Pecado es una deslealtad al amor de Dios que nos
impide ser capaces de descubrir su grandeza y la bondad que nos tiene.
El pecado nos lleva a la desobediencia y la
desconfianza, a desobedecer la voluntad de Dios y desconfiar de que lo que él
nos dice es verdad y bueno.
Pecado es rechazar la misericordia y la oferta de
salvación de Dios. Este es el pecado que no se puede perdonar, que va contra el
Espíritu Santo, pues con ese rechazo la persona misma ya se ha condenado, se
autoexcluye de la participación del cielo.
El pecado es siempre una múltiple ruptura, ya que el
ser humano es relacionado. Provoca una desarmonía consigo mismo: egocentrismo y
egoísmo; con el mundo: nos hace esclavos de las cosas; con los demás:
insolidaridad; y con Dios: impiedad, indiferencia.
El pecado de cada uno repercute en los demás, actúa
contra toda la Iglesia y es un obstáculo para la conversión del mundo.
Existe un pecado venial que no rompe la amistad con
Dios, pero debilita la caridad y nos predispone a llegar al pecado grave o
mortal, que es el que nos priva de la vida de gracia y nos aparta de Dios,
destruye la caridad, y nos hace preferir bienes inferiores a superiores.
Para que un pecado sea mortal se requiere que tenga
como objeto una materia grave; que sea cometido con plena advertencia, es
decir, conociendo lo que se hace; y que se realice con deliberado consentimiento,
es decir, queriendo lo que se está haciendo. El pecado supone que se sabe lo
que se va a hacer y se hace.
El desarrollo de la vida cristiana es que nos viva más
Jesús y menos el pecado, ser guiados por el Espíritu Santo y no por el maligno
o por lo que me apetece.
No solo hay que evitar el pecado, sino también la
pérdida de sentido de pecado que nos lleva a no sentir dolor cuando ofendemos a
Dios, nos confesarnos de las cosas que hemos hecho mal sin sentir dolor por
ello, perdemos el sentido del bien y del mal y justificamos todo lo que hacemos.
El diablo tienta simulando el bien (pues lo malo lo
rechazamos), es el engaño por el que el mal asume la máscara del bien, es la
confusión entre el bien y el mal.
La seducción nos hace ver que algo no es malo a base
de medias verdades y engaños.
El diablo seduce a los hombres para que se olviden de
Dios y de sus preceptos. Procura que no estemos al servicio de Dios.
La tentación más frecuente es la acedía: pereza o
desgana que nos lleva a orar poco, y hace que cuando vamos a orar se nos
presentan como prioritarios otras obligaciones o trabajos.
La tentación nos enseña a conocernos y a ser humildes,
a reconocer la propia debilidad. Le pedimos al Señor que no nos deje caer en la
tentación.
Para
reflexionar:
¿Hemos perdido el sentido de pecado? ¿Justificamos
todas nuestras acciones y no vemos nada malo en ellas? ¿Tenemos la suficiente
humildad para reconocernos pecadores?