Confesamos en el
credo: “creo la Iglesia”. Al
decir esto
confesamos que ella es obra de Dios, pues hay que distinguir lo que es Dios y
lo que es obra de Dios. Por eso podemos decir creo por la Iglesia, creo desde
la Iglesia. Se cree a Dios en la Iglesia.
La fe es un acto
personal, es la respuesta libre del hombre a Dios que se revela. Pero la fe no
es un acto aislado, sino que se realiza en comunión con toda la Iglesia.
Nadie puede creer solo.
Sin el apoyo de la comunidad, la fe no puede sostenerse. La fe de la Iglesia
sostiene y soporta la fe personal.
La fe del cristiano es
una participación de la fe común de la Iglesia. Si se aparta de la Iglesia, no
puede seguir creyendo en el Dios revelado en Cristo.
Nadie se ha dado la fe a
sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro. Nadie alcanza la fe como fruto
de reflexiones, la fe se engendra por el anuncio. Ningún individuo ni ninguna
comunidad, puede anunciarse a sí mismo el Evangelio.
Nuestro amor a Jesús y a
los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe. Cada creyente, con su
fe genera un testimonio, que es invitación a que otros hagan la misma
experiencia y vean cómo la fe va transformando la propia vida. La fe se
transmite con palabras y obras.
Creer es adherirse al
testimonio de otros y a la experiencia que la comunidad tiene de Dios. Quien dice yo creo, dice yo me adhiero a lo
que nosotros creemos.
El don de la fe se
recibe por medio de la Iglesia, que es quien conserva íntegro el contenido de
la fe. Cada uno recibe la fe de la comunidad, la testifica junto a los otros y
ayuda a transmitirla.
Por mediación de la
Iglesia y dentro de la Iglesia, el cristiano puede decir “creo en Dios”.
Hay una íntima
vinculación entre fe y bautismo. La Iglesia realiza el bautismo y, con él,
otorga el don de la fe. Además, la Iglesia educa y alimenta la fe por medio de
los sacramentos.
La Iglesia no cesa de
confesar su única fe, ya que existe una unidad de la fe tanto en el espacio
como en el tiempo. Mi fe es la misma que la de otros.
La fe cristiana es, en
su esencia, a la vez personal y eclesial. No podemos caer en la tentación de
vivir la fe en solitario, despreciando la mediación eclesial.
Para reflexionar:
¿Necesito a la Iglesia
para vivir mi fe? ¿Dónde y cómo doy testimonio de mi fe?
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