Dios mora en lo íntimo del alma.
La unión con Dios se produce a través del amor. Conforme
vamos entrando en el amor de Dios nos vamos uniendo con él.
En esta interioridad del alma no puede entrar más que
el Espíritu (ningún otro espíritu creado puede entrar, ni siquiera el tentador).
Dios está en nuestro interior, pero podemos no estar
con Él. Si Dios está dentro ¿Por qué no lo encontramos?: porque estamos fuera.
Sólo por la oración entramos en relación con Dios,
respiramos su amor y verdad. Quien no ora vive fuera, y así no vivimos en el
amor y en la verdad, sino de lo que nos apetece.
Los sentidos son órganos corporales, son las ventanas
del alma por la que le llega el conocimiento del mundo exterior y despierta en
ella los apetitos, pasiones y deseos.
Pero el destino del alma no son las cosas creadas sino
el Creador. Por eso debe purificarse y liberarse de los apetitos y deseos para
no dejarse llevar por ellos como motivo de razón y de actuar.
Dios quiere que permanezcamos en su amor y que perseveremos
en la oración con él. La oración hace que vivamos menos de los sentidos, y
hagamos las cosas por Dios.
Para conseguir esto es necesario que a las potencias
naturales se les ofrezca algo que las atraiga y satisfaga más que cuanto
naturalmente pueden gustar y conocer.
Para ello, Dios nos empieza a dar la luz de la fe y
comenzamos a movernos por las verdades reveladas.
Entonces creemos a Dios y por medio de Dios. Esto nos
permite pensar y reflexionar desde Dios, estamos en Él.
Esta es la vida que viene desde Dios. Ya vivimos desde
nuestro interior, lo cual no quiere decir que hay que olvidarse del exterior,
pues cuanto más vivimos en Dios, más amamos a las personas.
Cuanto más vivo en Dios más soy yo, porque no vivo de
lo que me apetece, sino que vivo en armonía con la verdad y el amor.
Para reflexionar:
Cuando nuestra alma sale con el entendimiento y la voluntad
para encontrarse con el mundo exterior ¿habla y obra desde Dios?
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