miércoles, 6 de diciembre de 2017

SALMOS IMPRECATORIOS

Al orar con los salmos, vemos que en algunos de ellos aparecen imprecaciones. La imprecación es una invocación de maldición, calamidad o juicio divino condenatorio contra los enemigos del que ora.
Puede resultar complicado conciliar las imprecaciones con el amor, la misericordia y la paciencia de Dios que aparece en otras partes de la Biblia.
Como ejemplos de imprecación, en el salmo 137 (136) el salmista desterrado dice: “Capital de Babilonia, destructora, dichoso quien te devuelva el mal que nos has hecho. Dichoso quien agarre y estrelle a tus hijos contra la peña” (vv. 8-9).
En el salmo 63 (62), el salmista después de orar diciendo: “Mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene” (V.9), añade: “Pero los que intentan quitarme la vida vayan a lo profundo de la tierra; sean pasados a filo de espada, sirvan de pasto a los chacales” (V 10-11).
No podemos pensar que la imprecación se debe a la imperfección humana del autor, quien ante una situación de prueba o aflicción, clama a Dios venganza contra sus enemigos. Pues no serían palabras inspiradas sino los deseos del salmista.
Tampoco podemos pensar que la ética del Antiguo Testamento es inferior a la del Nuevo, y por tanto los salmistas tenían ideas aún no desarrolladas acerca de la venganza, la misericordia, y el amor hacia el prójimo. Ya que en ambos testamentos el odio y la venganza personal están prohibidos, y el amor al prójimo es un mandamiento básico. La revelación de Dios en la historia de la salvación no va desde el error hacia la verdad, sino desde menos claridad hacia más luz.
Para justificar las peticiones imprecatorias desde la perspectiva del hombre que las ora, hay que entender que la relación que Dios tiene con el hombre es el de la alianza.
En la promesa de Dios a Abraham le dice: “Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan” (Gn 12,3). Dios se pronuncia a favor de su pueblo y deja claro su intención de mirar por su bien, de protegerlo, y de juzgar a los que lo dañen.
Es como un tratado de vasallaje en el que si se ataca al inferior, el superior tiene obligación de salir en su defensa: “tus enemigos serán mis enemigos y tus adversarios serán mis adversarios” (Ex 23,22).
Al hacer alianza, Dios defiende a los suyos e Israel busca su amparo en él y queda legitimada a orar de esta forma. Las imprecaciones en este contexto no son nada más que pedir lo que Dios ya ha prometido: salir en su defensa y protegerlos, pues los enemigos del pueblo son los de Dios también.
Así, las imprecaciones no son peticiones maliciosas ni manifestaciones de venganza personal, sino peticiones para que Dios defienda a su pueblo, para defender la justicia y la gloria de Dios mismo. Por eso estas peticiones van acompañadas de alabanza y agradecimiento a Dios.
Los salmistas vivían en una época sin mucha revelación sobre el juicio final después de la muerte, por lo tanto, la única justicia para ellos era la terrenal presente. En la imprecación están pidiendo juicio, justicia, por parte de Dios a los que atacan a Dios mismo a través de su pueblo.
Jesús nos enseña a amar a todos, incluso a nuestros enemigos, por tanto, la oración del cristiano es para la salvación de todos y no podemos usar estos clamores de venganza contra individuos o pueblos, porque ¿quién sabe si uno que ahora se manifiesta como enemigo de Dios no será convertido más adelante?
Pero Jesús también nos enseña que Dios es justo, por eso la imprecación nos sirve para que recordemos el juicio venidero de Dios, pues refleja la actitud que tendrá Dios en el último día con sus enemigos.
Para reflexionar:
¿Pedimos a Dios algún mal contra alguien? ¿Cómo es la justicia de Dios?