jueves, 22 de agosto de 2013

LOS MACABEOS



Alejandro Magno, desde Macedonia y Grecia comienza en el año 333 a. C. la conquista del oriente próximo, desde Grecia a India y Egipto. Israel queda incluido en ese vasto territorio.
La cultura helenística es introducida así en todo el territorio conquistado, y aunque las dinastías que sucederán a Alejandro respetan las culturas locales, la cultura griega más poderosa y atrayente se va imponiendo.
El pueblo judío sigue rigiéndose por la Torá y mantienen sus tradiciones. Pero el rey Antíoco IV que gobierna entre los años 175 al 164 a. C. quiere unificar todas las leyes y costumbres de su reino, y en Israel, con la ayuda de judíos que habían abandonado las tradiciones de sus padres para adherirse al helenismo, prohíbe la Torá y demás costumbres judías.
Llega a profanar el Templo de Jerusalén en el año 167 a. C. con la entronización de Zeus, obliga el culto a los dioses paganos y prohibe las tradiciones judías.
Todo hace presagiar la desaparición del judaísmo, y con él la identidad del pueblo judío, el pueblo elegido por Dios con quien había hecho alianza.
En un pequeño pueblo al norte de Israel un insignificante judío de clase sacerdotal, Matatías, en el año 167 a. C. inicia una revuelta al ver los sacrilegios que se cometían en Jerusalén y en toda Judea.
Comienza así la rebelión de los Macabeos, en la que los descendientes de Matatías, los llamados Macabeos, lucharán junto a otros judíos que siguen siendo fieles a la Ley contra el poder establecido.
Resulta impensable que un puñado de hombres mal armados puedan hacer frente al poderoso ejército imperial. Pero no solo luchan contra ellos, sino que salen victoriosos de la contienda.
El secreto de la victoria de las tropas macabeas lo dirá Judas Macabeo: “la victoria no depende del número de soldados, pues la fuerza llega del Cielo… El Señor los aplastará ante nosotros. No les temáis” (1Mac 3, 19-22).
En solo 3 años, el Templo es purificado y el pueblo de Israel vuelve a gozar de una independencia política y religiosa.
El desarrollo de estas luchas es narrado en los dos libros de los Macabeos, donde, por encima de las precisiones históricas, tratan de resaltar el sentido y alcance religioso de los acontecimientos.
Los hechos se presentan como una intervención de Dios en la historia de salvación. Dios, con su misericordia, fidelidad y justicia, interviene a favor de su pueblo.
De esta forma la historia sigue por el cauce que Dios tenía previsto. Pero no queda todo ahí, sino que ante la lucha y sufrimiento que padece el pueblo judío fiel, se reflexiona sobre el sentido de la muerte, la justicia de Dios, la resurrección corporal, la vida eterna y, la oración y sacrificios por los difuntos.
Ante la paradoja de que el justo sea el que padece y muere, se replantea el tema de la retribución, pues si Dios premia y castiga, no puede ser que el justo sea castigado y el infiel viva bien.
Se comienza a pensar que la retribución será en la vida eterna, los justos podrán vivir junto a Dios en cuerpo y alma.
150 años más tarde Jesucristo, con sus enseñanzas y su resurrección lo confirmará.
Para reflexionar:
¿Nos damos cuenta que Dios ha intervenido y sigue interviniendo en la historia? ¿Colaboramos con Dios en sus planes de salvación? ¿Confiamos en que la vida eterna es participar de la vida de Dios una vez hayamos resucitado?

 


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