Nos
gusta ser bien vistos y alabados por la gente, por eso en cualquier reunión
destacamos las cualidades que tenemos o los bienes que poseemos. Solemos tener
un alto concepto de nosotros mismos que nos lleva a buscar los primeros puestos
y a pretender que las cosas se hagan según nuestros criterios. Es querer ser
servido en lugar de servir, ser ensalzado en lugar de mostrarnos disponibles,
ser amado antes de amar.
Pero
estos conceptos no son los que se valoran para entrar en el banquete del Reino
de Dios. Lo último de nuestra escala humana se convierte en lo primero en la
divina, lo de arriba se convierte en lo de abajo.
Así
nos lo dice Jesús: “Cuando te conviden a
una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a
otro de más categoría que tú; y venga el
que os convidó a ti y al otro, y te diga: Cédele el puesto a este. Entonces,
avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete
a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te
diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los
comensales” (Lc 14,8-10).
Esta
lección de Jesús es para decirnos que el que se cree justo y piensa que merece
el primer puesto, oirá “cédele el puesto
a este” y se irá avergonzado.
Jesús, para evitarnos humillaciones nos aconseja humillarnos nosotros mismos.
Pretender
obtener honor y gloria por nosotros mismos nos lleva a una actitud egoísta y
soberbia que nos rebaja, en cambio, quien se humilla e inclina su cabeza
delante del Señor y pide perdón, será ensalzado.
Los
puestos de honor en el Reino de los Cielos no son para los que creen tener
privilegios, para los soberbios y vanidosos; sino para los humildes y sencillos
de corazón.
Los
valores de la sociedad humana son puestos en evidencia por los convidados que
escogían los primeros puestos. Jesús invierte la escala de valores: A todo el
que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán. Es la condena
de cualquier suficiencia.
El
buscar los puestos principales es un comportamiento que nos perjudica porque
nos convierte en rivales unos de otros, nos lleva a la desconfianza, a la
envidia, a los atropellos.
Este
es uno de los misterios del Reino de Dios: “el
que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc
14,11).
Para
reflexionar:
¿Qué
puesto buscamos en la sociedad? ¿Estamos dispuestos a ceder los mejores puestos
a los demás?
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