Jesús conocía el fin de su misión: anunciar y hacer
presente en su persona el Reino de Dios, para que el mundo sea reconciliado con
Dios y renovado. Ha aceptado libremente la voluntad del Padre: dar su vida para
la salvación de los hombres.
Pero Jesús, el Hijo de Dios, es también un ser
humano, y como tal, comparte con todos
los hombres las condiciones propias de la existencia: errores, sentimientos,
necesidades, miedos… Es un hombre igual a nosotros en el que su conciencia
humana va creciendo con él.
Si
su conciencia es humana y crece, Jesús va descubriendo su destino mientras va
recorriendo su camino: es un hombre dispuesto a cambiar. Va descubriendo su
misión gradualmente, y es que si se le quita a Jesús la libertad humana de su
existencia, se le quita el ser humano.
El
episodio de la mujer cananea (Mt 15, 21-28), nos indica que en la vida de Jesús
no todas las cosas están ya definidas. El evangelio no es algo automático que
ya está decidido.
En
este episodio Jesús nos sorprende. Pensamos que lo tiene todo claro y resuelto
en su corazón, pero Jesús está influido por los prejuicios culturales y étnicos
de su condición judía.
Por eso cuando la mujer cananea pide a Jesús que ayude
a su hija, no le contesta. Son sus discípulos quienes le ruegan que la atienda,
pero les replica “solo he sido enviado a
las ovejas descarriadas de Israel” (Mt 15,24). Ante
la insistencia de la mujer, Jesús le dice “No
está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos” (Mt, 21,26).
Pero
la mujer va más allá de la dureza de las palabras de Jesús, sabe que la
prioridad de Jesús es el pueblo de Israel, pero explota esa prioridad: “Tienes razón, Señor; pero también los
perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos” (Mt, 21,27).
Jesús le dice entonces: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas” (Mt
21,28). Y quedó curada su hija.
La
negativa inicial de Jesús para ayudar a esa mujer, como judío, parece clara,
sería injusto privar del pan a los hijos para dárselo a los extranjeros. Jesús
ha sido enviado al pueblo de Israel para que este posteriormente difunda su
mensaje a todo el mundo.
Pero
a Jesús esa mujer le ha tocado el corazón, se ha emocionado profundamente, ve
en ella más fe que en Israel, y cambia de actitud. Jesús se resiste, pero luego
acepta. Primero comen los hijos de Israel pero después también los paganos.
Esta
mujer convertirá a Jesús, le descubrirá hasta dónde iba a dilatarse la
fecundidad de su vida entregada, le ensanchará el horizonte de su misión por
caminos que él va a recibir también a través de los otros.
Para
reflexionar:
¿Vemos
en Jesús a Dios, pero también a un hombre que actúa libremente obedeciendo a
Dios Padre? ¿Podemos nosotros actuar libremente obedeciendo a Jesús?
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