sábado, 18 de abril de 2015

EL BUEN LADRÓN



Lc 23, 39-43: Lucas nos describe la actitud de los dos malhechores condenados que flanquean desde sus cruces a Jesús. Los dos vivencian su situación de diferente manera: con despecho y amargura uno, con reconocimiento y esperanza el otro.
La actitud del primero de los malhechores es insultante. El segundo reconoce la justicia de su castigo y la injusticia del de Jesús, se dirige a éste solicitando un recuerdo cuando llegue a su reino.
El buen ladrón después de confesar su culpa y aceptar el castigo, proclama la realeza de Jesús, y desde esa fe, recibe el anuncio de su salvación.
Nosotros, como el buen ladrón, desde nuestra cruz, también podemos hablar con Jesús, también somos invitados a entregarle nuestras miserias y a traspasar el peso de nuestra cruz a la suya. Podemos, a pesar de nuestras traiciones y pecados, volvernos al Señor y pedirle confiadamente que se acuerde de nosotros.
Para poder reconocer a Jesús como rey debemos pasar por un proceso en el que confesamos nuestra culpa y aceptamos el castigo. Así recibiremos el anuncio de salvación.
Para descubrir a Jesús hay que ser un marginado, un desechado por la sociedad que nos muestra valores distintos a los del Reino, lo descubre el que está en la cruz, con su cruz.
La cruz la podemos llevar con amargura o con esperanza,  por eso no todos los que están en la cruz son capaces de ver a Jesús como rey. Hace falta el paso previo de reconocer la culpa, la debilidad y la limitación de uno.
Si desde nuestra cruz, desde nuestra condición de pecadores, dejamos de mirarnos a nosotros mismos y volvemos los ojos a Jesús para pedirle confiadamente que se acuerde de nosotros, nos acoge y nos responde: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Desde el sufrimiento, desde nuestra cruz, desde la marginación, desde la fe, somos capaces de contemplar a Jesús y cambiar. Dejar toda nuestra culpa en la cruz de Jesús, estar a su lado y ser capaces de decirle que se acuerde de nosotros. No hay otro camino para llegar a Él.
La realeza de Jesús es la de la cruz, que solo son capaces de reconocer los marginados, los malhechores y pecadores que reconocen su culpa. Son los capaces de pedir humildemente a Jesús que se acuerde de ellos y los salve.
Para reflexionar:
Le pedimos a Jesús que nos salve ¿desde nuestros méritos o desde el reconocimiento de nuestra culpa?

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