domingo, 23 de julio de 2017

JESÚS DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS

El judaísmo siempre ha creído que cuando muere el ser humano, una parte del él, el refaim o alma, no desaparece y va a un lugar llamado sheol.
En principio se pensaba que al sheol iban todos, buenos o malos. Pero poco a poco se fue estableciendo la idea que debía existir una retribución, un lugar de tormentos para la gente malvada y otro para los justos.
Pero los justos que habían muerto antes de que Jesús resucitara y creara el cielo, siguen en el sheol.
Las almas alcanzan la salvación solo en Jesús resucitado, por eso los que murieron antes de Cristo tuvieron que esperar en el sheol, a la muerte y resurrección de Jesús, para ser salvados.
Jesús muere el viernes y resucita el domingo. El sábado sucede un gran silencio en la tierra. Dios ha muerto en la carne, y es entonces cuando bajó al sheol o infierno. En aquel lugar estaban todos los santos y justos que perecieron antes de la muerte de Jesucristo. Cuando Jesús resucita, sale de la muerte, pero no sale solo, saca a todos los creyentes del infierno y los lleva a ver a Dios en él.
Cristo desciende a los infiernos para liberar a los que en época precristiana, debido al pecado de nuestros primeros padres, estaban esperando, aún siendo justos (o por eso mismo) la salvación eterna. Por eso, cuando descendió a los infiernos lo hizo como Salvador y para proclamar la buena noticia: “Pues para esto se anunció el Evangelio también a los que ya están muertos, para que, condenados como todos los hombres en el cuerpo, vivan según Dios en el Espíritu” (1 Pe, 4,6).
Cuando resucita Jesús, crea el cielo, para que todas las almas de los justos esperen allí el día final de la resurrección, en donde ya todos estaremos en cuerpo y alma en presencia de Dios en una nueva creación.
Una nueva creación en la que todo es vida y abundancia, en la que no hay nada malo ni defectuoso. Esta tierra nueva será la nueva morada de Dios entre los hombres, de forma que: “enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido” (Ap 21, 4). Es una nueva relación de la humanidad con Dios.
Además de ese infierno, hay otro donde está el demonio y a donde van las personas que rechazan la misericordia de Dios. A este infierno no bajó Jesús.

jueves, 13 de julio de 2017

JESÚS CAMBIA DE ACTITUD

Jesús conocía el fin de su misión: anunciar y hacer presente en su persona el Reino de Dios, para que el mundo sea reconciliado con Dios y renovado. Ha aceptado libremente la voluntad del Padre: dar su vida para la salvación de los hombres.
Pero Jesús, el Hijo de Dios, es también un ser humano, y como tal, comparte con todos los hombres las condiciones propias de la existencia: errores, sentimientos, necesidades, miedos… Es un hombre igual a nosotros en el que su conciencia humana va creciendo con él.
Si su conciencia es humana y crece, Jesús va descubriendo su destino mientras va recorriendo su camino: es un hombre dispuesto a cambiar. Va descubriendo su misión gradualmente, y es que si se le quita a Jesús la libertad humana de su existencia, se le quita el ser humano.
El episodio de la mujer cananea (Mt 15, 21-28), nos indica que en la vida de Jesús no todas las cosas están ya definidas. El evangelio no es algo automático que ya está decidido.
En este episodio Jesús nos sorprende. Pensamos que lo tiene todo claro y resuelto en su corazón, pero Jesús está influido por los prejuicios culturales y étnicos de su condición judía.
Por eso cuando la mujer cananea pide a Jesús que ayude a su hija, no le contesta. Son sus discípulos quienes le ruegan que la atienda, pero les replica “solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel” (Mt 15,24). Ante la insistencia de la mujer, Jesús le dice “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos” (Mt, 21,26).
Pero la mujer va más allá de la dureza de las palabras de Jesús, sabe que la prioridad de Jesús es el pueblo de Israel, pero explota esa prioridad: “Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos” (Mt, 21,27). 
Jesús le dice entonces: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas” (Mt 21,28). Y quedó curada su hija.
La negativa inicial de Jesús para ayudar a esa mujer, como judío, parece clara, sería injusto privar del pan a los hijos para dárselo a los extranjeros. Jesús ha sido enviado al pueblo de Israel para que este posteriormente difunda su mensaje a todo el mundo.
Pero a Jesús esa mujer le ha tocado el corazón, se ha emocionado profundamente, ve en ella más fe que en Israel, y cambia de actitud. Jesús se resiste, pero luego acepta. Primero comen los hijos de Israel pero después también los paganos.
Esta mujer convertirá a Jesús, le descubrirá hasta dónde iba a dilatarse la fecundidad de su vida entregada, le ensanchará el horizonte de su misión por caminos que él va a recibir también a través de los otros.
Para reflexionar:
¿Vemos en Jesús a Dios, pero también a un hombre que actúa libremente obedeciendo a Dios Padre? ¿Podemos nosotros actuar libremente obedeciendo a Jesús?