Mt 5, 3: Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dios se nos revela como el Dios de los pobres, de
los desheredados, de los abandonados… Jesús ama a todos, pero se pone de parte
de los desfavorecidos del mundo.
Jesús actúa así, porque Dios es así. Jesús tiene un
corazón grande para amar y ama a todos, pero por exigencia del propio amor, ama
más intensamente a aquél que más lo necesita.
Los profetas quieren educar a la gente para ser
sencillos, humildes y obedientes delante de Dios, ya que Dios salva y libera a
pobres, viudas, huérfanos, pequeños…
Israel va reconociendo que los pobres, en su
humildad, están cerca del corazón de Dios, al contrario de los ricos que sólo
confían en sí mismos.
Si al pobre nadie le ayuda en este mundo, dirige su
mirada a Dios, de forma que quien no confía en nada más que en la fuerza
salvadora de Dios, ese es el pobre de espíritu.
Pobres de espíritu son los que se abren al mensaje
de Jesús: María, José, Isabel y Zacarías, los pastores de Belén, los discípulos
de Jesús… gente humilde, sencilla, abierta a la llamada del Señor.
Son, como dice S. Pablo, hombres que no alardean de
sus méritos ante Dios, que se saben pobres también en su interior y que aceptan
con sencillez lo que Dios les da, que viven en conformidad con Dios.
Jesús expresó esto en la parábola del fariseo y el
publicano. El que no presenta a Dios méritos porque no los tiene es el pobre de
espíritu (el publicano), y lo que tiene es obra de Dios.
Ser niños y pobres de espíritu es lo mismo.
El ser pobre de espíritu ¿es una actitud puramente
espiritual, o es material?: La pobreza de la que hablamos no es sólo un
fenómeno puramente material, pues la pobreza material no salva ni es querida
por Dios cuando origina sufrimiento; aunque tampoco esta pobreza es una actitud
espiritual.
Son los pobres que se han hecho pobres porque no se
apegan a ninguna riqueza ni se dejan esclavizar por las cosas. Comparten lo que
son y lo que tienen, no guardan sus tesoros ni se encierran en sí mismos.
Es una pobreza que significa desapego, generosidad,
libertad y amor, pues todo el que ama se hace pobre.
La promesa que se les da a los pobres de espíritu
es que de ellos es el reino de los cielos. Esta promesa está en presente.
Esta pobreza lleva a un tipo de vida austero,
humilde, solidario, en la que se hacen presentes los valores del reino:
compartir, confiar, servir…
El reino de Dios es Jesús, y Jesús es de los pobres
de espíritu, está con ellos. Jesús, reino de Dios, se ofrece a esta gente que
le sigue.
Para reflexionar:
¿Qué nos parece que Dios sea parcial y sienta
predilección por los desheredados y marginados de este mundo?
¿Si nos hacemos pobres a base de compartir y servir
a los demás, ya estamos viviendo el reino de Dios?
¿Somos pobres al desprendernos de la vanidad de
pensar que hacemos las cosas bien por nuestros méritos, y nos abandonamos y
confiamos a Dios?
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