Con la parábola del buen samaritano Jesús nos enseña que el amor
que debemos tener a todas las personas tiene que demostrarse prácticamente.
Nosotros poseemos un amor natural que
nos lleva a amar a aquellos
con quienes estamos ligados por lazos de sangre y de amistad, pero de Dios nos
viene un amor sobrenatural que ensancha nuestro corazón y nos permite amar a
todos al considerarlos hermanos.
Cuando el amor sobrenatural se suma al natural podremos tener la
capacidad de amar a nuestros enemigos, pues ya no veremos en el hombre que nos
hiere su malicia ni su antipatía ni su enemistad, mas bien veremos las heridas
que se ocasiona a sí mismo por sus dificultades con nosotros y consigo mismo.
Debemos cambiar los sentimientos negativos que podamos tener
contra quien nos ha ofendido por un amor hacia él, y esto comienza por orar por
quien nos ha ofendido.
Pretendemos con nuestra oración y actitud, por un lado, liberarnos
de nuestro egoísmo, pues amando solo a los que nos aman nos estamos amando a
nosotros mismos ya que estamos esperando de ellos correspondencia o algún
beneficio; y por otro lado, que pueda amar él también.
Si verdaderamente amamos a nuestros enemigos, perdonaremos de
corazón la ofensa aún antes de que el ofensor pida perdón.
La gracia de Dios que es la que nos posibilita amar de esta forma
nos mueve no solo a perdonar sino a echar una mano al otro a quien vemos
enredado en su rencor y en su amargura, y también a pensar en su buena voluntad
y disposición, aun cuando a veces nos traten injustamente o nos mortifiquen.
Para facilitar este amor a los enemigos no debemos estar
recordando constantemente el agravio o las ofensas que hemos sufrido, ni hablar
sin necesidad de ello, pues estaríamos dando pie a mantener vivos en nuestro
corazón los malos sentimientos.
La mejor prueba para detectar si tenemos una voluntad sincera de
perdonar al ofensor es ver si estamos dispuestos a ayudarle cuando
se halle necesitado.
El reconocer los valores y éxitos de nuestro ofensor nos ayudará a
luchar contra el rencor y el odio, pero la principal fuerza que poseemos para
cumplir este mandato de Jesús de amar a nuestros enemigos la recibimos del
propio Jesús, que a través de la oración y los sacramentos entra en comunión
con nosotros y nos llena de su amor, de su Espíritu, que es el que nos capacita
para amar como él ama.
Para reflexionar:
¿A quiénes amamos y por qué? ¿Si solo amamos a los que nos aman,
somos egoístas? ¿Podemos realmente amar a quienes nos ofenden continuamente?
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