miércoles, 19 de agosto de 2015

ORIGEN DEL MAL. LA TENTACIÓN

En el mundo observamos que existe el mal y el sufrimiento ¿Por qué? Si Dios lo ha creado todo bueno ¿de donde surge el mal? No hay respuestas contundentes y definitivas frente al mal.
Dios quiere para nosotros un bien que es la libertad, aunque eso pueda ser causa de males.
Hacemos el mal porque somos tentados a hacer, tener o decir algo que no deberíamos. Es el deseo por cosas incorrectas que Dios no quiere porque dañan nuestro espíritu, nuestra mente y nuestro cuerpo.
Inicialmente, la tentación no era un deseo interno normal que formara parte de la naturaleza humana. La primera pareja fue tentada desde fuera, en contraposición a nosotros, que somos tentados desde dentro.
¿De dónde viene esa tentación, ese deseo por esas cosas dañinas?: La tentación no viene de Dios, se origina en la mente del hombre que le provoca esos deseos. Sant 1,13-14: “Cuando alguien se vea tentado, que no diga: «Es Dios quien me tienta»; pues Dios no es tentado por el mal y él no tienta a nadie. A cada uno lo tienta su propio deseo cuando lo arrastra y lo seduce; después el deseo concibe y da a luz al pecado, y entonces el pecado, cuando madura, engendra muerte”.
Dios nos da solo lo bueno y perfecto, por tanto, la tentación es contraria a la naturaleza de Dios. Sant 1,17: “Todo buen regalo y todo don perfecto viene de arriba, procede del Padre de las luces”.
El que la tentación se origine desde el interior del hombre también lo corrobora Jesús. Mc 7, 20-22: “Lo que sale de dentro del hombre, eso sí hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad”.
Sobre la tentación San Pablo nos aclara algunas cosas. Por un lado Pablo nos dice que en él no mora el bien, pues quiere hacer el bien y no pude hacerlo. Hay una ley en nosotros que se rebela contra la mente de Cristo que también tenemos. Rom 7, 18: “Pues sé que lo bueno no habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer está a mi alcance, pero hacer lo bueno, no”.
Además nos habla de que hay dos personalidades o inclinaciones en el ser humano y ambas provienen de su mente. Es ahí donde se pelea la batalla de decidir qué hacer, hacia donde inclinar la balanza cuando nos vienen esas tentaciones. Gál 5, 17: “Pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne; efectivamente, hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais”.
En nuestro interior hay dos voces; la voz de Dios y la voz de la carne (el mal) que nos dicen que hagamos o dejemos de hacer ciertas cosas.
No es una batalla fácil porque la tentación se nos presenta a veces en forma muy sutil y a veces ni nos damos cuenta de que estamos siendo tentados.
La respuesta de Jesús al ser tentado se basa en la Palabra escrita. Una persona que tiene presente la Palabra y medita en ella, tiene una garantía casi segura de que vencerá en toda tentación.
La tentación misma es prueba de que poseemos el armamento necesario para sobrellevarla. 1Cor 10, 13: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea de medida humana. Dios es fiel, y él no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla”.
Todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios. Para pecar no tenemos que ir en busca del pecado, porque está en nuestra naturaleza; lo traemos desde el momento en que nacimos. Pero hay una buena noticia; Cristo Jesús pagó el precio de nuestros pecados y podemos ser libres de esa condenación si le aceptamos como nuestro Salvador. Rom 3:23 “ya que todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención realizada en Cristo Jesús”.
Para reflexionar:
¿Qué podemos hacer cuando vemos sufrimiento y dolor a nuestro alrededor? ¿En qué o en quién confiamos para superar la tentación y evitar hacer el mal? 

sábado, 1 de agosto de 2015

ACCESO DIRECTO A DIOS

Si leemos Mt 25, 31-46, vemos como Jesús abre una vía de acceso directo al Padre: la ayuda al hermano necesitado.
Nos dice este texto que un día llegará Cristo como rey, acompañado por un cortejo de ángeles, se sentará en el trono de su gloria y ante él se reunirán todos los pueblos. Es la hora de la verdad, en el que la humanidad escuchará el veredicto final.
El juez universal es un pastor, que ahora es tratado como rey. Cristo Rey, en el juicio final forma dos grupos, y los dirige al lugar que cada grupo ha escogido con su vida: los que han vivido movidos por la compasión y han ayudado al necesitado terminarán en el Reino amoroso de Dios; los que han excluido de su vida a los necesitados y han vivido indiferentes ante su sufrimiento sin ayudarles, se autoexcluyen del Reino de Dios.
El rey habla a los dos grupos de seis necesidades básicas que todos conocemos, pues en todas partes y en todo tiempo hay hambrientos y sedientos, inmigrantes y desnudos, enfermos y encarcelados.
Aquí no se habla de amor, justicia, solidaridad… sino de comer, beber, vestir, acoger, visitar… lo decisivo es la compasión que se traduce en ayuda práctica.
El relato, más que describir lo que es el juicio final, destaca el doble diálogo del rey con los dos grupos con que ha separado a la muchedumbre, en el que se nos hace ver que hay dos maneras de reaccionar ante los que sufren: nos compadecemos y les ayudamos (somos misericordiosos) o nos desentendemos y los abandonamos.
Al primer grupo se les dice: “tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber…”. El grupo muestra su asombro pues nunca han visto al rey en las gentes hambrientas y sedientas, en las extranjeras, desnudas, enfermas o encarceladas. Pero el rey se reafirma en lo dicho: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Lo mismo sucede con el segundo grupo. El rey les dice: “tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber”. También este grupo muestra su extrañeza, no podían creer que habían desatendido a su rey, pero él se reafirma en lo dicho, ya que está presente en el sufrimiento de estos hermanos pequeños: “En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”.
En este relato vemos como la compasión, que se concreta en la ayuda práctica a los necesitados, es lo decisivo para entrar en el Reino de Dios. El criterio definitivo que decidirá la suerte final de todos es la ayuda practicada a los necesitados.
Los que son declarados benditos del Padre son los que han actuado por compasión y han ayudado al necesitado. El camino que conduce a Dios pasa por ser misericordiosos. Lo decisivo en la vida no es lo que confesamos, sino el amor al pobre que sufre y que nos lleva a ayudarle en su necesidad.
No hay que esperar al juicio final, según ahora nos estemos acercando o alejando de los que sufren, nos estamos acercando o alejando de Cristo. Ahora estamos decidiendo nuestra vida para que sea juzgada después.
Para reflexionar:
¿La religión nos conduce al amor? ¿Seguimos a Cristo siendo compasivos como lo es el Padre?