Lc 23,
39-43: Lucas nos describe la actitud de los dos malhechores condenados que flanquean
desde sus cruces a Jesús. Los dos vivencian su situación de diferente manera:
con despecho y amargura uno, con reconocimiento y esperanza el otro.
La
actitud del primero de los malhechores es insultante. El segundo reconoce la
justicia de su castigo y la injusticia del de Jesús, se dirige a éste
solicitando un recuerdo cuando llegue a su reino.
El
buen ladrón después de confesar su culpa y aceptar el castigo, proclama la
realeza de Jesús, y desde esa fe, recibe el anuncio de su salvación.
Nosotros,
como el buen ladrón, desde nuestra cruz, también podemos hablar con Jesús,
también somos invitados a entregarle nuestras miserias y a traspasar el peso de
nuestra cruz a la suya. Podemos, a pesar de nuestras traiciones y pecados, volvernos
al Señor y pedirle confiadamente que se acuerde de nosotros.
Para poder
reconocer a Jesús como rey debemos pasar por un proceso en el que confesamos
nuestra culpa y aceptamos el castigo. Así recibiremos el anuncio de salvación.
Para
descubrir a Jesús hay que ser un marginado, un desechado por la sociedad que
nos muestra valores distintos a los del Reino, lo descubre el que está en la
cruz, con su cruz.
La
cruz la podemos llevar con amargura o con esperanza, por eso no todos los que están en la cruz son
capaces de ver a Jesús como rey. Hace falta el paso previo de reconocer la
culpa, la debilidad y la limitación de uno.
Si desde nuestra cruz,
desde nuestra condición de pecadores, dejamos de mirarnos a nosotros mismos y
volvemos los ojos a Jesús para pedirle confiadamente que se acuerde de nosotros,
nos acoge y nos responde: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Desde el sufrimiento,
desde nuestra cruz, desde la marginación, desde la fe, somos capaces de
contemplar a Jesús y cambiar. Dejar toda nuestra culpa en la cruz de Jesús,
estar a su lado y ser capaces de decirle que se acuerde de nosotros. No hay
otro camino para llegar a Él.
La realeza de Jesús es
la de la cruz, que solo son capaces de reconocer los marginados, los
malhechores y pecadores que reconocen su culpa. Son los capaces de pedir
humildemente a Jesús que se acuerde de ellos y los salve.
Para reflexionar:
Le pedimos a Jesús que
nos salve ¿desde nuestros méritos o desde el reconocimiento de nuestra culpa?
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