miércoles, 30 de julio de 2014

PECADO

Pecado es una deslealtad al amor de Dios que nos impide ser capaces de descubrir su grandeza y la bondad que nos tiene.
El pecado nos lleva a la desobediencia y la desconfianza, a desobedecer la voluntad de Dios y desconfiar de que lo que él nos dice es verdad y bueno.
Pecado es rechazar la misericordia y la oferta de salvación de Dios. Este es el pecado que no se puede perdonar, que va contra el Espíritu Santo, pues con ese rechazo la persona misma ya se ha condenado, se autoexcluye de la participación del cielo.
El pecado es siempre una múltiple ruptura, ya que el ser humano es relacionado. Provoca una desarmonía consigo mismo: egocentrismo y egoísmo; con el mundo: nos hace esclavos de las cosas; con los demás: insolidaridad; y con Dios: impiedad, indiferencia.
El pecado de cada uno repercute en los demás, actúa contra toda la Iglesia y es un obstáculo para la conversión del mundo.
Existe un pecado venial que no rompe la amistad con Dios, pero debilita la caridad y nos predispone a llegar al pecado grave o mortal, que es el que nos priva de la vida de gracia y nos aparta de Dios, destruye la caridad, y nos hace preferir bienes inferiores a superiores.
Para que un pecado sea mortal se requiere que tenga como objeto una materia grave; que sea cometido con plena advertencia, es decir, conociendo lo que se hace; y que se realice con deliberado consentimiento, es decir, queriendo lo que se está haciendo. El pecado supone que se sabe lo que se va a hacer y se hace.
El desarrollo de la vida cristiana es que nos viva más Jesús y menos el pecado, ser guiados por el Espíritu Santo y no por el maligno o por lo que me apetece.
No solo hay que evitar el pecado, sino también la pérdida de sentido de pecado que nos lleva a no sentir dolor cuando ofendemos a Dios, nos confesarnos de las cosas que hemos hecho mal sin sentir dolor por ello, perdemos el sentido del bien y del mal y justificamos todo lo que hacemos.
El diablo tienta simulando el bien (pues lo malo lo rechazamos), es el engaño por el que el mal asume la máscara del bien, es la confusión entre el bien y el mal.
La seducción nos hace ver que algo no es malo a base de medias verdades y engaños.
El diablo seduce a los hombres para que se olviden de Dios y de sus preceptos. Procura que no estemos al servicio de Dios.
La tentación más frecuente es la acedía: pereza o desgana que nos lleva a orar poco, y hace que cuando vamos a orar se nos presentan como prioritarios otras obligaciones o trabajos.
La tentación nos enseña a conocernos y a ser humildes, a reconocer la propia debilidad. Le pedimos al Señor que no nos deje caer en la tentación.
Para reflexionar:
¿Hemos perdido el sentido de pecado? ¿Justificamos todas nuestras acciones y no vemos nada malo en ellas? ¿Tenemos la suficiente humildad para reconocernos pecadores?

domingo, 20 de julio de 2014

CARIDAD: DIMENSIÓN ESENCIAL DE LA IGLESIA

La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la palabra de Dios, celebración de los sacramentos y servicio de la caridad.
Son tareas que se implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia la caridad no es una especie de actividad de asistencia social, sino que pertenece a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia.
Si bien esto es así, durante mucho tiempo ha existido en la Iglesia escaso aprecio de la acción diaconal, como si no fuese tan importante como la acción sacramental o catequética o la piedad popular.
Pero no hay caridad sin comunidad, pues es la comunidad la que se dispone a servir a los pobres con un estilo y una identidad propia, al seguir el mandato de Jesús de amarnos unos a otros como él nos ama.
Jesús ha unido el mandamiento de amar a Dios con el del amor al prójimo. Y, puesto que él nos ha amado primero, ahora el amor ya no es solo un mandamiento, sino la respuesta al don del amor. Por eso, el primer mandamiento debería ser dejarnos amar por Dios por encima de todas las cosas, para así poder amar a Dios y al prójimo sobre todas las cosas.
Jn 13,34: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros”.
Jesús, amando a los suyos “hasta el fin”, manifiesta el amor del Padre que ha recibido, nosotros, al amarnos unos a otros imitamos el amor de Jesús.
Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo, y es nuevo porque no es nuestro criterio normal de actuación, ni el de nuestro mundo. Seguir el mandamiento de Jesús siempre comporta cambiar, convertirse, romper las maneras de vivir que llevamos metidas en nuestro interior.
"Que os améis unos a otros". Amar quiere decir querer la felicidad del otro, y ser capaz de renunciar a cosas y posiciones propias para que el otro pueda ser feliz.
Y cuando decimos "el otro", no pensamos sólo en los que tenemos más cerca, o en los que nos caen bien, sino en todos, y nos lleva a luchar contra las injusticias, las malas condiciones de trabajo de mucha gente, las desigualdades, nuestro propio bienestar, etc. Cuando Jesús nos llama a amar, nos llama a esto.
Y al final de todo, el mandamiento de Jesús acaba con unas palabras definitivas: "Como yo os he amado". Y él nos ha amado así: dándolo todo, dando la vida.
Jesús nos ha dejado un mandamiento nuevo. Pero nos ha dejado, a la vez, el sacramento de su presencia por siempre entre nosotros, que es la fuerza que nos ayuda a amar.
Para reflexionar:
¿Es la experiencia del amor de Dios la que me mueve a amar como él ama?
¿Cómo puedo ser capaz de amar como Jesús ama? ¿Hasta dónde puedo entregar mi vida?

lunes, 14 de julio de 2014

POBRES DE ESPÍRITU

Mt 5, 3: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”.
Lc 6,20: “Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios”
Lucas dice “pobres” y Mateo utiliza la expresión “pobres en el espíritu” o “pobres de espíritu” que es un tanto enigmática.
Jesús tiene un corazón grande para amar, ama a todos, pero por exigencia del propio amor, ama más intensamente a aquél que más lo necesita, se pone de parte de los desfavorecidos del mundo.
Jesús actúa así, porque Dios es así. Dios se nos revela como el Dios de los pobres, de los desheredados, de los abandonados.
Debemos ser sencillos, humildes y obedientes delante de Dios, porque Dios salva y libera a pobres, viudas, huérfanos, pequeños…
Los pobres, en su humildad, están cerca del corazón de Dios, al contrario de los ricos que sólo confían en sí mismos.
Pobres de espíritu son los que no tienen nada, nadie se preocupa de ellos, y por eso dirigen la mirada a Dios y no confían en nada más que en la fuerza salvadora de Dios.
Pobres de espíritu son los que se abren al mensaje de Jesús, gente humilde, sencilla, abierta a la llamada del Señor.
Pobres de espíritu son los que no alardean de sus méritos ante Dios, los que se saben limitados y aceptan con sencillez lo que Dios les da y viven en conformidad con Dios.
Pobres de espíritu son los que se hacen niños.
Pobres de espíritu son los que se han hecho pobres porque no se apegan a ninguna riqueza ni se dejan esclavizar por las cosas.
Pobres de espíritu son los que comparten lo que son y lo que tienen, no guardan sus tesoros ni se encierran en sí mismos. Son despegados ante las cosas materiales, son generosos y viven en libertad.
Pobres de espíritu son los que aman, pues todo el que ama se hace pobre.
La promesa que se les da a los pobres de espíritu es que de ellos es el reino de los cielos, pues esta pobreza lleva a un tipo de vida austero, humilde, solidario, confiado, servicial…  que hacen presente los valores del reino de Dios.
Jesús, reino de Dios, es de los pobres de espíritu, está con ellos.
Para reflexionar:
¿Cómo es mi vida, en quien confío? Si Dios tiene predilección por los pobres ¿estoy yo entre sus preferidos?

jueves, 10 de julio de 2014

TEORÍA DE LA DECISIÓN FINAL (JUICIO FINAL)



El hombre posee una unidad personal de alma y cuerpo, pero el alma (espiritual e inmortal) subsiste después de la muerte sin el complemento del cuerpo, tiene la posibilidad de amar y conocer, y goza de la contemplación de Dios a la espera del cuerpo que resucitará tras la victoria final de Cristo sobre la muerte en la Parusía.
Por tanto, en el momento de la muerte, hay una parte del hombre que sobrevive, es el alma, que abandona el cuerpo y se presenta ante Dios para ser juzgada y decidir su futuro.
De forma que, las almas de los justos que no tienen nada que purgar, inmediatamente después de la muerte ya participan de la vida de Dios, y las almas de los que mueren en pecado mortal van al infierno.
Pero en el momento de la muerte, el alma, que sigue teniendo voluntad y libertad, ¿puede arrepentirse y ser perdonada antes de que ocurra el primer juicio particular?
Los Santos Padres decían que cuando el alma sale de este mundo tras la muerte, ya no puede arrepentirse.
Santo Tomás dice que los ángeles son libres, pero que cuando toman una decisión es para siempre, no la pueden cambiar; y añade que nosotros al morir adquirimos esa psicología angélica, por lo que en el momento de la muerte, el alma, que aún está dentro del cuerpo ya no puede cambiar de decisión. Una vez separada del cuerpo el alma se dirige a Dios con la decisión final ya tomada.
Por tanto, la última decisión del alma, aún en el cuerpo, en el instante de la muerte es invariable y es la que presentaremos ante Dios en el juicio final.
Pero el Cardenal Cayetano (teólogo dominico del S. XVI) refuta esta teoría de Santo Tomás, y dice que en el último segundo de la vida, el alma sale del cuerpo y aún no está en la eternidad, y en ese momento el alma puede tomar la última decisión como ángel, sin posibilidad de cambiar. Esta es la hipótesis de la decisión final.
Por tanto, según Cayetano, ante la visión de Dios previa al juicio particular, el alma libre y con voluntad, puede tomar su última decisión.
¿Qué alma ante la visión de Dios podrá negarle aunque en la tierra lo haya hecho?
La Iglesia que tiene el poder de perdonar los pecados, tras la muerte ya no puede perdonar, escapa de sus posibilidades, por lo que esta teoría no es doctrina oficial de la Iglesia, queda en una hipótesis.
Ante esta reflexión, a nosotros nos queda confiar en que el Señor nos dará a todos la oportunidad para poder decirle sí o no. Dios no deja a nadie sin oportunidades suficientes para optar por él.
Y si tenemos el deseo de estar con Dios, lo normal es que nuestra vida haya estado orientada hacia él, y no renegaremos de Dios al final, sino que más bien puede ocurrir lo contrario.

Para reflexionar:
¿Cuál es la opción preferente por la que hemos optado en esta vida? 
El que ha negado a Dios y al prójimo en esta vida, al presentarse ante Dios  tras la muerte ¿tendrá la oportunidad de cambiar de opción?

martes, 8 de julio de 2014

CARÁCTER ECLESIAL DE LA FE

Confesamos en el credo: “creo la Iglesia”. Al decir esto confesamos que ella es obra de Dios, pues hay que distinguir lo que es Dios y lo que es obra de Dios. Por eso podemos decir creo por la Iglesia, creo desde la Iglesia. Se cree a Dios en la Iglesia.
La fe es un acto personal, es la respuesta libre del hombre a Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado, sino que se realiza en comunión con toda la Iglesia.
Nadie puede creer solo. Sin el apoyo de la comunidad, la fe no puede sostenerse. La fe de la Iglesia sostiene y soporta la fe personal.
La fe del cristiano es una participación de la fe común de la Iglesia. Si se aparta de la Iglesia, no puede seguir creyendo en el Dios revelado en Cristo.
Nadie se ha dado la fe a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro. Nadie alcanza la fe como fruto de reflexiones, la fe se engendra por el anuncio. Ningún individuo ni ninguna comunidad, puede anunciarse a sí mismo el Evangelio.
Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente, con su fe genera un testimonio, que es invitación a que otros hagan la misma experiencia y vean cómo la fe va transformando la propia vida. La fe se transmite con palabras y obras.
Creer es adherirse al testimonio de otros y a la experiencia que la comunidad tiene de Dios.  Quien dice yo creo, dice yo me adhiero a lo que nosotros creemos.
El don de la fe se recibe por medio de la Iglesia, que es quien conserva íntegro el contenido de la fe. Cada uno recibe la fe de la comunidad, la testifica junto a los otros y ayuda a transmitirla.
Por mediación de la Iglesia y dentro de la Iglesia, el cristiano puede decir “creo en Dios”.
Hay una íntima vinculación entre fe y bautismo. La Iglesia realiza el bautismo y, con él, otorga el don de la fe. Además, la Iglesia educa y alimenta la fe por medio de los sacramentos.
La Iglesia no cesa de confesar su única fe, ya que existe una unidad de la fe tanto en el espacio como en el tiempo. Mi fe es la misma que la de otros.
La fe cristiana es, en su esencia, a la vez personal y eclesial. No podemos caer en la tentación de vivir la fe en solitario, despreciando la mediación eclesial.
Para reflexionar:
¿Necesito a la Iglesia para vivir mi fe? ¿Dónde y cómo doy testimonio de mi fe?

miércoles, 2 de julio de 2014

EL ALMA I

El alma nos permite ser algo más que seres vivos, nos hace trascendentes: ser capaces de Dios.
El ser humano es cuerpo y alma, uno. El espíritu y materia están unidos, formando una única naturaleza.
El alma es espiritual. No es producida por los padres, sino directamente creada por Dios. La materia no puede crear espíritu.
El alma es inmortal, tiene principio pero no final. Por tanto, no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte. Y se unirá de nuevo al cuerpo inmortal en la resurrección.
El hombre tiene 2 grandes partes: la sensitiva formada por el cuerpo vivo, y la espiritual formada por el entendimiento, la voluntad y la memoria.
En lo que respecta al alma, esta tiene 2 partes, una sensitiva o parte inferior que es común al hombre y al animal y que se basa en los sentidos; y otra racional-espiritual o parte superior del alma, común con los ángeles.
Si vivimos en base a los sentidos nos podemos equivocar, pues no siempre captan la verdad.
Los sentidos dan lugar al apetito sensible, que nos impulsa a desear las cosas agradables que no poseemos. Intentan “engañar” al entendimiento para que la voluntad se mueva a obrar según ellos quieren.
Lo que los sentidos presentan al alma nos van a producir amor, deseo, esperanza, placer, odio, aversión, tristeza, dolor, ira…
El que vive sólo de los sentidos es inmaduro.
La parte superior del alma son las potencias del alma: el entendimiento y la voluntad. La memoria también se puede considerar potencia del alma.
Esta parte del alma nos da capacidad para comunicar con Dios, y gracias a ella somos capaces de la verdad, del bien y del amor.
En este fondo del alma está Dios, que es quien da vida a la vida del alma. A Dios no se le oculta nada porque está en la sustancia del alma.
Hemos sido creados por Dios y para Dios, y a Dios lo tenemos dentro. Pero si vivimos fuera y no dentro, entramos en tensión. Por eso en nuestra vida debemos permitir que Dios pueda influir con su don de amor, y podamos apetecer desde Dios, no desde fuera.
Lo deseable es que nuestro entendimiento, voluntad y pasiones lo tengamos desde Dios. Nunca ocurre esto plenamente en nuestra vida.
Para reflexionar:
¿Qué es lo que nos mueve a obrar? ¿Vivimos con la influencia de Dios o con la de los sentidos?

EL ALMA II

Dios mora en lo íntimo del alma.
La unión con Dios se produce a través del amor. Conforme vamos entrando en el amor de Dios nos vamos uniendo con él.
En esta interioridad del alma no puede entrar más que el Espíritu (ningún otro espíritu creado puede entrar, ni siquiera el tentador).
Dios está en nuestro interior, pero podemos no estar con Él. Si Dios está dentro ¿Por qué no lo encontramos?: porque estamos fuera.
Sólo por la oración entramos en relación con Dios, respiramos su amor y verdad. Quien no ora vive fuera, y así no vivimos en el amor y en la verdad, sino de lo que nos apetece.
El proceso de la vida cristiana es vivir desde dentro, desde Dios.
Los sentidos son órganos corporales, son las ventanas del alma por la que le llega el conocimiento del mundo exterior y despierta en ella los apetitos, pasiones y deseos.
Pero el destino del alma no son las cosas creadas sino el Creador. Por eso debe purificarse y liberarse de los apetitos y deseos para no dejarse llevar por ellos como motivo de razón y de actuar.
Dios quiere que permanezcamos en su amor y que perseveremos en la oración con él. La oración hace que vivamos menos de los sentidos, y hagamos las cosas por Dios.
Para conseguir esto es necesario que a las potencias naturales se les ofrezca algo que las atraiga y satisfaga más que cuanto naturalmente pueden gustar y conocer.
Para ello, Dios nos empieza a dar la luz de la fe y comenzamos a movernos por las verdades reveladas.
Entonces creemos a Dios y por medio de Dios. Esto nos permite pensar y reflexionar desde Dios, estamos en Él.
Esta es la vida que viene desde Dios. Ya vivimos desde nuestro interior, lo cual no quiere decir que hay que olvidarse del exterior, pues cuanto más vivimos en Dios, más amamos a las personas.
Cuanto más vivo en Dios más soy yo, porque no vivo de lo que me apetece, sino que vivo en armonía con la verdad y el amor.
Para reflexionar:
Cuando nuestra alma sale con el entendimiento y la voluntad para encontrarse con el mundo exterior ¿habla y obra desde Dios?