Nos dice la Encíclica de S. Juan Pablo II Redemptoris
Missio: “El testimonio de vida cristiana
es la primera e insustituible forma de la misión”.
¿Cuál es nuestra misión?: Todos los evangelistas,
al narrar el encuentro del Resucitado con los Apóstoles, concluyen con el
mandato misional: “Id, pues, y haced
discípulos a todos los pueblos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar
todo lo que os he mandado” (Mt 28, 18-20a).
Por mi testimonio, es decir, a través de mi modo de vida debo permitir que otros se encuentren con
Jesucristo, pero mi pobre vida ¿puede
testimoniar la grandeza del amor que Dios nos tiene? Mi vida miserable ¿puede
testimoniar que Dios nos acepta como somos y se acerca a cada uno de nosotros
para que vivamos felices? Mi insignificante vida ¿puede testimoniar que Dios
con su infinita misericordia nos perdona y se alegra de que formemos parte de
su familia?
Sí, es posible, porque la tarea que me ha confiado Jesús de ir a todas las
gentes por todo el mundo, no la voy a hacer solo, recibiré la fuerza y los
medios para llevarla a cabo: “ellos se
fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba” (Mc 16, 20).
El Espíritu Santo es el protagonista de la misión: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los
días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20b). Somos enviados en el Espíritu.
Y, ¿qué puedo aportar
yo?, ¿cómo puedo colaborar con el Espíritu Santo?: pues precisamente con lo que
soy y tengo: con esa vida frágil y miserable, llena de dudas y de cobardía,
egoísta y cómoda, lamentable y decepcionada en numerosas ocasiones.
Pero yo, persona débil
y pecadora, puedo decir en voz alta y se puede leer claramente en mi
trayectoria vital, que Dios ha estado a mi lado. Nunca me ha abandonado,
incluso cuando peor me he portado, mejores caminos me ha ofrecido para que me
dé cuenta de cuánto me ama, cambie de rumbo y vuelva a él.
La fuerza de mi testimonio radica en mi debilidad.
Ante las dificultades que tengo para realizar la misión encomendada, así me responde
el Señor: “Te basta mi gracia: la fuerza
se realiza en la debilidad” (2Cor 12,9a).
De forma que
yo como S. Pablo presumo de mi debilidad:
“Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la
fuerza de Cristo” (2Cor 12,9b).
Solo el que se siente débil, pecador y reconoce su
limitación, es capaz de confiar en Dios y abrirse a él para que sea su fuerza.
El que se cree capaz de hacerlo todo bien por si solo, no necesita la fuerza de
Dios y fracasará en su misión.
Para la misión solo tengo que abrirme a la Gracia de
Dios, a su Espíritu, que me une a Jesús, de forma que: “vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal
2, 20a). Así puedo amar con él y desde él: única forma de llevar adelante mi
misión “porque sin mi (Jesús) no podéis hacer
nada” (Jn 15, 5b).
Por el bautismo y por la acción del Espíritu Santo
estamos injertados a Cristo. Nuestra tarea es dejarnos llevar por el Espíritu
Santo para vivir y actuar con Cristo.
Para reflexionar:
¿Qué pienso que debo hacer para ser buen cristiano?
¿Qué valoro más en mi tarea como cristiano, mi esfuerzo personal en hacer
buenas obras o el ser dócil al Espíritu Santo?
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