domingo, 20 de enero de 2013

EL DIOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO II

Cuando se escribe el Génesis se está en el exilio, la fe del pueblo de Israel que se había venido abajo se ha recuperado, y ahora es todo a lo grande, ven a Dios con un gran poder, capaz de crear al mundo.
Es además un Dios cercano y familiar, se le nombra como el Dios de nuestros padres, a quienes se les apareció por primera vez y que fundaron su culto. Está ligado a un grupo, al que protege, acompaña, promete una tierra y descendencia.
Aparece la fe como un encuentro personal con Dios, como una experiencia personal.
Es un Dios que sale al encuentro de sus criaturas para establecer una alianza. La historia de la salvación es una historia de alianzas de Dios con la humanidad. Es un Dios fiel que cumple las promesas.
Dios revela su nombre a Moisés: "Yo soy el que soy",  se  manifiesta como el que es, el que existe, el que actúa, en favor de Israel, como el que lo libera y lo salva.
La salida del pueblo judío de Egipto se convierte en una auténtica liberación, en una verdadera salvación. Esta salida es el primer paso de un proyecto más ambicioso.
Yahvé es presentado como un guerrero que combate por su pueblo. La victoria de Yahvé es una victoria de la libertad y de la vida, sobre la esclavitud y la muerte.
Entre el punto de partida y el de llegada (la tierra prometida), se interpone un largo camino, con el Sinaí que es donde Yahvé se manifiesta y constituye a Israel como su pueblo, le revela su ley y concierta una alianza, les transmite el decálogo y el código de la alianza, que es el compromiso del pueblo con su Dios.
Yahvé no admite ningún dios rival. Es un Dios celoso que pide cuenta de las transgresiones a los que le odian, pero muestra misericordia con los que le aman y observan sus mandamientos.
La salida de Egipto se cierra con la entrada en la tierra prometida, que no es para vivir relajadamente, es para trabajarla, y Dios les regala la tierra y lo necesario para que fructifique. Al ser herencia recibida de Dios se debe conservar, cuidar y proteger.
Dios es el Dios de Israel, el que los sacó de Egipto para hacer alianza en el Sinaí. Israel se constituye como pueblo de Dios en el Sinaí.
La idea de Yahvé como Dios de Israel y de éste como pueblo de Dios constituye la fórmula central de la alianza.
La relación entre ambos tiene como base el amor de Dios, que por pura iniciativa suya eligió a Israel como pueblo de su propiedad personal. Por eso Dios interviene ante su pueblo con exhortaciones, amonestaciones y castigos, que han ido en aumento hasta desembocar en la destrucción de Jerusalén.
Pero la palabra de Dios se cumple siempre; la promesa de la casa de David está vigente. El futuro del pueblo se halla en las manos del Señor. La entrada de Israel en la tierra fue don suyo y la vuelta a la misma habría de interpretarse como pura gracia de Dios. 
La caída de Jerusalén y el destierro son consecuencia de las continúas infidelidades de Israel a la ley del Señor. 
La relación constante entre Dios y su pueblo se manifiesta en la retribución. Dios aparece como justo juez, que premia y castiga. Israel ha de mantenerse fiel al Señor y ser reverente en el culto que le tributa.
El Dios de los profetas es el Dios que habla por su boca. De ahí, la fórmula de mensajero, con que se abre a menudo el mensaje profético: "así dice Yahvé".
La palabra de Dios son los oráculos de condena y de salvación, es la denuncia profética y la invitación a la conversión.
Los profetas se esfuerzan por mostrar que Yahvé es el verdadero Dios de Israel, denuncian la injusticia social, presentan a Yahvé como el marido y a Israel la esposa infiel a la que perdona y promete volver a desposarla para siempre, describen a Yahvé como un padre que rodea de ternura y cariño a su hijo Israel, aparece como santo, como rey y señor de los ejércitos cuya gloria llena toda la tierra.
Yahvé castiga y condena el pecado de Israel, pero antes invita a la conversión y ofrece su perdón.
Aparecen oráculos de condena en los que Dios aparece como juez soberano, que interviene en los acontecimientos del mundo, y oráculos de salvación, entre los que destaca el anuncio de la nueva alianza de Dios con su pueblo.
Se habla de Dios como creador y salvador. Su poder creador se pone al servicio de su plan salvador, su amor no se limita a Israel, sino que se extiende a todos los seres.
El Dios de los profetas es polifacético. Cada profeta destaca rasgos particulares de Dios. Es el Dios por el que ellos se han dejado seducir, el Dios que ha transformado su vida y que han transmitido en su mensaje.
Los profetas, más que hablar del ser mismo de Dios, hablan de la actuación de Dios en la historia. Así van saliendo una serie de atributos divinos (celoso, santo, misericordioso, eterno…), títulos y funciones de Dios (creador, esposo, juez, padre, salvador…), así como también imágenes verbales (león, cazador, médico, pastor…).
Los salmistas tienen conciencia de su pertenencia al pueblo de Dios, se sienten hijos de Dios, de ahí, que acudan a Él llenos de confianza, bien sea para alabarlo o para pedirle algo.
La intervención de Dios es siempre liberadora y devuelve la alegría y la seguridad al orante, que a menudo expresa su comunión con Dios.
 

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