Jesús llama a Mateo y come con él, es un precioso
texto (Mt 9, 9-13) en el que todos nos vemos reflejados, pues Jesús llama a un
pecador, nos llama a nosotros pecadores a seguirle; y lo hace porque sabe que
tenemos necesidad de acudir a él, al único que nos puede proporcionar una vida
más sana, digna y dichosa.
Los fariseos, como todos los que se consideran justos, no entienden que Jesús pueda estar al lado de los pecadores, a estos, más que llamarlos hay que excluirlos. “Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: ¿Cómo es que
vuestro maestro come con publicanos y pecadores?” (Mt 9,11).
La respuesta de Jesús indica por qué come con ellos: “No tienen necesidad de médico los sanos,
sino los enfermos” (Mt 9,12); y cuál es su misión: “no he venido a llamar a justos sino a pecadores” (M 9,13).
Jesús quiere que entendamos bien la frase bíblica que
cita: “Quiero misericordia y no
sacrificio; conocimiento de Dios, más que holocaustos” (Os 6, 6).
Con Jesús todo cambia, y así, los que se consideran
justos quedan excluidos de la llamada, y los pecadores que se sienten excluidos
son llamados y acogidos.
La llamada que nos hace Jesús supone comenzar una
nueva vida, nos debe llevar a una conversión que, superando nuestra vida pasada
de pecado nos lleve a una nueva vida junto a Jesús.
Con su acogida amistosa, Jesús no justifica el pecado,
sino que rompe el círculo de la discriminación y facilita el encuentro con
Dios.
Jesús quiere que nosotros hagamos lo mismo, que como
discípulos suyos nos sentemos con todos, nos acojamos, no excluyamos a nadie, y
que prioricemos nuestra actitud de ser misericordiosos frente a un culto vacío
que no cura ni saca de la exclusión a los pecadores y marginados.
Ejemplo
de discipulado lo tenemos en la Virgen María, por eso nos dice San Agustín en
uno de sus sermones (72,7): “Santa María cumplió ciertamente la voluntad del Padre; y por ello
significa más para María haber sido discípula de Cristo que haber sido madre de
Cristo”.
Para
reflexionar:
¿Celebramos banquetes con pecadores y marginados? ¿Hemos
sentido la invitación de Jesús a estar con él pese a nuestra vida pecadora?
¿Hemos cambiado de vida?
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