El
judaísmo siempre ha creído que cuando muere el ser humano, una parte del él, el
refaim o alma, no desaparece y va a un lugar llamado sheol.
En
principio se pensaba que al sheol iban todos, buenos o malos. Pero poco a poco
se fue estableciendo la idea que debía existir una retribución, un lugar de
tormentos para la gente malvada y otro para los justos.
Pero
los justos que habían muerto antes de que Jesús resucitara y creara el cielo,
siguen en el sheol.
Las almas alcanzan la salvación solo en Jesús
resucitado, por eso los que murieron antes de Cristo tuvieron que esperar en el
sheol, a la muerte y resurrección de Jesús, para ser salvados.
Jesús muere el viernes y resucita el domingo. El
sábado sucede un gran silencio en la tierra. Dios ha muerto en la carne, y es
entonces cuando bajó al sheol o infierno. En aquel lugar estaban todos los
santos y justos que perecieron antes de la muerte de Jesucristo. Cuando Jesús
resucita, sale de la muerte, pero no sale solo, saca a todos los creyentes del
infierno y los lleva a ver a Dios en él.
Cristo desciende
a los infiernos para
liberar a los que en época precristiana, debido al pecado de nuestros primeros
padres, estaban esperando, aún siendo justos (o por eso mismo) la salvación
eterna. Por eso, cuando descendió a los infiernos lo hizo como Salvador y para
proclamar la buena noticia: “Pues para esto se
anunció el Evangelio también a los que ya están muertos, para que, condenados
como todos los hombres en el cuerpo, vivan según Dios en el Espíritu” (1 Pe, 4,6).
Cuando
resucita Jesús, crea el cielo, para que todas las almas de los justos esperen
allí el día final de la resurrección, en donde ya todos estaremos en cuerpo y
alma en presencia de Dios en una nueva creación.
Una nueva creación en
la que todo es vida y abundancia, en la que no hay nada malo ni defectuoso.
Esta tierra nueva será la nueva morada de Dios entre los hombres, de forma que:
“enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya
no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha
desaparecido” (Ap 21, 4). Es una nueva relación de la humanidad con Dios.
Además de ese infierno, hay otro donde está el
demonio y a donde van las personas que rechazan la misericordia de Dios. A este infierno no bajó Jesús.