jueves, 9 de marzo de 2017

FINALIDAD DE LA VIDA

El fin último de mi vida es de orden sobrenatural: dar gloria a Dios y ser santo.
Estoy llamado a la vida para ser alabanza de la gloria de Dios: “Él (Dios) nos ha destinado por medio de Jesucristo… a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia” (Ef 1, 5-6).
Esto se realiza viviendo en santidad. Por eso Dios me ha elegido para que sea santo: “Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor” (Ef 1, 4).
Ser santo significa vivir en el amor de Dios, que no es hacer buenas obras, sino hacerlas participando de la vida de Dios. Es amar como él me ha amado.
La plenitud de vida cristiana y perfección en la caridad es la santidad, o lo que es lo mismo, vivir unidos a Cristo participando del amor de Dios.
Dios me santifica, hace que participe de su santidad por medio del bautismo, y esto se manifiesta en los frutos de la gracia que el E. S. produce en mí. Daré frutos si permanezco en el amor de Cristo, si Cristo y yo somos uno, y él ama en mí.
Jesús me hace santo, yo solo me hago dócil al E. S. que es el motor que me mueve a amar. Vivir en santidad es vivir según el E. S.
Participando de la vida de Dios, viviendo en su amor, es como manifiesto la gloria de Dios. Se trata de que yo sea bueno como él es bueno, que yo ame como él ama…
Cuanto más unido estoy a Jesús, más gloria doy a Dios, pues con mi vida manifiesto el amor y la bondad de Dios.
El fin último de la vida cristiana no es mi perfección, es la glorificación de Dios. Para conseguir esto, el fin secundario o relativo es mi santificación.
Todo hay que hacerlo por Dios y para Dios, y esta comunión con él me hace santo.
Jesús es el modelo: todo lo hace para gloria del Padre. Y yo también doy gloria a Dios si manifiesto en mi vida su bondad.
Para reflexionar:
¿Aspiro a ser santo? ¿Cómo doy gloria a Dios? ¿Me siento tentado a decir que la santidad no es para mí?

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