lunes, 6 de junio de 2016

HACEDLO TODO PARA GLORIA DE DIOS

Nos dice San Pedro que pongamos al servicio de los demás los carismas que cada uno ha recibido, para que así Dios sea glorificado: “Si uno habla, que sean sus palabras como palabras de Dios; si uno presta servicio, que lo haga con la fuerza que Dios le concede, para que Dios sea glorificado en todo, por medio de Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (1Pe 4,11).
San Pablo nos dice que hemos sido creados por Dios para alabanza de su gloria, es decir, para glorificar a Dios: “nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado” (Ef 1,5-6).
Insiste San Pablo: “Así pues, ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios” (1Cor 10,31).
En cambio, el Papa Francisco en su Encíclica Evangelii Gaudium nos advierte sobre “La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal” (EG,93).
Por tanto, todo lo debemos hacer para gloria de Dios. Y ¿Qué es la gloria de Dios?
La gloria de Dios es Dios mismo en cuanto que se manifiesta. Y lo que Dios es y manifiesta es su bondad, amor y verdad.
La gloria de  Dios primero viene a nosotros: Dios nos da su amor y verdad, y ante esta gracia que recibimos nos llenamos de Dios, participamos de su vida y nos convertimos en alabanza de su gloria, es decir, llenos de Él manifestamos en nosotros su amor, su verdad y su bondad.
Por tanto debemos hacerlo todo dando gloria a Dios: manifestar con nuestra vida el  amor y la bondad de Dios.
En cambio debemos evitar caer en la mundanidad que busca la gloria de uno mismo, pues “Quien ha caído en esta mundanidad mira de arriba y de lejos, rechaza la profecía de los hermanos, descalifica a quien lo cuestione, destaca constantemente los errores ajenos y se obsesiona por la apariencia” (EG, 97).
El Espíritu Santo es, si le dejamos, el que nos transforma y nos convierte, nos une a Cristo, y así participamos de la vida trinitaria. Pues damos gloria al Padre cuando, unidos a Cristo, amamos como Él.
Para reflexionar:
¿Mi vida manifiesta el amor que Dios es y nos tiene? ¿Mi comportamiento refleja que Cristo ama a través de mí?