domingo, 19 de junio de 2022

Abandono en Dios

 

La vida la entregas y la confías a quien te ama y amas. El olvidarse de uno mismo y despreocuparse de lo que nos pueda ocurrir, el necesitar poco y no estar pendiente de tenerlo todo controlado, el reconocer las propias limitaciones, facilita la confianza. Esa es la actitud de un niño que nosotros debemos mantener para abandonarnos en Dios.

Si tenemos la certeza de que Dios es mi Padre y me ama, y que junto a él nada malo me puede ocurrir, aceptaré su voluntad, y me dejaré llevar por él sin cuestionar a dónde quiere que vaya ni lo que quiere de mí.

Sólo la dependencia del Padre me hace ser verdaderamente libre, en cambio, la independencia del Padre me hace ser esclavo de mis adicciones y pecados. Se da la paradoja de que soy adulto espiritualmente cuando dependo del Padre, al contrario de la vida física, que cuando soy adulto me hago independiente.

Los fracasos que tenemos en la vida nos acercan a Dios y nos invitan a confiar en él, en cambio, el éxito mundano nos anima a confiar en nosotros.

Vamos por el buen camino hacia Dios cuando nos llaman tontos por vivir de una determinada manera, cuando nos dicen que estamos perdiendo el tiempo y desperdiciando la vida renunciando a logros mundanos. Cualquier vida guiada por Dios resulta siempre excepcional e incomprensible a los ojos del mundo.

Dios ama a los que se desprenden de todo y reprueba a los que acumulan tesoros y ponen en ellos su seguridad. Dios siente debilidad por los temerarios. Cuanto más dispuestos estemos a perder, cuanto más perdamos, más será lo que ganemos.

Se trata de hacerse pobre porque no nos apegamos a ninguna riqueza ni nos dejamos esclavizar por las cosas. Compartimos lo que somos y tenemos sin guardarnos nada. Es una pobreza de desapego, generosidad, libertad y amor, que lleva a un tipo de vida austero, humilde, solidario, en la que se hacen presentes los valores del reino: compartir, confiar, servir…

El buscar la seguridad con el dinero es incompatible con el abandono en Dios. Por eso Jesús nos dice que no se puede servir a Dios y al dinero, ya que este tiene tal poder de seducción que termina por ser el competidor de Dios. Los sentimientos de tranquilidad y seguridad que Dios despierta son parecidos a los que proporciona el dinero a los que lo tienen. El dinero proporciona abundancia y bienestar, y podemos pensar que eso es lo que necesitamos para ser felices, pero Jesús nos dice que el camino que lleva a la felicidad es el de compartir, dar al que no tiene. Quiere que, tengamos lo que tengamos, estemos dispuestos a dar productividad a nuestros bienes para servicio de los demás.

A veces nos puede ocurrir que, en lugar de abandonarnos en Dios, desconfiamos de él y le tenemos miedo porque creemos que si seguimos su voluntad nos va a llevar por caminos de sufrimiento, como si se gozara de hacernos sufrir. Entonces vivimos pobremente y nos desviamos del fin al que debemos dirigirnos.

Para reflexionar:

¿En quién confío? ¿Recurro a Dios solo cuando lo considero oportuno? ¿Estoy seguro de mí mismo y sé cómo debo vivir?