Una
cosa parece incuestionable: Cuando asistes a la misa final tras un retiro de
Emaús, abierta a familiares y amigos, lo que llama la atención es la alegría.
Tanto la de los que han participado en él, como la que tienen los que les han
ayudado con su servicio.
Es
una alegría indescriptible que te emociona. Es una alegría desbordante que hace
casi irreconocible a esa persona que habías visto dos días antes. ¿Qué ha
pasado ahí? ¿De dónde viene esa alegría?
Es
una alegría sobrenatural que viene del encuentro con Jesús: “pero volveré a veros, y se alegrará vuestro
corazón, y nadie os quitará vuestra alegría” (Jn 16, 22).
Es la alegría que brota de la Palabra de
Dios: “tus palabras me servían de gozo,
eran la alegría de mi corazón” (Jer 15, 16). Es la alegría de sentirnos
acogidos y perdonados por Dios: “por la
mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo”
(Sal 90, 14). Es la alegría que produce la presencia de Dios en tu vida: “gozan en la presencia de Dios, rebosando de
alegría” (Sal 68, 4).
La
Gracia de Dios, presente en el retiro; el Amor de Dios, presente en el retiro;
la Misericordia de Dios, presente en retiro; el Espíritu de Dios, presente en
el retiro; el mismo Jesucristo, presente en el retiro; en solo dos días hacen
posible que los temores, pecados, errores y miseria, que todos arrastramos en
nuestras vidas queden absorbidos por el amor de Dios, y al sentirte perdonado y amado, tu vida cambia y brota en el corazón esa alegría de saber que eres hijo querido de Dios y hermano de todos sus hijos.
A pesar de que el
mundo esté lleno de sufrimiento y mal, Dios nos ama, nos acoge y nos conduce a
una tierra nueva en la que: “enjugará
toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor”
(Ap 21, 4) ¿Cabe más alegría?
Para
reflexionar:
¿Estamos
alegres? ¿De dónde procede nuestra alegría?