Jesús
nos invita a ser humildes, quiere que aprendamos de Él que es “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).
Pero, ¿qué significa ser humilde?
Humildad
no son sentimientos o complejos de inferioridad, ni es abajarse ante la
grandeza de otra persona. No es ser una persona que no se hace notar, que no
opina de nada y aparenta no estar a la altura de ningún tema, o que no le
importa ser pisoteado por todo el mundo.
Ser humildes no significa despreciarnos sino tener
el sentido exacto de lo que somos en relación con Dios.
Es sentirnos creaturas limitadas y pecadoras ante Dios perfecto y santo.
La humildad se refiere a nuestra relación con Dios y
no con el prójimo. En
esa perspectiva, humildad es verdad, porque el humilde conoce y reconoce su
debilidad y pequeñez, y la usa para vincularse más con Dios. Es reconocer la realidad de nuestro ser, nuestra bajeza y
la miseria de nuestro obrar, con referencia a Dios.
La
humildad es la verdad sobre nosotros mismos, es decir, no creerte más pero
tampoco menos de lo que verdaderamente eres. El hombre humilde es y se siente
por sí solo muy débil, necesitado y defectuoso; pero unido con Dios, es y se
siente de un valor muy grande.
La
humildad nos permite alcanzar los más altos ideales, pues es la forma que Dios
tiene de ensalzarnos. Reconocer nuestra pequeñez es darnos cuenta de la
necesidad que tenemos de Dios y contar siempre con su ayuda. Nos permite vivir
unidos a Dios, y con Él lo podemos todo.
Jesús
lava los pies, se humilla hasta morir en la cruz. Une su humildad a una disponibilidad
servicial para con el prójimo.
Por
eso el hombre humilde es servicial y se pone desinteresadamente a disposición
de los hermanos. La humildad cambia nuestras relaciones sociales al hacernos
más comprensivos con los defectos de nuestro prójimo. Ya no miramos la paja en
el ojo ajeno sino que nos centramos en la viga que tenemos en el nuestro.
Jesús
quiere constituir una sociedad de iguales siendo humildes y sencillos de
corazón. Por eso “el mayor entre vosotros
se ha de hacer como el menor” (Lc 24,26), pues Jesús está en medio de
nosotros “como el que sirve” (Lc
24,27).
Jesús
nos exhorta a no pretender alcanzar el éxito buscando el prestigio, sino en el
servicio permanente y desinteresado a los demás. La verdadera grandeza humana
la alcanza no el vanidoso, no el soberbio, no el que se cree más que los demás
por ser importante, sino el humilde, el que en todo procede con sencillez.
Para
descubrir quién soy y cuál es mi verdadero valor es necesario conocerme a mí
mismo a la luz del Señor Jesús. En Cristo descubrimos la verdad sobre nosotros
mismos y de Él podemos aprender a ser humildes.
Para
reflexionar:
¿Pienso
que la humildad es una debilidad? ¿Para qué sirve ser humilde?
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