Karl
Rahner, uno de los más grandes teólogos católicos del S. XX hace una reflexión
sobre la queja que se hace a la oración de petición. Se acusa a esta oración de que cuando nosotros rezamos,
gritamos y lloramos ante Dios, él no nos responde, permanece mudo. Es una queja
de desesperación y decepción.
Hemos
acudido a Dios como Padre de misericordia apelando a su piedad, con confianza
le mostramos los motivos de nuestra desesperación y le decimos que nuestras
pretensiones son modestas y realizables,
pero de nada sirvió. Nadie nos consoló, no fuimos escuchados, hemos llamado sin
respuesta alguna.
Ante
esta acusación unos dirán que rezar no tiene ningún objetivo, pues el Dios que
pudiese escuchar la oración de petición o no existe o no se preocupa de su
creación, otros piensan que la oración de petición es solo para pedir bienes
superiores del alma, no se pide a Dios que evite los males, sino la fuerza para
sobrellevarlos.
Aun
así, nosotros queremos orar y pedir, porque tenemos una fe que espera contra
toda esperanza y sigue orando contra toda aparente decepción.
Pero,
cuando le pedimos a Dios que nos libre de los “males”, ¿estos son según
nuestros criterios o los de Dios? Cuando hemos tenido pan y bienestar ¿ha
podido ser un “mal” que nos ha llevado a olvidarnos de Dios? ¿Sabemos que los
caminos de Dios no los podemos comprender?
Para
saber si hemos orado o hemos mantenido un monólogo de egoísmo ciego con
nosotros mismos, lo reconoceremos si nuestra petición se ha transformado en
preguntar a Dios ¿qué es mejor para mí: la necesidad o la felicidad, el éxito o
el fracaso, la vida o la muerte?
La respuesta a la acusación a la oración de petición se llama Jesucristo. Su oración de petición es nuestra enseñanza. Y su petición es realista: “aparta de mi este cáliz” (Lc 22,42a). Lo pide con el fervor de un hombre angustiado, lo suplica sudando sangre, lo implora bajo un tormento de muerte. No pide cosas sublimes o celestiales, sino lo que para nosotros los terrenos es lo más valioso, pide la vida.
Su
oración de petición es de confianza en Dios: “yo sé que tú me escuchas siempre” (Jn 11,42).
Y
su oración de petición es de entrega incondicional: “no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42b). El abandonado
de Dios, el fracasado, pese a todo, entrega su alma en manos del Padre.
Jesús
lanza un grito de angustia pero se siente seguro de ser escuchado y no quiere
hacer otra cosa que la incomprensible voluntad de Dios. Pide con fervor por su
vida, pero su oración por su vida es un ofrecimiento de su vida para la muerte.
En
esta oración de petición se unen lo más divino y lo más humano, se pide ayuda
para la vida terrena, pero más que el pan y la vida se quiere la voluntad de
Dios, aun cuando sea el hambre y la muerte.
Así,
nos introducimos en la voluntad de Dios y nuestra voluntad quiere a Dios, su
amor y su gloria, hemos quemado todo lo egoísta y ya podemos decir, junto con
el Hijo: “sé que tú me escuchas siempre”.
Solo
entonces el yo, que quiere ser escuchado, habrá entrado en el tú que escucha, y
existirá la armonía pura y libre entre Dios y el hombre, por la cual el hombre
puede querer, aspirar y pedir la aceptación de la voluntad de Dios.
Si
realizamos esto llegamos a ser como un niño que sabe que su Padre es más sabio,
tiene la visión más amplia y es bondadoso en su inexplicable dureza, y que
porque se es niño, no hacemos de nuestro juicio y deseo la última instancia.
El
ser niño confiado ante Dios nos permite conjugar en la oración de petición el
miedo y la confianza, la voluntad de vivir y la disposición a morir, la certeza
de la escucha y la renuncia a ser escuchado según el propio plan.
Si
quieres entender la oración de petición, ora, pide, llora. Pide aquello que tu
cuerpo necesita, de forma que la petición del don terreno te transforme cada
vez más en un hombre celestial. Pide de tal modo que te hagas cada vez más
ofrenda a Dios.
Pidamos
aquello que necesitamos en esta tierra, pero sin olvidar que somos peregrinos
en ella, y no podemos ser escuchados como si tuviésemos aquí una morada
permanente, como si no supiésemos que tenemos que entrar a través de la ruina y
de la muerte en la Vida.
Para
reflexionar:
¿Acusamos
a la oración de petición como inútil? ¿En quién confiamos?