sábado, 16 de enero de 2016

LAS DIEZ VÍRGENES

Cuando Jesús narra la parábola de las diez vírgenes (Mt 25, 1-13), en las bodas había un banquete después de anochecer. La novia era acompañada por las amigas a casa del esposo y allí lo esperaban para celebrar el banquete. El esposo a veces se retrasaba porque estaba negociando con las dos familias las condiciones de la boda.
Cuando veían al esposo venir, las amigas de la novia salían con sus lámparas a recibirlo y todos entraban en la casa del esposo para celebrar el banquete.
En este texto, las amigas de la novia esperan al esposo con sus lámparas, pero al retrasarse este, se duermen y se va consumiendo la lámpara. Por eso cuando llega el esposo solo pueden salir a recibirlo las 5 amigas prudentes que llevaban aceite de reserva, las otras tienen que ir a comprar aceite y llegan tarde al banquete, y ya no las dejan entrar.
La parábola quiere hacernos ver a qué se parece el reino de los cielos, que es semejante al banquete que prepara el esposo. Nosotros somos las diez doncellas que esperamos la venida del esposo, que es Jesús, para entrar en el banquete que nos tiene preparado.
Debemos salir al encuentro de Jesús con lámparas encendidas. La lámpara encendida representa la luz que viene de la gracia de Dios. El aceite es lo que alimenta esa luz: son las buenas obras, la caridad practicada con el hermano. Nuestra vida con la luz de Cristo brilla, pero necesitamos, para que no se apague, alimentarla con las obras de caridad.
En las diez doncellas podemos ver a toda la Iglesia, tanto en las prudentes como en las necias, pues la Iglesia está compuesta de buenos y pecadores.
En la parábola se nos invita a realizar buenas obras con todos para que la luz no se apague.
Lo necios, aunque han recibido la luz de Cristo se han preocupado de otras cosas y han descuidado el mantener la lámpara encendida, no han pensado que lo prudente era tomar una provisión de aceite: no se han preocupado de realizar buenas obras. Los prudentes, sí que han tomado aceite en sus alcuzas: han practicado la caridad.
Cuando llega el esposo y hay que salir a su encuentro las vírgenes necias se dirigen a las prudentes pidiendo aceite pues se apagan sus lámparas. Los necios quieren que las buenas obras practicadas por los prudentes sirvan también para ellos, porque quieren entrar al banquete.
Pero las vírgenes prudentes no ayudan a sus compañeras necias. Parece falta de caridad, pero Cristo quiere decirnos que nadie puede vigilar por otro, nadie puede asumir la responsabilidad de los demás en los momentos cruciales. Cada uno ha de cuidar su propia lámpara.
Cuando llegue la hora del juicio, no será posible el intercambio de los bienes espirituales. Cada uno será juzgado según sus propias obras.
Al encuentro final con Cristo solo irán los que tengan las lámparas encendidas. Son todos aquellos que han recibido la fe y la Palabra de Dios, y la cumplen, han respondido a esa gracia con un comportamiento adecuado que les permite mantener la lámpara encendida.
Estar vigilantes en todo tiempo y lugar es la condición necesaria para mantenerse en las buenas obras; dejar apagar la lámpara es caer en pecado.
Para reflexionar:
¿Cómo alimento la luz que he recibido con la gracia de Dios a través del bautismo? ¿Soy consciente que se me puede apagar la gracia de Dios y no podré estar con el “novio”?

jueves, 7 de enero de 2016

LOS MAGOS DE ORIENTE

¿Qué nos enseñan hoy los Magos de Oriente?: ellos, como todos los seres humanos, son buscadores. Buscamos la verdad que nos permita ser libres y felices.
Los tres procedían de regiones lejanas y culturas diferentes: son la imagen de toda la humanidad, que es guiada hacia ese Niño que nace para la salvación de todos. Es la peregrinación de todos los pueblos de la tierra hacia el encuentro con Jesús para experimentar su amor misericordioso.
Todos nosotros, como los Magos, podemos ir al encuentro de Jesús para reconocerlo y adorarlo, siempre que hayamos “visto salir su estrella”, ya que esta es la condición indispensable para poder preguntar: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2,2).
Todos buscamos esa estrella que nos ilumine y nos lleve a la luz verdadera: “El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo” (Jn 1,9).
Para buscar esa luz verdadera hay que ponerse en camino (cuánto nos cuesta ponernos en marcha y salir de nuestras comodidades y rutinas), y vencer las suspicacias y engaños de gente acomodada, con privilegios, que no quiere cambios: “Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él”. (Mt 2,3).
Eso requiere por nuestra parte tener claro que vale la pena esa búsqueda, arriesgarlo todo en esa empresa que hemos comenzado. Hay que ser constantes aunque a veces desaparezca la estrella que nos guía, porque la volveremos a ver y nos llenaremos de alegría: “Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría”. (Mt 2, 9-10).
También para nosotros hay un gran consuelo al ver la estrella, que nos hace sentir que no estamos abandonados sino guiados. Hoy para nosotros la estrella es el Evangelio, la Palabra del Señor: “Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Salmo 119, v105).
Esta luz nos guía hacia Cristo. Sin escuchar el Evangelio no es posible encontrarlo. La Palabra de Dios es a la vez estrella que guía y luz que ilumina nuestras vidas, porque al orar, al meditar la Palabra de Dios nos acercamos a Jesús, entramos en su casa y estamos con su Madre viéndole: “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra” (Mt 2,11).
Una vez postrados ante Él, estamos en condiciones de adorarle y ofrecerle lo que tenemos y lo que somos. Con nuestra entrega a los hermanos necesitados adoramos a Jesús.
Por eso Jesús se presentó primero a ellos, a unos pastores insignificantes y despreciados: “os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2, 10-11). Y ellos: “Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño” (Lc 2, 16-17).
Jesús se manifestó a los pastores y a los Magos, que se sintieron misteriosamente atraídos por ese Niño. Son muy diferentes entre sí, pero acuden a ver a Jesús porque miran al cielo, porque no están encerrados en sí mismos, sino que tienen el corazón y la mente abiertos a lo que Dios quiera, y Este siempre sorprende si sabemos acoger sus mensajes y responder a ellos.
Tanto los pastores como los Magos, vuelven del encuentro con Jesús cambiados. Así, los pastores: “se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho” (Lc 2, 20). Y los Magos: “se retiraron a su tierra por otro camino” (Mt 2,12b).
Hoy, nosotros como los pastores debemos hablar de lo que hemos visto y oído en casa de Jesús; y como los magos, debemos cambiar el rumbo de nuestra vida para caminar por las sendas del amor y paz que hemos recibido.
Para reflexionar:
¿Qué nos dicen los Magos? ¿A quién buscamos? Si hay encuentro con Jesús hay cambio de vida ¿en mi vida hay cambio?