domingo, 28 de agosto de 2016

HUMILLARSE ES ENALTECERSE

Jesús, para decirnos que “el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc 14,11), nos propone una parábola en la que nos aconseja que cuando seamos invitados no ocupemos los puestos principales (Cf Lc 14, 1-11).
Todos tenemos un alto concepto de nosotros mismos y buscamos los primeros puestos para ser alabados por la gente. Tratamos de deslumbrar y satisfacer nuestra vida social ligándola a la posesión, al poder o al honor.
Pero Jesús nos dirá que estos no son los valores para entrar en el banquete del Reino de Dios. Nos da a entender que los puestos de honor en el Reino de los Cielos no son para los que creen tener privilegios, para los soberbios y vanidosos; sino para los humildes y sencillos de corazón.
De ahí la necesidad que tenemos de hacer una profunda revisión de la jerarquía de valores que la sociedad en que vivimos ha establecido y que nos invitan a escoger los primeros puestos; en cambio, los contrava­lores de Jesús nos mandan directamente al último puesto: al que se encumbra, lo abajarán, y al que se abaja, lo encumbrarán.
Jesús quiere constituir una sociedad de iguales siendo humildes y sencillos de corazón. Por eso “el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor” (Lc 24,26), pues Jesús está en medio de nosotros “como el que sirve” (Lc 24,27).
Buscamos elegir los primeros puestos, que no es cuestión de sillas o primeras filas, elegir el primer puesto es cosa del corazón, es querer ponerse uno delante de todo, que todo esté supeditado a nuestra voluntad, es querer ser servido en lugar de servir, ser ensalzado en lugar de mostrarse disponible, ser amado antes de amar.
Este comportamiento no nos ayuda sino que nos perjudica porque nos convierte en rivales unos de otros, nos lleva a la desconfianza, a la envidia y a los atropellos.
Por eso Jesús nos dice que el que se cree justo y piensa que merece el primer puesto, oirá “cédele el puesto a este”(Lc 14,9) y se irá avergonzado.
Pretender obtener honor y gloria por nosotros mismos nos lleva a una actitud egoísta y soberbia que nos rebaja, en cambio, quien se humilla, inclina su cabeza delante del Señor y pide perdón, será ensalzado.
La verdadera grandeza humana la alcanza no el vanidoso, no el soberbio, no el que se cree más que los demás por ser importante, sino el humilde, el que en todo procede con sencillez, el que incluso siendo una persona importante se abaja para servir y elevar a los demás.
Este es el camino por el que cada cual será enaltecido: el del abajamiento para un servicio permanente y desinteresado a los demás.
Sólo se conoce y se valora rectamente a sí mismo quien conoce y ama al Señor. En Cristo descubrimos la verdad sobre nosotros mismos y de Él podemos aprender a ser verdaderamente humildes.
Para reflexionar:
¿Qué buscamos en la vida? ¿Dónde nos colocamos? ¿Qué pretendemos y de qué forma?