La naturaleza íntima
de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la palabra de Dios,
celebración de los sacramentos y servicio de la caridad.
Son tareas que se
implican mutuamente y no pueden separarse una de otra. Para la Iglesia la
caridad no es una especie de actividad de asistencia social, sino que pertenece
a su naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia.
Si bien esto es así,
durante mucho tiempo ha existido en la Iglesia escaso aprecio de la acción
diaconal, como si no fuese tan importante como la acción sacramental o
catequética o la piedad popular.
Pero no hay caridad
sin comunidad, pues es la comunidad la que se dispone a servir a los pobres con
un estilo y una identidad propia, al seguir el mandato de Jesús de amarnos unos
a otros como él nos ama.
Jesús ha unido el mandamiento de amar a Dios con el del amor al
prójimo. Y, puesto que él nos ha amado primero, ahora el amor ya no es solo un
mandamiento, sino la respuesta al don del amor. Por eso, el primer mandamiento
debería ser dejarnos amar por Dios por encima de todas las cosas, para así
poder amar a Dios y al prójimo sobre todas las cosas.
Jn 13,34: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros;
como yo os he amado, amaos también unos a otros”.
Jesús, amando a los suyos “hasta el fin”, manifiesta el amor del Padre que ha recibido, nosotros, al amarnos unos a otros imitamos el amor de Jesús.
Jesús, amando a los suyos “hasta el fin”, manifiesta el amor del Padre que ha recibido, nosotros, al amarnos unos a otros imitamos el amor de Jesús.
Jesús hace de la caridad el mandamiento
nuevo, y es nuevo porque no es nuestro criterio normal de actuación, ni
el de nuestro mundo. Seguir el mandamiento de Jesús siempre comporta cambiar,
convertirse, romper las maneras de vivir que llevamos metidas en nuestro
interior.
"Que os améis unos a otros". Amar quiere decir querer la
felicidad del otro, y ser capaz de renunciar a cosas y posiciones propias para
que el otro pueda ser feliz.
Y cuando decimos "el otro", no pensamos sólo en los que
tenemos más cerca, o en los que nos caen bien, sino en todos, y nos lleva a
luchar contra las injusticias, las malas condiciones de trabajo de mucha gente,
las desigualdades, nuestro propio bienestar, etc. Cuando Jesús nos llama a
amar, nos llama a esto.
Y al final de todo, el mandamiento de Jesús acaba con unas
palabras definitivas: "Como yo os he amado". Y él nos ha amado así:
dándolo todo, dando la vida.
Jesús nos ha dejado un mandamiento nuevo. Pero nos ha dejado, a la
vez, el sacramento de su presencia por siempre entre nosotros, que es la fuerza
que nos ayuda a amar.
Para
reflexionar:
¿Es la experiencia del amor de Dios la que me mueve a
amar como él ama?
¿Cómo puedo ser capaz de amar como Jesús ama? ¿Hasta
dónde puedo entregar mi vida?
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