Los infiernos era el lugar de todas aquellas almas
de los que murieron justos, pero estaban esperando la resurrección de Jesús.
Jesús desciende a los infiernos cuando muere, está
con los muertos y se los lleva con Él a la divinidad, crea el cielo, y en los
infiernos se quedan los que no fueron justos.
Para el hombre Dios sólo ha creado la salvación, es
lo único que Dios ofrece al hombre. Dios ha creado el cielo, no el infierno.
Dios ha creado al hombre no para que éste decida ir al
cielo si es bueno o al infierno si es malo, sino que Dios nos ha creado para el
cielo. Quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad.
Todo lo que Dios ha creado es bueno, y ha creado al hombre para que esté en comunión
con Él, ha querido unir a todos los hombres en y por Jesucristo, en Él.
No se puede decir que el hombre tiene 2 caminos,
uno que va al cielo si es bueno y otro que va al infierno si no es bueno. No
hay 2 principios, el del bien y el del mal. Sólo el del bien.
Dios nos crea a su imagen y semejanza, libres, con
capacidad de decisión y de construir nuestra vida, y nos ha puesto todos los
medios necesarios para que elijamos el bien.
Dios quiere que vayamos hacia Él, pero podemos
autoexcluirnos de ese camino hacia Dios, eso es el infierno. El infierno no es
un lugar, es la decisión de romper con Dios.
El hombre crea el infierno desde el momento que se
autoexcluye de la comunión con Dios.
Cuando usamos nuestra libertad para autoexcluirnos
de la comunión de vida con Dios, estamos eligiendo el infierno y, Dios reconoce
y respeta esa decisión.
Esto en teología se llama pena de daño: no ver a
Dios al no estar en comunión de vida con Él por haberlo rechazado
voluntariamente.
Hay textos bíblicos en los que Jesús habla del
fuego que no se apaga, del rechinar de dientes… Es la pena de sentido. Dios nos
ha creado sin contar con nosotros, pero no nos salva sin contar con nosotros.
El infierno es el rechazo al amor y piedad de Dios,
no es algo que viene de fuera (creado), es algo que elegimos desde dentro, lo
crea el propio condenado.
En el infierno están los que han elegido estar
allí, pues la perdición se da donde el hombre libremente rechaza a Dios.
Somos pecadores por debilidad y le pedimos a Dios
misericordia (esto es lo que quiere Dios de nosotros), y Él nos da a cada uno de
nosotros la suficiente gracia para salvarnos.
Dios ha puesto un nivel mínimo para salvarse: lo
que hicisteis con uno de estos pequeños, a mi me lo hicisteis. Para salvarnos,
basta ser solidario con las demás personas, ayudar a los que lo necesiten.
Por eso el infierno no es sólo negar a Dios y
rechazar su misericordia, es también negar al hermano y no ser solidario con
ellos, hasta el último día.
Para reflexionar:
¿Nos damos cuenta que estamos creando nuestro
propio infierno cuando rechazamos a Dios y nos separamos de los demás?
¿Valoramos que lo único que Dios quiere para
nosotros es que nos salvemos, es decir, que vivamos siempre en comunión con Él?
Hace muchísimos años, no recuerdo bien si era en clase o en catequesis de la iglesia, nos instruían diciéndonos, que Dios era nuestro Padre, principio y fin de todas las cosas, que premia a los buenos y CASTIGA a los malos. De tal manera se nos metió esa idea en la cabeza, que yo ahora y con 60 años, me imagino a Dios con barba y vestimenta de juez, preparado para asestarme el golpe de gracia y justicia. Hoy he leído este articulo sobre el infierno y me he alegrado sobremanera por dos cuestiones principalmente.
ResponderEliminarLa primera por quitarle a Dios la toga de juez y considerarlo en adelante como amigo y muy especial por cierto, mi guía y defensor; cosa curiosa he pasado de juez a lo contrario, ya que entiendo que no es El quien me condena, soy yo mismo el que lo hago, mientras tanto El me recuerda cada día que no debo caer en pecado.
En segundo lugar, ya estoy dinamitando el infierno. Yo creía que era un edificio indestructible y excesivamente poblado, pero saco en conclusión que esta deshabitado y en ruinas. Enhorabuena para todos nosotros. JMP