En España los retiros de Emaús se realizan desde hace unos años y parece que con buena acogida por los que han participado en ellos, con
indiferencia por los que creen no necesitar a Dios, y con cierta desconfianza
por quienes los ven como algo oculto o secreto debido a la confidencialidad de
lo que allí se trata y que no trasciende al exterior.
Estos retiros son una acción apostólica parroquial que
realizan los laicos. Pocas veces se permite a los laicos asumir su responsabilidad
y compromiso dentro de la Iglesia para lanzarse sin complejos y sin clérigos
tutores, al encuentro entusiasmado con Jesucristo.
Son retiros en los que no se discrimina a nadie, todos caben, porque todos somos iguales. En ellos se invita, a la luz de lo que allí acontece, a reconocer lo que somos y a dejarnos acoger por un Dios que nos ama con locura.
Dios nos facilita muchos caminos para encontrarnos con
él y uno de ellos puede ser este. Pese a nuestra falta de fe, de compromiso
cristiano, de formación, o ante nuestro exceso de comodidad, prepotencia, desidia, pereza, y
ante nuestra desconfianza por el desconocimiento de lo que son estos retiros, Dios
puede que nos invite a ellos y nos diga “venid y veréis” (cf. Jn 1, 35-39).
Pero… yo no sé rezar, yo voy a misa todos los días, yo
no creo, yo he hecho muchas barbaridades en esta vida, yo no sé perdonar, yo he
estudiado teología, yo solo me preocupo de mí, la última confesión que hice fue
hace 20 años… ¿puedo hacer ese retiro? ¿lo entenderé? ¿me hará bien? ¿me iré
antes que acabe?
Ante estas cuestiones y dudas, solo cabe una
respuesta: Dios siempre nos está esperando, seamos como seamos, para darnos un
abrazo. Lo que más le gusta es que nos dejemos abrazar por él.
La predisposición de uno para hacer ese retiro es
indiferente, pues sea cual sea, Dios se las apañará para darte un abrazo. No
importa lo que creas o sientas, lo que sepas o ignores, Dios simplemente abre
sus brazos y te acoge.
Ante la grandeza del que acoge sin condiciones y la
enorme pequeñez del acogido que no es más que un ser miserable, débil y
egoísta, ese abrazo te cura, te acerca a Dios y te cambia.
Venid y veréis.
Para reflexionar: ¿Le dedicamos tiempo a Dios para que
se nos manifieste? ¿Dónde nos podemos encontrar con Dios?