domingo, 30 de octubre de 2016

EL SERVICIO PRÁCTICO DE LA CARIDAD ES UN SERVICIO ESPIRITUAL

En Hch 6, 1-6 vemos que en una comunidad cristiana, los discípulos de lengua griega comenzaron a quejarse contra los de lengua hebrea porque en el servicio diario no se atendía a sus viudas.
Frente a este asunto relacionado con un aspecto esencial en la vida de la comunidad, es decir, la caridad con los débiles, los pobres, los indefensos y la justicia; los apóstoles convocaron a todo el grupo de discípulos, y se llega a una decisión: “escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea” (Hch 6,3). Aparece así un  embrión de estructura eclesial fundada en el servicio y en el amor. 
Los Apóstoles deben proclamar la palabra de Dios, pero consideran importante el deber de la caridad y la justicia.
Comienza a existir desde aquel momento en la iglesia un ministerio de la caridad. La Iglesia no solo debe proclamar la palabra, sino también cumplir la palabra, que es amor y verdad.
Y, quienes se dediquen a practicar la caridad han de ser hombres que no solo deben tener buena reputación, sino que deben ser hombres llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, es decir, que no sean solo organizadores que saben cómo “hacer” sino que deben “hacer” según el Espíritu.
El servicio práctico de la caridad es un servicio espiritual. La caridad y la justicia no son solo acciones sociales, sino son acciones espirituales realizadas a la luz del Espíritu Santo.
Por eso deben unirse los momentos de oración y escucha de Dios, con la actividad diaria, con el ejercicio de la caridad.
No debemos perdernos en el activismo puro, sino dejarnos penetrar en nuestras actividades de la luz de la palabra de Dios y así aprender la verdadera caridad, el verdadero servicio a los demás, que necesita sobre todo del afecto de nuestro corazón, de la luz de Dios.
El pasaje de los Hechos de los Apóstoles nos recuerda la importancia del trabajo, del compromiso en la actividad diaria que se lleva a cabo con responsabilidad y dedicación, pero también nuestra necesidad de Dios, de su orientación, de su luz que nos da fortaleza y esperanza.
Sin la oración diaria, nuestra acción se vacía, se reduce a un simple activismo sencillo que con el tiempo nos deja insatisfechos.
Cada paso de nuestra vida, cada acción, debe estar realizada ante Dios, a la luz de su palabra.
Para reflexionar:
¿Oramos siempre que vamos a actuar? ¿Unimos la Palabra de Dios a nuestro actuar?

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