Jn 20, 21-23: Jesús repitió: “Paz a vosotros. Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos
y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”.
El pecado, como ofensa a Dios y al prójimo, solo puede
ser perdonado por Dios, pero en este texto, Jesús envía a sus discípulos y les
otorga el don del Espíritu Santo para el perdón de los pecados.
Jesús
delega a sus discípulos su propia misión, y estos deben adoptar su misma
actitud de paz y reconciliación.
Nos dice a sus discípulos que a quienes dejemos libres
de los pecados, quedarán libres de ellos. Todos los cristianos tenemos poder,
en el Espíritu, para perdonar los pecados. Podemos ser gente de reconciliación:
con nosotros mismos, con los demás, con la naturaleza…
Jesús quiere darnos vida, pero donde hay
pecado no hay vida, por eso nos da el poder de perdonar los pecados, para
devolver la vida a quien la ha perdido. La transmisión de vida que nos ofrece
Jesús pasa por el perdón de los pecados.
Los destinatarios de estas palabras de Jesús es toda la comunidad,
que con el don del Espíritu comienza una nueva vida, una nueva creación, que no
será posible sin el perdón de Dios como base de reconciliación entre todos los
hombres.
La reconciliación por Cristo la debemos realizar y hacer creíble
todos los cristianos, toda la Iglesia, de cara a la sociedad.
Para ser perdonados debemos perdonar. En el Padre
Nuestro, ante la súplica a Dios de que nos perdone, pone la condición de que
perdonemos: “Perdona nuestras ofensas como
también nosotros perdonamos”.
En esta oración le pedimos perdón porque reconocemos
que no siempre hemos cumplido su voluntad, ni acogido su Reino, ni santificado
su Nombre, pero al mismo tiempo, al acoger su misericordia, nos comprometemos a
tener sus mismos sentimientos, a perdonar nosotros también.
Dios nos perdona si nosotros queremos, si
se lo pedimos, si nos arrepentimos y si perdonamos al prójimo. Si no se dan
estos requisitos Dios no puede perdonarnos. Anteponemos el perdón al prójimo
como condición para recibir el perdón personal.
Nos dice Jesús que si perdonamos a los demás sus
culpas nuestro Padre también nos perdonará, pero que si no perdonamos, tampoco
seremos perdonados (Mt 6, 14-15).
Dios nos ama y nos quiere perdonar, pues el perdón es
manifestación de su amor. Pero si voluntariamente nos cerramos a Dios, estamos
rechazando su amor y su perdón, Dios así no nos puede perdonar.
En cambio, si nos abrimos a Dios recibimos de él su
amor que nos lleva a amar y a perdonar a los demás, es así como Dios nos puede
perdonar.
Jesús
resucitado nos da el Espíritu Santo que es quien
nos enseña a amar, a perdonar, a olvidar las injurias; a buscar y hacer el bien
sin esperar recompensa; a confiar en Dios y a amarle sobre todas las cosas.
Quien recibe este Espíritu no sólo se santifica, sino que es capaz
de santificar, de perdonar pecados, de trabajar por un mundo nuevo.
Para reflexionar:
¿Sentimos que con el Espíritu Santo recibimos el poder de perdonar
pecados? ¿Cuál es la clave para ser perdonados
por Dios?
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