Decía Santa Teresa que la oración es un trato de amistad, de estar a solas
con quien sabemos que nos ama.
Es encuentro de relación con Dios, diálogo personal
entre el hombre y Dios.
Sólo por la oración se entra en relación con Dios,
por ello quien no ora no entiende la fe que cree y celebra, vive fuera de Dios
y no respira su amor y verdad.
Es una relación en la que no se busca paz o
bienestar, sino amar y hacer la voluntad de Dios.
La oración no es para expertos ni depende de
técnicas o métodos sofisticados, es para niños (no de edad) pues se realiza con
humildad, confianza y abandono en Dios.
La oración nos transforma en personas que aman y se
entregan como Jesucristo, por eso la oración auténtica suscita la caridad. Nos
empuja a colaborar con la misión de la Iglesia y en el servicio a los hermanos para
mayor gloria de Dios.
Si la oración no transforma nuestras vidas es que
no es auténtica, pues la oración sincera nos lleva a revisar nuestra vida, a reconocer
los pecados, a invocar la misericordia de Dios y a cambiar nuestra vida por
amor.
Los que oran viven centrados en Dios, no buscan
alabanzas ni se sienten ofendidos por los demás.
La oración es el camino de la unión con Dios, vamos
entrando en Dios, que nos va iluminando y haciéndonos saber cual es su voluntad.
Al mismo tiempo nos da la gracia para que obremos desde esa unión con Él. Es la
unión de voluntades, el matrimonio espiritual.
Cuando el alma está unida a Dios, la oración es
habitual, por lo que en el trabajo y en la vida cotidiana se está orando porque
se está haciendo la voluntad de Dios.
Sin oración no se ve nada, no se cree que se hace
algo mal, no se tienen virtudes ni apostolado.
Cuando se comienza con la oración, nos damos cuenta
que hacemos cosas mal, combatimos el pecado, se hace apostolado, y aumenta la
frecuencia de los sacramentos.
Si oramos, vivimos desde Dios. Dios comienza a
reinar en nuestra voluntad, y al final nos convertimos en personas que aman en
Dios y desde Dios. Es la comunión Trinitaria, vida en Cristo.
La oración es el acto central de la actitud
religiosa, donde la oración ha enmudecido, ha desaparecido también la religión.
Para autentificar la oración, hay que decir siempre
“Señor haz tu voluntad” con esa frase debe acabar toda
oración.
Para reflexionar:
Si no oramos y no nos relacionamos con Dios ¿cómo podemos saber cuál es su voluntad?
Si no oramos y no nos relacionamos con Dios ¿cómo podemos saber cuál es su voluntad?
¿Buscamos en la oración que Dios nos ayude en lo
que creemos que nos conviene?
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