación con el Padre, ya
tenemos vida eterna: “Esta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo”
(Jn 17,3).
Es más, si a través de Jesús creemos en el Padre, viviremos
plenamente: “En verdad, en verdad os
digo: Quien escucha mi palabra y cree al que me envió posee la vida eterna y no
incurre en juicio, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida” (Jn 5,24).
Por tanto, si creemos tenemos vida eterna (habla en presente) y ya hemos pasado
de la muerte a la vida (habla en pasado), es decir, ya hemos experimentado la
resurrección.
Jesús revela en la carne, en la condición caduca y
efímera que asume, lo que ha visto y escuchado del Padre, porque: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30).
Las obras que Jesús hace son obras del Padre, de forma
que quien ve y oye las palabras y obras de Jesús, ve y oye al Padre, es decir,
quien ve y conoce a Jesús, ve y conoce al Padre: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9).
Jesús es el único camino para llegar al Padre: “Yo soy el camino y la verdad y la vida.
Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6).
Jesús promete a sus
discípulos el Espíritu Santo diciéndoles que será el que les recordará lo que él les ha dicho y el que
los llevará a la verdad. Es quien hace posible que lo que vamos descubriendo en
Jesús lo vayamos trabajando en nuestra vida concreta.
El Espíritu Santo es enviado por el Padre en nombre de
Jesús para poder creer, sin él no hay fe. Es quien permite al creyente
descubrir la realidad de Jesús y la equivocación del mundo, es el que da
verdadero sentido a las palabras y a los gestos de Jesús: “el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo
enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho” (Jn 14,26).
En el momento de la marcha de Jesús es cuando entrega
su Espíritu: “os conviene que yo me vaya;
porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy,
os lo enviaré” (Jn 16,7).
Para
reflexionar:
¿Descubrimos que la obra del cuarto
evangelista constituye la cumbre de la revelación trinitaria. Que el Padre y el
Hijo, juntamente con el Espíritu Santo, son el centro del evangelio?
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