La carta de S. Pablo a los Efesios en el capítulo 1
versículo 4 nos dice “Él (Dios) nos eligió en Cristo antes de la fundación del
mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor”. Dios nos
llama a la santidad.
Dios nos ha dado la vida para que seamos santos.
Existimos para ser santos. Si no somos santos es que no vamos hacia lo que
estamos llamados a ser, no vivimos para lo que hemos sido creados.
Y ¿qué es la santidad?: El Vaticano II la define como
la plenitud de la vida cristiana y la perfección de la caridad. O lo que es lo
mismo, vivir unidos a Cristo y permanecer en el amor de Dios.
Vivir la santidad es participar en la vida de la
Trinidad y esto se consigue a través del bautismo, por el que Dios, por medio
del Espíritu Santo nos une a Cristo, nos cristifica, nos hace hombres nuevos,
de forma que el Padre ama a través de nosotros.
En resumen, vivir en santidad es ser guiados por el Espíritu
Santo para obedecer al Padre siguiendo a Jesucristo.
De esta forma participamos de la santidad de Dios, el
único santo. Pero hay que tener en cuenta que la vida santa no es fruto de
nuestro esfuerzo. Es Dios quien nos hace santos.
Como la perfección del amor la pone el Espíritu Santo,
lo que debemos hacer, usando de nuestra libertad, es dejar que él actúe en
nosotros, que ame a través de nosotros.
Esta vocación al amor perfecto es para todos. Todos
estamos llamados a ser santos, cada uno según su propia vocación, no hay un
tipo de vocación que tenga prioridad sobre otra para ser santos.
La heroicidad que nos pide la santidad consiste en el
cumplimiento fiel y constante en los quehaceres cotidianos. Nuestra fuente de
santificación es nuestro trabajo, cuidado de los hijos… Para ello debemos
aceptarlo todo con fe, ir siempre de la mano de Dios, colaborar con su voluntad
para poder amar y así manifestar a todos la caridad con que Dios nos ama.
Supone además el esfuerzo en excluir el pecado y toda
imperfección deliberada, y cumplir con perseverancia lo que la divina
providencia propone en cada momento: dejarlo todo en manos de Dios, aprender a
romper nuestros planes y aceptar los de Dios.
Los santos dejan que Jesucristo tome su propia vida. Santo
es quien se deja atraer por Cristo y se une a él sin poner resistencia.
La Iglesia está para ayudar a la santidad de los
fieles. Esta santidad brota en la Iglesia de la Eucaristía, de la presencia de
Cristo.
No es vida cristiana auténtica la que no aspira a la
santidad y se queda en la mediocridad o superficialidad.
Los caminos de la santidad son personales y exigen una
pedagogía que se adapte a los ritmos de cada persona.
Para
reflexionar:
¿Aspiramos a ser santos o creemos que eso no es para
nosotros y nos conformamos con una vida cristiana apática y mediocre? ¿El poder
ser santos depende de nosotros o de la gracia de Dios?
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