La Encíclica Redemptoris Missio de S.
Juan Pablo II comienza así: “La misión de
Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse”.
Y esta es nuestra misión: “Id, pues, y haced discípulos a todos los
pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo;
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20).
Debemos
dar a conocer a Cristo y su evangelio. Esto lo debemos hacer todos los
bautizados que formamos la Iglesia, pues ella es misionera por su propia naturaleza. Pero solo quien se ha
encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús, será discípulo misionero.
La primera e insustituible
forma de llevar adelante esta misión es mediante el testimonio de vida
cristiana, es decir, viviendo, haciendo y diciendo lo que Jesús vivió, hizo y
dijo.
Además, la evangelización
también debe proclamar que en Jesucristo, se ofrece la salvación a todos los
hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios.
Pero esta tarea que nos ha
sido encomendada está aún en sus comienzos, porque nos falta la alegría que
procede de haber hecho experiencia del gran amor que Dios nos tiene, y porque nos
falta la esperanza de que esa misión la podemos realizar.
Lo importante es tener la
confianza que brota de la fe que nos dice que no somos nosotros los
protagonistas de la misión, sino Jesucristo y su Espíritu. Nosotros únicamente
somos colaboradores.
Jesús nos da la certeza de
que no iremos solos en la misión, sino que recibiremos la fuerza y los medios
para desarrollarla, de forma que “ellos
se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba” (Mc 16, 20).
Debemos ser misioneros de
la caridad: anunciar a todo hombre que es amado por Dios y que él mismo puede
amar como Cristo nos amó.
La actividad misionera se
fundamenta y se vive mediante la unión personal con Cristo, por eso la llamada
a la misión deriva de la llamada a la santidad.
Jesús nos indica los
caminos de la misión: pobreza, mansedumbre, aceptación de los sufrimientos y
persecuciones, deseo de justicia y de paz, caridad; nos indica que para
evangelizar debemos vivir las Bienaventuranzas.
La necesidad de que todos
los fieles compartan la responsabilidad de la misión es un deber-derecho basado
en la dignidad bautismal, por la cual los laicos deben trabajar para que el
mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo. Todos debemos
evangelizar y dejarnos evangelizar.
Para reflexionar:
¿Sentimos la llamada a
evangelizar? ¿Qué nos falta para ser misioneros? ¿Estamos comprometidos en esta
tarea o pensamos que es cosa de otros?
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