martes, 26 de septiembre de 2023

¿QUÉ PASA EN UN RETIRO DE EMAÚS?: VENID Y VERÉIS

 

Se suele acudir con ilusión a los retiros espirituales, con la esperanza de apartarse de la vida cotidiana y allí poder encontrarse con sí mismos y con Dios.

En cambio, los que asisten a los retiros de Emaús no suelen tener esas pretensiones, desconocen lo que se van a encontrar allí y, generalmente, no desean acudir, no entusiasma, no atrae, más bien provoca rechazo, y se suele ir forzado, a regañadientes… sin saber bien por qué… pero se va, como si algo o alguien te empuja a asistir.

Pero la predisposición para hacer el retiro es indiferente. No importa lo que creas o sientas, lo que sepas o ignores, ya que en estos retiros destaca su sencillez y simplicidad, de forma que todos lo entienden y viven en primera persona lo que allí pasa.

Para participar en estos retiros no importa si sabes rezar o no, si vas a misa todos los días o no vas nunca. No importa si has cometido muchas barbaridades en esta vida o eres una persona íntegra. No importa si tienes rencores acumulados y te cuesta perdonar o si eres una persona sensible y reconciliadora. No importa si no has leído en tu vida un catecismo o si has estudiado teología.

Todos son admitidos, no se discrimina a nadie, no hay superiores, pues los laicos que organizan el retiro se limitan a servir. Y poco a poco cada uno va reconociendo cómo es realmente, contempla sus propias miserias, pero también descubre el gran amor que Dios le tiene.

¿Qué ha pasado para que en solo 48 horas se encuentre sentido a todo aquello que antes producía rechazo?: el caer en la cuenta que cada uno es amado por un Dios que está deseando acogernos y abrazarnos. Y eso provoca que el semblante serio inicial se convierta en una alegría indescriptible que los hace irreconocibles al finalizar el retiro.

Dios nos facilita muchos caminos para encontrarnos con él y uno de ellos puede ser este. Pese a nuestra apatía y desconfianza inicial, Dios puede que nos invite a ellos y nos diga “venid y veréis” (cf. Jn 1, 35-39).

Ante la grandeza del que acoge sin condiciones y la enorme pequeñez del acogido que no es más que un ser miserable, débil y egoísta, el abrazo de amor que allí se recibe, te cura y te cambia. Venid y veréis.

domingo, 19 de junio de 2022

Abandono en Dios

 

La vida la entregas y la confías a quien te ama y amas. El olvidarse de uno mismo y despreocuparse de lo que nos pueda ocurrir, el necesitar poco y no estar pendiente de tenerlo todo controlado, el reconocer las propias limitaciones, facilita la confianza. Esa es la actitud de un niño que nosotros debemos mantener para abandonarnos en Dios.

Si tenemos la certeza de que Dios es mi Padre y me ama, y que junto a él nada malo me puede ocurrir, aceptaré su voluntad, y me dejaré llevar por él sin cuestionar a dónde quiere que vaya ni lo que quiere de mí.

Sólo la dependencia del Padre me hace ser verdaderamente libre, en cambio, la independencia del Padre me hace ser esclavo de mis adicciones y pecados. Se da la paradoja de que soy adulto espiritualmente cuando dependo del Padre, al contrario de la vida física, que cuando soy adulto me hago independiente.

Los fracasos que tenemos en la vida nos acercan a Dios y nos invitan a confiar en él, en cambio, el éxito mundano nos anima a confiar en nosotros.

Vamos por el buen camino hacia Dios cuando nos llaman tontos por vivir de una determinada manera, cuando nos dicen que estamos perdiendo el tiempo y desperdiciando la vida renunciando a logros mundanos. Cualquier vida guiada por Dios resulta siempre excepcional e incomprensible a los ojos del mundo.

Dios ama a los que se desprenden de todo y reprueba a los que acumulan tesoros y ponen en ellos su seguridad. Dios siente debilidad por los temerarios. Cuanto más dispuestos estemos a perder, cuanto más perdamos, más será lo que ganemos.

Se trata de hacerse pobre porque no nos apegamos a ninguna riqueza ni nos dejamos esclavizar por las cosas. Compartimos lo que somos y tenemos sin guardarnos nada. Es una pobreza de desapego, generosidad, libertad y amor, que lleva a un tipo de vida austero, humilde, solidario, en la que se hacen presentes los valores del reino: compartir, confiar, servir…

El buscar la seguridad con el dinero es incompatible con el abandono en Dios. Por eso Jesús nos dice que no se puede servir a Dios y al dinero, ya que este tiene tal poder de seducción que termina por ser el competidor de Dios. Los sentimientos de tranquilidad y seguridad que Dios despierta son parecidos a los que proporciona el dinero a los que lo tienen. El dinero proporciona abundancia y bienestar, y podemos pensar que eso es lo que necesitamos para ser felices, pero Jesús nos dice que el camino que lleva a la felicidad es el de compartir, dar al que no tiene. Quiere que, tengamos lo que tengamos, estemos dispuestos a dar productividad a nuestros bienes para servicio de los demás.

A veces nos puede ocurrir que, en lugar de abandonarnos en Dios, desconfiamos de él y le tenemos miedo porque creemos que si seguimos su voluntad nos va a llevar por caminos de sufrimiento, como si se gozara de hacernos sufrir. Entonces vivimos pobremente y nos desviamos del fin al que debemos dirigirnos.

Para reflexionar:

¿En quién confío? ¿Recurro a Dios solo cuando lo considero oportuno? ¿Estoy seguro de mí mismo y sé cómo debo vivir?

martes, 21 de julio de 2020

FE


Se nos enseña que la fe es la respuesta que le damos a Dios por la que acogemos lo que él nos revela sobre sí mismo y sobre nosotros. Mediante la revelación Dios nos invita a creer en él, a adherirnos a él, a entregarnos libremente a él.
Hay una iniciativa de Dios que se da a conocer y una respuesta del hombre que es la obediencia de la fe. La fe es un don, pero es a la vez razonable porque la revelación es creíble.
Pero si analizamos el texto Mt 8, 5-13, en donde un centurión romano se acerca a Jesús y le ruega que cure a su criado que está sufriendo, vemos que el centurión sabe que Jesús es judío y él no, y también sabe que es capaz de hacer grandes obras, por eso le dice: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano”. Al oír esto “Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe”. Y le dijo al centurión: “Vete; que te suceda según has creído. Y en aquel momento se puso bueno el criado”.
Este texto nos indica que la fe más que creencia, es confianza en Jesucristo. Jesús se admira de la fe del centurión, persona extranjera que desconoce la religión judía. No conoce ni cree en las normas y doctrinas judías, pero ha descubierto a Jesús y siente que es merecedor de su confianza. Tiene más fe que nadie en Israel.
La fe es confiar en un Dios inseparable de cada uno de nosotros porque nos ama, porque siente ternura y misericordia ante nuestra debilidad.
Por eso no podemos quedarnos en pensar que la fe es un mero asentimiento a una serie de verdades teóricas, creer en un conjunto de doctrinas, que no siempre podemos comprender. En la Biblia fe es equivalente a confianza en una persona. Y esa confianza tiene que ir acompañada de la fidelidad.
Por eso no podemos asociar la vida cristiana al cumplimiento de ciertos ritos y normas, ya que la fe implica a toda la persona y comporta un cambio de vida, si no hay cambio de vida no hay fe. Si quieres saber la fe de uno, mira cómo vive, no le preguntes lo que sabe.
Al final, la fe se convierte en una forma de pensar y de vivir que tiene como modelo a Jesucristo, la fe es el seguimiento de una persona, de Jesucristo. Es un regalo que nos hace Dios y que debemos transmitir. Dependiendo de cómo ofrezcamos ese regalo de la fe en nombre de Dios, será o no acogida.
Para reflexionar:
¿Tengo fe porque creo en determinadas verdades o porque vivo confiando en Dios?

lunes, 13 de julio de 2020

HUMILDAD


Jesús nos invita a ser humildes, quiere que aprendamos de Él que es “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).  Pero, ¿qué significa ser humilde?
Humildad no son sentimientos o complejos de inferioridad, ni es abajarse ante la grandeza de otra persona. No es ser una persona que no se hace notar, que no opina de nada y aparenta no estar a la altura de ningún tema, o que no le importa ser pisoteado por todo el mundo.
Ser humildes no significa despreciarnos sino tener el sentido exacto de lo que somos en relación con Dios. Es sentirnos creaturas limitadas y pecadoras ante  Dios perfecto y santo.
La humildad se refiere a nuestra relación con Dios y no con el prójimo.  En esa perspectiva, humildad es verdad, porque el humilde conoce y reconoce su debilidad y pequeñez, y la usa para vincularse más con Dios. Es reconocer la realidad de nuestro ser, nuestra bajeza y la miseria de nuestro obrar, con referencia a Dios.
La humildad es la verdad sobre nosotros mismos, es decir, no creerte más pero tampoco menos de lo que verdaderamente eres. El hombre humilde es y se siente por sí solo muy débil, necesitado y defectuoso; pero unido con Dios, es y se siente de un valor muy grande.
La humildad nos permite alcanzar los más altos ideales, pues es la forma que Dios tiene de ensalzarnos. Reconocer nuestra pequeñez es darnos cuenta de la necesidad que tenemos de Dios y contar siempre con su ayuda. Nos permite vivir unidos a Dios, y con Él lo podemos todo.
Jesús lava los pies, se humilla hasta morir en la cruz. Une su humildad a una disponibilidad servicial para con el prójimo.
Por eso el hombre humilde es servicial y se pone desinteresadamente a disposición de los hermanos. La humildad cambia nuestras relaciones sociales al hacernos más comprensivos con los defectos de nuestro prójimo. Ya no miramos la paja en el ojo ajeno sino que nos centramos en la viga que tenemos en el nuestro.
Jesús quiere constituir una sociedad de iguales siendo humildes y sencillos de corazón. Por eso “el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor” (Lc 24,26), pues Jesús está en medio de nosotros “como el que sirve” (Lc 24,27).
Jesús nos exhorta a no pretender alcanzar el éxito buscando el prestigio, sino en el servicio permanente y desinteresado a los demás. La verdadera grandeza humana la alcanza no el vanidoso, no el soberbio, no el que se cree más que los demás por ser importante, sino el humilde, el que en todo procede con sencillez.
Para descubrir quién soy y cuál es mi verdadero valor es necesario conocerme a mí mismo a la luz del Señor Jesús. En Cristo descubrimos la verdad sobre nosotros mismos y de Él podemos aprender a ser humildes.
Para reflexionar:
¿Pienso que la humildad es una debilidad? ¿Para qué sirve ser humilde?

PRIMEROS PUESTOS


Nos gusta ser bien vistos y alabados por la gente, por eso en cualquier reunión destacamos las cualidades que tenemos o los bienes que poseemos. Solemos tener un alto concepto de nosotros mismos que nos lleva a buscar los primeros puestos y a pretender que las cosas se hagan según nuestros criterios. Es querer ser servido en lugar de servir, ser ensalzado en lugar de mostrarnos disponibles, ser amado antes de amar.
Pero estos conceptos no son los que se valoran para entrar en el banquete del Reino de Dios. Lo último de nuestra escala humana se convierte en lo primero en la divina, lo de arriba se convierte en lo de abajo.
Así nos lo dice Jesús: “Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú;  y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: Cédele el puesto a este. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales”  (Lc 14,8-10).
Esta lección de Jesús es para decirnos que el que se cree justo y piensa que merece el primer puesto, oirá “cédele el puesto a este” y se irá avergonzado. Jesús, para evitarnos humillaciones nos aconseja humillarnos nosotros mismos.
Pretender obtener honor y gloria por nosotros mismos nos lleva a una actitud egoísta y soberbia que nos rebaja, en cambio, quien se humilla e inclina su cabeza delante del Señor y pide perdón, será ensalzado.
Los puestos de honor en el Reino de los Cielos no son para los que creen tener privilegios, para los soberbios y vanidosos; sino para los humildes y sencillos de corazón.
Los valores de la sociedad humana son puestos en evidencia por los con­vidados que escogían los primeros puestos. Jesús invierte la escala de valores: A todo el que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán. Es la condena de cualquier suficiencia.
El buscar los puestos principales es un comportamiento que nos perjudica porque nos convierte en rivales unos de otros, nos lleva a la desconfianza, a la envidia, a los atropellos.
Este es uno de los misterios del Reino de Dios: “el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc 14,11).
Para reflexionar:
¿Qué puesto buscamos en la sociedad? ¿Estamos dispuestos a ceder los mejores puestos a los demás?

miércoles, 29 de mayo de 2019

SER LIMPIO DE CORAZÓN ¿PARA QUÉ?


Jesús nos dice que son felices los limpios de corazón (Cf Mt 5, 1-8). En el sermón de la montaña Jesús está anunciando la felicidad plena, pero no nos dice lo que tenemos que hacer para ser felices, sino que se está llamando felices a un grupo de personas carac­terizadas por ciertas actitudes humanas.
No es feliz la persona porque viva esas actitudes, sino más bien las vive porque es feliz, porque ha descubierto que su valor máximo es Jesús.  
Esa vida no es fruto de un esfuerzo personal para encontrarnos con Jesús, sino es la consecuencia de nuestra unión con él la que nos permite vivir con Jesús y como él, las bienaventuranzas.
¿Qué es ser limpio de corazón?: El corazón, en la Biblia, es la sede del pensamiento, del sentir, de la voluntad y de la relación con Dios. Es el centro de la vida interior de la persona, donde reside lo que real­mente buscamos y deseamos.
Podemos tener un corazón impuro y de allí salir las intenciones malas, o podemos ser «limpios de corazón» y vivir en conformidad con Dios.
El ser limpio de corazón no es solo un ac­tuar correctamente, sino que el interior de la persona está unido a Dios, de tal manera que su querer se identifica con el querer de Dios. Nuestro pensar, sentir y desear es conforme a la voluntad de Dios, y el obrar está movido por el amor fraterno.
¿Por qué son felices los limpios de corazón?: porque ellos verán a Dios. San Pablo nos invita a tener los mismos sentimientos que Jesús, y esos sentimientos de los que habla Pablo en su carta a los filipenses son los de, pese a su condición divina, despojarse de su rango y tomar la condición de esclavo, rebajándose hasta someterse a la muerte en la cruz.
Nuestro ascenso a Dios se produce cuando acompañamos a Jesús en ese descenso. El corazón puro es el corazón que ama, que está en comunión con el corazón servicial y obediente de Jesús. Si vivimos el amor y la entrega al estilo de Jesús, nos purificamos y una vez puros veremos a Dios.
Jesús ve al padre cara a cara y el camino que ha seguido Jesús para ver a Dios ha sido rebajarse y hacerse esclavo para servir a los demás.
Para encontrarse con Dios hay que rebajarse en el servicio a los demás, y ahí es cuando Dios nos coge y nos pone frente a él.
Limpios de corazón son los que más aman y esos ya ven con los ojos de su corazón a Dios porque están con él.
Aquí está la felicidad: cuanto más nos acercamos a Dios y mayor relación tenemos con él, nuestro corazón se va haciendo conforme al suyo, nuestros pensamientos, deseos y sentimientos se van haciendo como los suyos. Vamos «viendo» más de cerca a Dios. Y es en esta cercanía con Dios donde está nuestra felicidad.
Para reflexionar:
¿Qué sale de nuestro corazón? ¿Vemos a Dios en el servicio al prójimo?

miércoles, 16 de enero de 2019

LA IMPORTANCIA DEL DIÁLOGO


Jesús ha sido enviado para salvarnos, por eso necesita pasar junto a nosotros en nuestra vida cotidiana. Nos busca y se acerca a cada uno de nosotros para que le conozcamos.
Jesús se acerca a una mujer samaritana (cf Jn 4, 1-26), que podemos ser cualquiera de nosotros, y a través del diálogo se va dando a conocer.
Y comienza el diálogo pidiendo: "dame de beber". Él, que lo tiene todo se acerca a nosotros ¡para pedirnos! ¿Qué necesita de nosotros? La perplejidad de la samaritana es la nuestra ¿tú me pides a mí?
Pero ese es el primer paso para entablar un diálogo con Jesús y en él nos mostrará que los necesitados somos nosotros: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice dame de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva” (Jn 4,10).
Pero para darnos esa agua viva, Jesús nos pide nuestra adhesión a él, que conozcamos el “Don de Dios” que es él mismo, ese Jesús sediento de nosotros y dispuesto a darnos todo lo que realmente necesitamos.
Aunque nos cuesta confiar en su promesa: “si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?” (Jn 4,11).
La samaritana sigue comparando el agua viva que Jesús le ofrece con esa otra agua del pozo. Por eso Jesús le explica la precariedad de lo material: “el que bebe de esa agua vuelve a tener sed” (Jn 1,13), y le promete que el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed” (Jn 1,14a).
El agua que Jesús promete es espiritual, es el Espíritu Santo. Sólo desde la acción de ese Espíritu el creyente puede conocer y relacionarse con Jesús.
Es el agua de la Gracia, de la amistad con Dios, de la fe en Jesús como Salvador, y que tiene que ser “bebida” por el creyente. La palabra, la revelación de Jesús, tiene que ser interio­rizada en el corazón del discípulo, y así iniciar el camino de conversión.
El diálogo con Jesús es redentor, es sanador, es salvador, pues nos conduce a cambiar los deseos materiales habituales que tenemos por otro más profundo: el conocimiento del don de Dios, que es el mismo Jesús.
En cambio, el diálogo con el diablo nos lleva a la perdición. En el diálogo que mantiene Eva con la serpiente (Cf Gen 3, 1-23), esta le induce a no seguir las indicaciones de Dios y apartarse de él, pues de esa forma “seréis como Dios” (Gen 3,5). El resultado de ese alejamiento de Dios es el pecado original que ha cambiado la vida de la humanidad.
Para meditar:
¿Distingo quién es el interlocutor con el que dialogo? ¿soy consciente de que puedo ser engañado?