El Papa Francisco nos advierte sobre un excesivo clericalismo dentro de la Iglesia y contra la mundanidad espiritual.
El
clericalismo, esa tentación del clero de señorear sobre los laicos, es una forma excesiva de intervenir el clero en la vida de la Iglesia que dificulta el ejercicio de
los derechos al resto del pueblo de Dios.
El clericalismo es un obstáculo para que se desarrolle la madurez y la responsabilidad cristiana de buena parte del laicado al mantenerlo al margen de las decisiones eclesiales.
El clericalismo es un obstáculo para que se desarrolle la madurez y la responsabilidad cristiana de buena parte del laicado al mantenerlo al margen de las decisiones eclesiales.
Los ministros ordenados están al servicio de los laicos, los cuales deben formarse y tomar conciencia de su responsabilidad en la Iglesia.
Un párroco no puede llevar la parroquia adelante con un estilo clerical que no deja crecer a la parroquia ni a los laicos. El párroco se debe apoyar en el Consejo pastoral y decidir tras haber escuchado, dejado aconsejar, dialogado… Esta es su tarea, no es un patrón de empresa.
Un párroco no puede llevar la parroquia adelante con un estilo clerical que no deja crecer a la parroquia ni a los laicos. El párroco se debe apoyar en el Consejo pastoral y decidir tras haber escuchado, dejado aconsejar, dialogado… Esta es su tarea, no es un patrón de empresa.
Por
eso los sacerdotes deben ser formados no como administradores, sino como padres,
hermanos, deben ser capaces de proximidad, de encuentro, de enardecer el
corazón de la gente, caminar con ellos, entrar en diálogo con sus ilusiones y
sus temores.
El
clericalismo puede conducir a una mundanidad espiritual que, aparentando una religiosidad
e incluso amor a la Iglesia, lo que busca es la gloria humana y el bienestar
personal, en lugar de la Gloria del Señor.
Esta
mundanidad se da en quienes sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten
superiores a otros por cumplir determinadas normas. De forma que en lugar de
evangelizar, se analiza y clasifica a los demás, y en lugar de facilitar el
acceso a la gracia se gastan las energías en controlar.
No
preocupa que el Evangelio tenga una inserción en el Pueblo de Dios, sino que se
busca una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, cargados de
estadísticas, planificaciones y evaluaciones, donde el principal beneficiario
no es el Pueblo de Dios. Es una autocomplacencia egocéntrica.
Quien
ha caído en esta mundanidad descalifica a quien lo cuestione, destaca
constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia.
Esta
mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu
Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una
apariencia religiosa vacía de Dios.
Para
reflexionar:
En
la Iglesia ¿lo hacemos todo para gloria de Dios o para la nuestra?
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