viernes, 8 de julio de 2016

CLERICALISMO Y MUNDANIDAD ESPIRITUAL

El Papa Francisco nos advierte sobre un excesivo clericalismo dentro de la Iglesia y contra la mundanidad espiritual.
El clericalismo, esa tentación del clero de señorear sobre los laicos, es una forma excesiva de intervenir el clero en la vida de la Iglesia que dificulta el ejercicio de los derechos al resto del pueblo de Dios.
El clericalismo es un obstáculo para que se desarrolle la madurez y la responsabilidad cristiana de buena parte del laicado al mantenerlo al margen de las decisiones eclesiales. 
Los ministros ordenados están al servicio de los laicos, los cuales deben formarse y tomar conciencia de su responsabilidad en la Iglesia.
Un párroco no puede llevar la parroquia adelante con un estilo clerical que no deja crecer a la parroquia ni a los laicos. El párroco se debe apoyar en el Consejo pastoral y decidir tras haber escuchado, dejado aconsejar, dialogado… Esta es su tarea, no es un patrón de empresa.
Por eso los sacerdotes deben ser formados no como administradores, sino como padres, hermanos, deben ser capaces de proximidad, de encuentro, de enardecer el corazón de la gente, caminar con ellos, entrar en diálogo con sus ilusiones y sus temores.
El clericalismo puede conducir a una mundanidad espiritual que, aparentando una religiosidad e incluso amor a la Iglesia, lo que busca es la gloria humana y el bienestar personal, en lugar de la Gloria del Señor.
Esta mundanidad se da en quienes sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas. De forma que en lugar de evangelizar, se analiza y clasifica a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar.
No preocupa que el Evangelio tenga una inserción en el Pueblo de Dios, sino que se busca una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, cargados de estadísticas, planificaciones y evaluaciones, donde el principal beneficiario no es el Pueblo de Dios. Es una autocomplacencia egocéntrica.
Quien ha caído en esta mundanidad descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia.
Esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios.
Para reflexionar:
En la Iglesia ¿lo hacemos todo para gloria de Dios o para la nuestra?

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