martes, 25 de septiembre de 2012

FUNDAMENTO TEOLÓGICO DE CÁRITAS



Los cristianos tenemos una vida y fin sobrenaturales que nos lleva a trabajar por amor a Dios y para gloria de Dios (manifestar la bondad de Dios unidos a Cristo). Estos son fines distintos a los de los que no pertenecen a la Iglesia, y es la diferencia entre cáritas y otras ONGs.
La caridad nos la da Dios, nos da su amor. Dios ha amado primero y ese amor nos lleva a amar a Dios, y al prójimo en Dios.
Caridad es participar del mismo amor de Dios, es amar con amor divino. Esto es posible porque por el bautismo hemos sido elevados a participar de la vida de la Trinidad, y esto hace que nuestro pensar y querer se transformen en el pensar y querer de Dios. Nos transformamos en personas nuevas que aman.
El amor que Dios ha puesto en nosotros nos une y hace semejantes a él, nos diviniza, porque queremos lo que él quiere y amamos en su mismo amor. Este es el verdadero amor, que no es impuesto desde fuera sino que nace de nosotros.
Al poseer el amor de Dios, amamos como Dios ama, con su intensidad y con sus características, de forma superior a nuestras posibilidades humanas.
Dios quiere que permanezcamos en su amor y, con ese amor quiere que nos amemos unos a otros. Lo primero es amar a Dios, y porque amamos a Dios hacemos todo lo demás. De nada sirve distribuir nuestros bienes si no se hace impulsado por el amor de Dios. Las cosas que salen del amor, de Dios, dan grandes frutos en el mundo.
Esta unión con Dios nos hace mirar a la otra persona desde la perspectiva de Cristo y ofrecerle la mirada de amor que necesita, pues el amor y la palabra que el otro espera de nosotros es la de Cristo a través de nosotros.
El amor de Dios es la meta, el por qué de todas nuestras acciones, por ello debemos hacerlo todo con caridad porque si no, no vale de nada. Dios nos examinará del amor.
No podemos amar a Dios a quien no vemos si no amamos al hermano al que vemos. Amor a Dios y al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. La caridad es una, y es la que nos hace vivir la vida de Dios. La santidad está en la perfección de la caridad.
Además, Cristo se hace objeto de nuestra caridad con los hermanos: Es el “lo que al otro hiciste, a mí me lo hiciste”.
La caridad se ejercita en medio de la sociedad para ordenar las realidades terrenas según el proyecto de Dios, busca una sociedad en la que todos nos amemos. Por eso no decimos que hay que dar al otro lo suyo, sino que nos hacemos prójimo y nos damos al otro.
Para reflexionar:
¿Por qué no nos sirve lo que se hace sin caridad?
¿Cuál es el amor verdadero?
¿Qué hacemos por los demás?

lunes, 24 de septiembre de 2012

BIENAVENTURADOS LOS PACÍFICOS



Mt 5,9: Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán ellos llamados hijos de Dios.
El Señor promete a David que le nacerá un hombre pacífico que en sus días concederá paz y tranquilidad a Israel, y que será para mí un hijo y yo seré para él un padre (1Cro 22, 9ss). Hay relación entre filiación divina y paz.
El que se presenta como Hijo de Dios debe traer paz, ya que establecer la paz es inherente a la naturaleza del ser Hijo.
En cambio, el que predica violencia nunca puede venir de Dios.
Jesús aparece como Hijo de Dios, por lo que tiene que trabajar por la paz más que nadie, es el príncipe de la paz, el que derriba todas las diferencias y establece la paz en toda la humanidad.
S. Pablo nos dice que nos reconciliemos con Dios. La enemistad con Dios es el punto de partida de toda corrupción del hombre, por lo que hay que superarla para conseguir paz.
El daño principal que podemos sufrir los humanos es separarnos de Dios, pues entonces nos desorientamos e imponemos nuestros criterios al mundo.
Si el mal de la humanidad es separarse de Dios, el principio del bien es reconciliarse con Dios, y esto produce una gran paz interior.
Sólo el hombre reconciliado con Dios puede estar también reconciliado y en armonía consigo mismo, tiene paz, y puede establecer la paz fuera de sí mismo.
Para la paz del mundo, lo primero que debemos hacer es reconciliarnos con Dios, para así tener paz, y luego con la fuerza de Dios trabajar por la paz.
En cambio, si el hombre pierde de vista a Dios fracasa la paz y predomina la violencia.
Que haya paz en el mundo es voluntad de Dios, y por tanto, tarea nuestra, pero no se puede imponer por violencia o miedo.
La promesa es que los que trabajan por la paz son llamados hijos de Dios. Estas 2 cosas van unidas esencialmente.
Esta bienaventuranza nos invita a ser y a realizar lo que el Hijo hace, para así llegar a ser hijos de Dios.
Para reflexionar:
¿Cuál es el camino para poder trabajar por la paz?
¿Transmitimos paz a los que nos rodean?
¿En nuestra vida predominan las discusiones y las disputas por imponer nuestros criterios, o la armonía y la cordialidad en el trato con los demás?

miércoles, 19 de septiembre de 2012

MILAGROS


Hoy los milagros cuestan de aceptar. Pero los historiadores reconocen que Jesús realizó obras prodigiosas o actividades portentosas. No se puede presentar la figura de Jesús sin milagros.
Jesús hizo milagros, forman parte de su misión y aclaran su misterio, ya que en ellos la gente sentía una presencia visible del poder de Dios unido a la persona de Jesús.
Los evangelios sinópticos para describir los milagros utilizan las palabras fuerza, poder, potencia…. que una fuerza poderosa salía de dentro de Jesús, es la fuerza y el poder de Dios. No explican el milagro, exponen el hecho en sí tal como lo vivió la gente. En cambio el evangelio de Juan utiliza la palabra signo para dar a entender que ese milagro tiene un significado.
El milagro es obra de Dios y es una manera de mostrar la identidad de Jesús. Por eso cuando los discípulos del Bautista le preguntan si es el Mesías, Jesús contesta que los ciegos ven, los cojos andan… Jesús alude a los milagros que son signo de su identidad mesiánica.
El milagro de la curación del paralítico es descrito en los 3 evangelios: los que llevan al paralítico entran por el tejado, se lo dejan delante de Jesús y se van, no dicen palabras.
Jesús se acerca al paralítico y le perdona los pecados, no pasa nada más. La reacción del paralítico, de los amigos y de la gente ¿cómo debió ser?, no vieron nada.
Sólo reaccionan los fariseos, que entienden perfectamente la frase de Jesús, y dicen que perdonar los pecados sólo lo puede hacer Dios.
Entonces Jesús pregunta ¿qué es más fácil perdonar o curar?, aquí está el sentido, pues añade a continuación, para que veáis que tengo poder para perdonar los pecados, te digo, levántate y vete a tu casa.
Jesús no dice que es Dios, lo dicen los fariseos, es un milagro que muestra la identidad de Jesús.
No se puede decir que milagro sea aquello que se escapa al curso ordinario o a la observación de las leyes de la naturaleza.
En el milagro, mediante la intervención inmediata y sanante de Dios, la naturaleza es potenciada y revive. Hay una intervención sobrenatural de Dios.
En el milagro Dios no realiza algo que va contra la naturaleza, sino que potencia las leyes de la naturaleza y de la creación, el milagro es un acto creador de Dios.
Si tras el milagro el ciego ve, es porque existe esa capacidad en los ojos para ver, aunque en esa persona en ese momento estaba obstaculizado. Se puede explicar científicamente por qué antes no había visión y ahora sí, lo que no se puede explicar, y por eso escapa a la ciencia, es por qué ha habido ese cambio.
El milagro siempre escapará a nuestro conocimiento, pero no se contradice ni se opone a la explicación científica.
Jesús realiza los milagros cuando la persona tiene fe, o para aumentar la fe, no los hace a las personas que no tienen fe.
Si no presupone la fe o no causa la fe, no es milagro. El milagro sirve para el que tiene fe, para el que no tiene fe lo sucedido es sólo algo sin explicación.
El mayor milagro es la fe. Pero desde la fe ya no se necesita milagro. La fe cura, la fe es milagrosa.
Para reflexionar:
¿Somos capaces de captar las intervenciones sobrenaturales de Dios en nuestra vida?
Con la fe ¿somos capaces de ver milagros en nuestra vida cotidiana?
¿Pensamos que si se dieran más milagros se tendría más fe?

lunes, 17 de septiembre de 2012

LITURGIA


La salvación del hombre, proyectada y revelada por Dios Padre es un misterio, primero fue anunciada y preparada por los profetas, luego se cumple en Cristo, para posteriormente darse a conocer por la predicación de los apóstoles a través de la Iglesia, gracias a la acción del Espíritu Santo.
La liturgia la comprendemos mejor desde esta perspectiva, ya que estamos en la tercera y definitiva etapa de la historia de la salvación, en el tiempo de la Iglesia o del Espíritu Santo, donde Cristo manifiesta, hace presente y comunica su salvación.
En este tiempo, la presencia de la salvación en medio de los hombres no cesa, y se produce mediante la fe y la incorporación personal al misterio de Cristo por medio de los sacramentos.
Igual que Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió a los apóstoles para que realizaran la obra de salvación mediante los sacramentos: mediaciones por las que actúa y se hace presente Cristo resucitado.
El Cristo que realiza la salvación está presente y actuando en la liturgia, confiere a esta una eficacia salvadora. La Iglesia anuncia y realiza la salvación, hace lo mismo que hizo Jesucristo.
Cristo instituye el memorial de su muerte y resurrección para redimirnos, se lo entrega a la Iglesia, y en ella, el Espíritu Santo nos descubre el significado salvífico de este misterio, lo hace presente, y nos introduce en él a través de la liturgia.
En cada celebración litúrgica, la muerte y resurrección de Jesús que ocurrió de una vez para siempre, se hace memorial: se actualiza y se hace presente ese acontecimiento a través de los sacramentos, y toda la Iglesia ejerce el culto público íntegro a Dios.
Basta la fe y la celebración de la Iglesia para entrar en esa corriente de salvación.
La liturgia no son ceremonias o ritos externos, sino que nos lleva a contemplar y celebrar el misterio pascual de Cristo, y su finalidad es la santificación de los hombres y el culto al Padre.
La liturgia es la presencia de la salvación en la historia, ya que a través de los sacramentos nos inserta en el misterio pascual de Cristo, que es lo que nos redime y nos salva.
Para reflexionar:
¿Somos conscientes que la Iglesia a través de la liturgia (leer la Palabra, orar, consagrar…) hace presente el misterio pascual de Cristo (su muerte y resurrección), que es lo que nos salva?
¿Vemos a través de los signos litúrgicos la manifestación visible de Cristo que sigue actuando en los sacramentos?
¿Nos lleva la liturgia a nuestra santificación: participar de la vida de Dios, estar en comunión con Él?
Si la Iglesia realiza la salvación por estar Cristo actuando en ella por la acción del Espíritu Santo ¿fuera de la Iglesia hay salvación?

sábado, 15 de septiembre de 2012

MISERICORDIA


Lc 17,11-19: Jesús va de Galilea a Jerusalén, se le acercan 10 leprosos y le dicen a distancia: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.
Jesús les dice que vayan a presentarse a los sacerdotes, y de camino quedan limpios. Uno, al verse curado, se volvió a Jesús a darle las gracias. A este le dice: vete tu fe te ha salvado.
Los leprosos le piden a Jesús compasión.
La compasión es un sentimiento por medio del cual nos ponemos en el lugar del que sufre y compartimos su dolor. Es sentir dolor por el sufrimiento que estamos viendo, padecer con el que sufre.
Los leprosos le piden a Jesús compasión porque esperan algo de él (limosna, comida…). La fe que tienen en Jesús no llega a más.
Jesús no se limita a compadecerse, tiene misericordia.
La misericordia se da cuando actuamos al sentir compasión. Es activa, es la compasión en acción, el amor puesto en práctica.
Jesús siente compasión y actúa con misericordia. Ante esa situación, al sentirse conmovido, entra en acción y trata de cambiar la situación.
Los leprosos tras el encuentro con Jesús quedan limpios, pero sólo uno se ve curado, éste vuelve alabando a Dios, y se echa a los pies de Jesús dándole las gracias.
El curado ha visto la presencia y la misericordia de Dios que le curó y perdonó, por eso vuelve para dar gracias a Jesús al que reconoce como Mesías. Pero no sólo ha quedado limpio y curado, ha quedado salvado al reconocer el auténtico salvador.
Mt 18, 23-35: Mateo cuenta la parábola del siervo al que se le perdona toda la deuda y él no es capaz de perdonar una cantidad pequeña. El dueño cuando se entera de esto, lo mete en la cárcel hasta que pague todo. Esto lo argumenta Mateo diciendo: ¿no debiste tener compasión con tu hermano como la tuve yo contigo?
El cristiano parte de la experiencia de haber sido perdonado de su vida pasada sin haber hecho méritos, ha sido transformado en una criatura nueva.
Dios empieza por darnos la misericordia que nos lo perdona todo, y cuando ya la tenemos, quiere que la practiquemos con los demás, que sea una actitud permanente en nuestras vidas.
Por eso, en el juicio final se nos juzgará de la misericordia que hayamos practicado con los demás.
El misericordioso es el que se conmueve por dentro ante las necesidades de los demás y le ayuda.
Por misericordia Dios Padre pone en su corazón nuestras miserias, y quiere que nosotros actuemos igual, que hagamos nuestras las miserias y sufrimientos de los demás, sintamos compasión y actuemos para ayudar a cambiar esa situación de sufrimiento.
Para reflexionar:
Sin sentirnos amados y perdonados, difícilmente podremos amar y perdonar ¿Percibimos la misericordia de Dios, su actitud constante de amor y perdón hacia nosotros?
El sufrimiento ajeno ¿lo vivimos como propio? ¿nos conmovemos de forma que llegamos a padecer con el que sufre?
Lo que hacemos por los demás ¿es siempre por amor?
Si tuviésemos compasión y misericordia ¿también nosotros curaríamos y salvaríamos?

viernes, 14 de septiembre de 2012

BIENAVENTURADOS LOS MANSOS


Mt 5,4: Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Mansos son los sufridos, los humildes, los pobres de Dios. Son los que confían en Dios, reconocen y aceptan sus limitaciones, no miran a nadie por encima del hombro, saben que su misión es servir y viven para los demás. No son por ello conformistas o cobardes.
En el libro de los Números aparece Moisés como un hombre muy humilde, el más humilde de la tierra. Si Jesús es el nuevo Moisés, le tiene que superar en humildad, por eso dice de sí mismo que es manso y humilde de corazón.
En la profecía de Zacarías se dice: alégrate hija de Sión… mira a tu rey que viene modesto cabalgando en un pollino… dominará a las naciones de mar a mar.
Zacarías nos viene a decir que a Jerusalén va a llegar un rey pobre, que no gobierna con poder político o militar, que es humilde y manso ante Dios y los hombres, que entra en un burro, y que va a establecer la paz en todo el universo, de mar a mar, a todas las naciones.
Esto se cumple cuando Jesús entra en Jerusalén humilde montado en un asno.
La palabra mansedumbre nos descubre la esencia de la realeza de Jesús, y nos llama a seguir a Aquel que entrando en una borrica nos manifiesta cómo es su reinado. Es un rey humilde que nos da confianza para acercarnos a él.
La promesa para los que son mansos es que heredarán la tierra.
Tierra y libertad van unidas, si no hay tierra no hay libertad.
Cuando el pueblo de Israel está en Egipto reconocen que son esclavos porque no tienen libertad para adorar a Dios y celebrar el culto.
Los judíos tenían unas promesas heredadas de Abraham de ser el pueblo elegido por Dios, se les promete una tierra para que sea un lugar de obediencia, un espacio abierto a Dios para liberarse de la idolatría.
Por eso quieren una tierra, para relacionarse con Dios y darle el culto debido sin mezclarse con el culto a otros dioses.
Posteriormente en el destierro de Babilonia descubrieron que se le puede dar a Dios culto en cualquier sitio. Se va profundizando en la idea de la tierra cada vez menos relacionada con la posesión nacional y cada vez más con el derecho universal de Dios sobre el mundo.
El mundo debe ser la tierra del rey que llega en un borrico, del rey de la paz, por eso pertenece a los humildes y a los mansos. Ellos heredarán la tierra de Dios, tierra donde abunda la caridad, el gozo, la unidad, la generosidad, la verdad, la paz…
Mansos son los que quieren relacionarse bien con los hombres y con Dios, por eso se les promete la tierra, un lugar de relación con Dios y con las personas, en paz y para siempre.
Para reflexionar:
¿Hemos descubierto que el rey que nos debe gobernar y al que debemos seguir, es aquel que viene humilde y manso en una borrica?
¿Nuestra relación con Dios y con los demás se basa en nuestra suficiencia y méritos, o en sentirnos limitados y pequeños ante Dios?

jueves, 13 de septiembre de 2012

INFIERNO


Los infiernos era el lugar de todas aquellas almas de los que murieron justos, pero estaban esperando la resurrección de Jesús.
Jesús desciende a los infiernos cuando muere, está con los muertos y se los lleva con Él a la divinidad, crea el cielo, y en los infiernos se quedan los que no fueron justos.
Para el hombre Dios sólo ha creado la salvación, es lo único que Dios ofrece al hombre. Dios ha creado el cielo, no el infierno.
Dios ha creado al hombre no para que éste decida ir al cielo si es bueno o al infierno si es malo, sino que Dios nos ha creado para el cielo. Quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Todo lo que Dios ha creado es bueno, y  ha creado al hombre para que esté en comunión con Él, ha querido unir a todos los hombres en y por Jesucristo, en Él.
No se puede decir que el hombre tiene 2 caminos, uno que va al cielo si es bueno y otro que va al infierno si no es bueno. No hay 2 principios, el del bien y el del mal. Sólo el del bien.
Dios nos crea a su imagen y semejanza, libres, con capacidad de decisión y de construir nuestra vida, y nos ha puesto todos los medios necesarios para que elijamos el bien.
Dios quiere que vayamos hacia Él, pero podemos autoexcluirnos de ese camino hacia Dios, eso es el infierno. El infierno no es un lugar, es la decisión de romper con Dios.
El hombre crea el infierno desde el momento que se autoexcluye de la comunión con Dios.
Cuando usamos nuestra libertad para autoexcluirnos de la comunión de vida con Dios, estamos eligiendo el infierno y, Dios reconoce y respeta esa decisión.
Esto en teología se llama pena de daño: no ver a Dios al no estar en comunión de vida con Él por haberlo rechazado voluntariamente.
Hay textos bíblicos en los que Jesús habla del fuego que no se apaga, del rechinar de dientes… Es la pena de sentido. Dios nos ha creado sin contar con nosotros, pero no nos salva sin contar con nosotros.
El infierno es el rechazo al amor y piedad de Dios, no es algo que viene de fuera (creado), es algo que elegimos desde dentro, lo crea el propio condenado.
En el infierno están los que han elegido estar allí, pues la perdición se da donde el hombre libremente rechaza a Dios.
Somos pecadores por debilidad y le pedimos a Dios misericordia (esto es lo que quiere Dios de nosotros), y Él nos da a cada uno de nosotros la suficiente gracia para salvarnos.
Dios ha puesto un nivel mínimo para salvarse: lo que hicisteis con uno de estos pequeños, a mi me lo hicisteis. Para salvarnos, basta ser solidario con las demás personas, ayudar a los que lo necesiten.
Por eso el infierno no es sólo negar a Dios y rechazar su misericordia, es también negar al hermano y no ser solidario con ellos, hasta el último día.
Para reflexionar:
¿Nos damos cuenta que estamos creando nuestro propio infierno cuando rechazamos a Dios y nos separamos de los demás?
¿Valoramos que lo único que Dios quiere para nosotros es que nos salvemos, es decir, que vivamos siempre en comunión con Él?

miércoles, 12 de septiembre de 2012

BIENAVENTURADOS LOS POBRES EN EL ESPÍRITU


Mt 5, 3: Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dios se nos revela como el Dios de los pobres, de los desheredados, de los abandonados… Jesús ama a todos, pero se pone de parte de los desfavorecidos del mundo.
Jesús actúa así, porque Dios es así. Jesús tiene un corazón grande para amar y ama a todos, pero por exigencia del propio amor, ama más intensamente a aquél que más lo necesita.
Por eso su opción son los pobres, los que más lo necesitan.
Los profetas quieren educar a la gente para ser sencillos, humildes y obedientes delante de Dios, ya que Dios salva y libera a pobres, viudas, huérfanos, pequeños…
Israel va reconociendo que los pobres, en su humildad, están cerca del corazón de Dios, al contrario de los ricos que sólo confían en sí mismos.
Si al pobre nadie le ayuda en este mundo, dirige su mirada a Dios, de forma que quien no confía en nada más que en la fuerza salvadora de Dios, ese es el pobre de espíritu.
Pobres de espíritu son los que se abren al mensaje de Jesús: María, José, Isabel y Zacarías, los pastores de Belén, los discípulos de Jesús… gente humilde, sencilla, abierta a la llamada del Señor.
Son, como dice S. Pablo, hombres que no alardean de sus méritos ante Dios, que se saben pobres también en su interior y que aceptan con sencillez lo que Dios les da, que viven en conformidad con Dios.
Jesús expresó esto en la parábola del fariseo y el publicano. El que no presenta a Dios méritos porque no los tiene es el pobre de espíritu (el publicano), y lo que tiene es obra de Dios.
Ser niños y pobres de espíritu es lo mismo.
El ser pobre de espíritu ¿es una actitud puramente espiritual, o es material?: La pobreza de la que hablamos no es sólo un fenómeno puramente material, pues la pobreza material no salva ni es querida por Dios cuando origina sufrimiento; aunque tampoco esta pobreza es una actitud espiritual.
Son los pobres que se han hecho pobres porque no se apegan a ninguna riqueza ni se dejan esclavizar por las cosas. Comparten lo que son y lo que tienen, no guardan sus tesoros ni se encierran en sí mismos.
Es una pobreza que significa desapego, generosidad, libertad y amor, pues todo el que ama se hace pobre.
La promesa que se les da a los pobres de espíritu es que de ellos es el reino de los cielos. Esta promesa está en presente.
Esta pobreza lleva a un tipo de vida austero, humilde, solidario, en la que se hacen presentes los valores del reino: compartir, confiar, servir…
El reino de Dios es Jesús, y Jesús es de los pobres de espíritu, está con ellos. Jesús, reino de Dios, se ofrece a esta gente que le sigue.
Para reflexionar:
¿Qué nos parece que Dios sea parcial y sienta predilección por los desheredados y marginados de este mundo?
¿Si nos hacemos pobres a base de compartir y servir a los demás, ya estamos viviendo el reino de Dios?
¿Somos pobres al desprendernos de la vanidad de pensar que hacemos las cosas bien por nuestros méritos, y nos abandonamos y confiamos a Dios?

lunes, 10 de septiembre de 2012

ORACIÓN


Decía Santa Teresa que la oración es un trato de amistad, de estar a solas con quien sabemos que nos ama.
Es encuentro de relación con Dios, diálogo personal entre el hombre y Dios.
Sólo por la oración se entra en relación con Dios, por ello quien no ora no entiende la fe que cree y celebra, vive fuera de Dios y no respira su amor y verdad.
Es una relación en la que no se busca paz o bienestar, sino amar y hacer la voluntad de Dios.
La oración no es para expertos ni depende de técnicas o métodos sofisticados, es para niños (no de edad) pues se realiza con humildad, confianza y abandono en Dios.
La oración nos transforma en personas que aman y se entregan como Jesucristo, por eso la oración auténtica suscita la caridad. Nos empuja a colaborar con la misión de la Iglesia y en el servicio a los hermanos para mayor gloria de Dios.
Si la oración no transforma nuestras vidas es que no es auténtica, pues la oración sincera nos lleva a revisar nuestra vida, a reconocer los pecados, a invocar la misericordia de Dios y a cambiar nuestra vida por amor.
Los que oran viven centrados en Dios, no buscan alabanzas ni se sienten ofendidos por los demás.
La oración es el camino de la unión con Dios, vamos entrando en Dios, que nos va iluminando y haciéndonos saber cual es su voluntad. Al mismo tiempo nos da la gracia para que obremos desde esa unión con Él. Es la unión de voluntades, el matrimonio espiritual.
Cuando el alma está unida a Dios, la oración es habitual, por lo que en el trabajo y en la vida cotidiana se está orando porque se está haciendo la voluntad de Dios.
Sin oración no se ve nada, no se cree que se hace algo mal, no se tienen virtudes ni apostolado.
Cuando se comienza con la oración, nos damos cuenta que hacemos cosas mal, combatimos el pecado, se hace apostolado, y aumenta la frecuencia de los sacramentos.
Si oramos, vivimos desde Dios. Dios comienza a reinar en nuestra voluntad, y al final nos convertimos en personas que aman en Dios y desde Dios. Es la comunión Trinitaria, vida en Cristo.
La oración es el acto central de la actitud religiosa, donde la oración ha enmudecido, ha desaparecido también la religión.
Para autentificar la oración, hay que decir siempre “Señor haz tu voluntad” con esa frase debe acabar toda oración.
Para reflexionar: 
Si no oramos y no nos relacionamos con Dios ¿cómo podemos saber cuál es su voluntad?
¿Buscamos en la oración que Dios nos ayude en lo que creemos que nos conviene?

sábado, 8 de septiembre de 2012

CONCIENCIA QUE JESÚS TENÍA DE SÍ MISMO Y DE SU MISIÓN


En su vida terrena Jesús nunca dijo claramente que era el Mesías, pues la situación que había en su época podía llevar a un malentendido de esa expresión, ya que se esperaba un Mesías político y liberador.
Por ello nos preguntamos si Jesús tenía conciencia de ser Hijo de Dios y de su misión.
Los evangelios señalan que Jesús habla y actúa con autoridad. En esa autoridad descubrimos sus pretensiones que revelan que tiene conciencia de no ser uno más, de estar por encima de todos.
Jesús sigue la ley judía, pero quebranta el sábado, discrepa en las normas de pureza e impureza, rompe el ayuno, come con pecadores y publicanos… esto no lo hace por rebeldía, quiere manifestar que esa es la conducta de Dios que quiere acoger en su Reino a todos.
En su predicación Jesús no habla como un profeta, sino que utiliza el “yo os digo” y el “en verdad os digo”, habla como aquél que tiene poder en su palabra y se coloca por encima de los demás.
Tampoco enseña como un rabino que repite las escrituras, ni discute sobre cómo interpretar o aplicar la ley, va más allá cuando declara la verdad o no de los propios preceptos.
No llama a los discípulos para que se conviertan en maestros, su llamada “sígueme” es una invitación, pero también una orden que convierte en discípulo a quien llama. Los llama a convivir con él y exige un seguimiento radical.
Jesús anuncia el Reino de Dios y liga su llegada con su persona. Él es el contenido del Reino.
Jesús mantiene una relación singular con Dios como Padre. Le llama Abba, término familiar con que un niño se dirige a su padre. Implica familiaridad y cercanía con Dios.
Cuando Juan Bautista le pregunta si es el Mesías, Jesús no responde si o no, le contesta con un texto de Isaías que le da a entender que en él se cumplen las señales mesiánicas.
Pedro confiesa a Jesús como el Mesías, pero le contesta hablándole de su muerte y anunciando su pasión, corrige la idea de Mesías y la vincula con la de siervo de Dios que va a ser entregado.
Cuando el Sumo Sacerdote pregunta a Jesús si es el Cristo, no responde claramente, contesta con “tú lo dices”, dice con evasivas que sí es el Mesías, pero habla luego de la venida escatológica para que no lo confundan con un Mesías político.
A través de su actitud, predicación, relación con el Padre, vemos que Jesús se consideró el Mesías, aunque no lo dijo explícitamente por miedo a ser mal entendido, sólo aclara el sentido de su mesianismo cuando los otros se lo reconocen.
Para reflexionar:
Jesucristo es una única persona, con 2 naturalezas unidas, la divina y la humana. Esta unión no elimina la diferencia de esas 2 naturalezas. 
La forma en que Jesús realiza su misión ¿nos hace entender que era consciente de ello?

miércoles, 5 de septiembre de 2012

JUSTICIA Y CARIDAD


La justicia ha de buscar la igualdad humana, debe hacer posible la igualdad de todos los ciudadanos, responde a ese ideal utópico. Aunque es un ideal que no está aquí, estará después, está en Cristo.
La caridad política (la que se da en la polis, en la ciudad), es el amor eficaz que se actualiza en la consecución del bien común: que son las condiciones que posibilitan el desarrollo y crecimiento de la persona humana.
En la consecución del bien común es donde la justicia y la caridad se encuentran, ya que el hombre actúa por la justicia y la caridad para el bien común.
La caridad implica una exigencia de la justicia, ya que se necesita el reconocimiento de la igualdad para poder amar. Para querernos debemos ser iguales, primero soy justo contigo, y luego me convierto en tu prójimo por amor. Se necesita la justicia para poder decir te quiero.
Cuando hablamos de caridad no decimos dar al otro lo suyo, sino que nos hacemos prójimos, nos hacemos el otro y nos damos a él.
De ahí que la ética cristiana supera las relaciones de igualdad que brotan de la justicia.
La caridad política busca una sociedad en la que todos nos amemos, y esto lo hace posible la justicia, que es la mediación que posibilita que el otro experimente el amor que le tenemos.
La caridad política no suple las deficiencias de la justicia, ni encubre las injusticias que se cometen. Es un compromiso activo y operante: decir primero todos somos iguales, y luego todos somos hermanos.
El bautizado tiene la vocación de ordenar las realidades terrestres según el proyecto de Dios, es la caridad en medio de la polis, esto es lo específico de la vocación del laico, la utopía del amor: que el proyecto de Dios sobre el hombre se puede hacer realidad aquí y ahora.
La presencia del cristiano en la sociedad se manifiesta en la fraternidad: querer a todos como hermanos, presuponiendo la justicia.
Justicia y amor de Dios: Dios juzgará, pero su juicio es justificante. Cuando juzga hace justos.
El juicio de Dios se ha producido ya, se da en la cruz cuando muere Jesús. Ahí el Padre juzga a la humanidad en Jesucristo, y el pecado o la injusticia están vencidas en la justicia del Hijo. Dios nos hace justos consintiendo que su Hijo muera por nosotros. Así es el amor de Dios.
Para reflexionar:
Para la consecución del bien común ¿se necesita la justicia y la caridad? ¿cuál es más importante?
¿La caridad debe actuar cuando no hay justicia? ¿debe subsanar la falta de justicia?
¿Se puede amar desde la injusticia?

sábado, 1 de septiembre de 2012

REINO DE DIOS


En los evangelios no se define el Reino de Dios, pero Jesús es condición para la realización del Reino, lo hace presente, es inseparable a él, ya que nos invita a elegir el Reino de Dios con la aceptación o rechazo de su persona y de su predicación.
Cuando Jesús dice que ha llegado el Reino de Dios, quiere decir que ha llegado el perdón sanador de Dios. El Reino de Dios es la nueva familia de los que han sido perdonados por Dios.
Jesús viene a sanarnos, a perdonarnos, nos hará personas nuevas y nos llamará hijos de Dios.
Los primeros en recibirlo son los discípulos, ellos formarán una nueva familia.
El grupo de discípulos convocado y fundado por Jesús, se reúne y se consolida como grupo viviendo alrededor de Jesús, identificándose con su destino. Es el núcleo del Reino de Dios y es también el núcleo de la Iglesia.
Jesús es el Reino y los que se unen con él van entrando a formar parte del Reino de Dios. El Reino de Dios está donde está Jesús.
Jesús propone e invita a un nuevo estilo de vida que es el Reino de Dios. Nos dice que el Reino de Dios sería lo que sucedería en el mundo si realmente Dios ejerciera su poder. Cambia todo. La resolución de los problemas del mundo se consigue dejando que Dios sea Dios, dejando la solución en sus manos.
El hombre se hace partícipe del Reino de Dios mediante la fe y la conversión, pero sólo quien lo estima más que a todas las cosas y lo busca sobre todo, lo alcanzará.
Reino e Iglesia no se identifican, porque la pertenencia a la Iglesia no garantiza la entrada en el Reino, pero hay una vinculación, ya que la Iglesia está al servicio del Reino, es signo y sacramento del Reino.
La Iglesia no es un fin en sí misma, está ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento, y su misión es anunciar los valores evangélicos expresión del Reino de Dios.
El Reino está presente en la Iglesia, es el ya pero todavía no. Hay una tensión con plenitud escatológica.
La realidad o naturaleza del Reino es misterio, unas veces se habla como realidad presente y otras como realidad futura, no es una realidad consumada. Con Jesús comienza la aurora del reino de Dios pero no la consumación.
El Reino iniciado en la tierra por Jesucristo, ha de ser extendido hasta que en el fin de los tiempos sea consumado por Dios cuando Cristo reine en todo y sea todo en todos. Esto no se dará en este mundo, sino cuando Jesucristo vuelva para aniquilar el mal, se cree un cielo nuevo y una tierra nueva, y resucitemos.
Para reflexionar:
¿El Reino de Dios se podrá implantar en este mundo o sólo se podrá vivir en él en el cielo, en la comunión de los santos?
¿Cómo podemos participar en el Reino de Dios y facilitar su instauración?