domingo, 29 de diciembre de 2013

LA LITURGIA EN LA ECONOMÍA DE SALVACIÓN



Dios crea el mundo con una finalidad, tiene un proyecto de salvación para el género humano.
Esta salvación proyectada y revelada por Dios Padre es un misterio: primero fue anunciada y preparada por los profetas, luego llega a plenitud y se cumple en Cristo, para posteriormente darse a conocer por la predicación de los apóstoles a través de la Iglesia, gracias a la acción del Espíritu Santo.
Dios al encarnarse se une a la historia humana, y así, la salvación se realiza en el tiempo.
Ahora estamos en la tercera y definitiva etapa de la historia de la salvación, en el tiempo de la Iglesia o del Espíritu Santo donde Cristo manifiesta, hace presente y comunica su salvación. Esto lo hace el Espíritu Santo que actúa en la acción de la Iglesia y nos introduce en la historia de la salvación. 
La liturgia hace presente los acontecimientos que nos salvaron. En cada celebración por la efusión del Espíritu, la muerte y resurrección de Jesucristo que ocurrió de una vez para siempre, se actualiza y se hace presente, se hace memorial.
La liturgia, con lo que le precede (la conversión y la fe) y con lo que le sigue (la vida moral) es el modo actual de entrar en la corriente histórica de la salvación.
El centro de esta economía de salvación está ocupado por el misterio pascual de Jesucristo, que es lo que la iglesia anuncia y actualiza en la liturgia.
Igual que Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió a los apóstoles para que realizaran la obra de salvación mediante los sacramentos, mediaciones por las que actúa y se hace presente Cristo resucitado.
El Cristo que realiza la salvación está presente y actuando en la liturgia, confiere a esta una eficacia salvadora. La Iglesia anuncia y realiza la salvación, hace lo mismo que hizo Jesucristo.
Cristo nos redime con su misterio pascual, instituye el memorial de su muerte y resurrección y se lo entrega a la Iglesia, y en ella, el Espíritu Santo nos descubre el significado salvífico de este misterio, lo hace presente, y nos introduce en él a través de la liturgia.
Los sacramentos, con la Eucaristía como sacramento central, son la acción por medio de la cual la Iglesia hace presente a Jesucristo con todo su poder, en la vida de los creyentes.
La resurrección de Cristo es la fuente de toda sacramentalidad. La humanidad glorificada de Cristo se hace presente en cada sacramento.
La sacramentalidad de la Iglesia se expresa sobre todo en la Eucaristía.
La Eucaristía es la cumbre de la vida cristiana, por lo que todas las demás acciones sagradas y obras de la vida cristiana, se relacionan con ella, proceden de ella y a ella se ordenan.
En resumen, la liturgia es la presencia de la salvación en la historia, ya que a través de los sacramentos nos inserta en el misterio pascual de Cristo, que es lo que nos redime y nos salva. El hombre acoge la salvación por medio de los sacramentos.
Esta vida de gracia recibida por medio de la iglesia a través de los sacramentos nos lleva a cumplir una moral, para vivir como cristianos.
La moral cristiana nos llevará a la caridad, que es la virtud moral más importante, de forma que con la caridad, cumpliendo el amor, nos presentaremos ante Dios.
Para reflexionar:
¿Nos damos cuenta de la importancia de la Eucaristía para nuestra vida cristiana? Si en los sacramentos actúa Jesucristo y a través de ellos nos metemos en la historia de la salvación ¿cómo participamos de los sacramentos?

domingo, 27 de octubre de 2013

RELIGIÓN



Es un hecho constatado que desde que existe el hombre a su lado ha estado la religión.
Si en la historia de la humanidad la religión hubiera sido algo coyuntural fruto de una necesidad, cuando se satisface la necesidad o cuando las ciencias dan una solución, ya no hace falta Dios.
Pero la religión no es coyuntural, es estructural, forma parte de la esencia humana. El hecho religioso es connatural a la humanidad, pues el hombre por lo que es, está abierto a la trascendencia y es en la religión donde trata de buscar ese diálogo o contacto con Dios.
El ser humano ha sido creado para existir en relación con Dios, para vivir en comunión con Él, pues ha sido creado a su imagen y semejanza y está capacitado para dialogar con Él.
Esto lleva al hombre a estar ligado a Dios. En el interior del hombre se encuentra un sentimiento de dependencia inserto en su misma esencia.
La meta del hombre es ver a Dios, encontrarse con él, y eso liga al hombre con Dios. Este es el por qué de que haya religión.
En la religión el hombre busca a Dios, pues se siente religado, atado a él, y busca dar culto al creador. El hombre pregunta, busca, y Dios responde, Dios sale al encuentro.
Existen diversidad de religiones, en ellas hay una doctrina, un culto, y todas buscan la salvación del hombre.
La religión es una experiencia humana de relación con una realidad suprema o misterio, que confiere sentido a la propia vida, pero no es una experiencia experimental, pues no parte de los sentidos, ni se puede repetir ese experimento, ni ese experimento es igual para todos.
La experiencia religiosa es experiencial, es vivencia, supone un contacto o relación personal con lo que se tiene experiencia.
Cuando uno tiene experiencia de Dios, todo él se transforma, pues esta experiencia llega al corazón, afecta al yo; todo queda transformado con la presencia de Dios.
La relación ante Dios es de éxtasis, el hombre sale de sí mismo y Dios ocupa el centro (aunque Dios no niega nuestro yo, sino que lo hace distinto y mejor).
Para que exista religión se necesita el sujeto creyente y el objeto creído. En esta relación la iniciativa es de Dios.
La religión supone encuentro, el ser trascendente se hace presente, nos visita. Por eso la actitud religiosa lleva al sacrificio (a través de un objeto consagrado se pretende realizar o expresar la relación con la divinidad) y a la oración (relación directa con la divinidad, acto central de la actitud religiosa).
Para reflexionar:
¿Qué entendemos por religión y ser religiosos? ¿Nuestra actitud religiosa es de relación con Dios o cumplimiento de normas y preceptos? ¿Cómo nos relacionamos con Dios?

jueves, 17 de octubre de 2013

TEOLOGÍA FUNDAMENTAL



El contenido de la Teología fundamental es la Revelación de Dios a la humanidad y su acogida en la fe.
Ante la Revelación la teología escucha y reflexiona lo que dice, y la justifica.
La Revelación se justifica porque la fe es razonable, coherente con la razón humana. Para creer no hay que prescindir de la razón.
Se trata de justificar de forma racional la aceptación de la Revelación divina.
La teología pretende presentar el mensaje cristiano exponiendo los motivos por los que se justifica el sí de la fe a la revelación divina. Hay que justificar el sí que le damos a la persona y al mensaje de Jesucristo que la Iglesia anuncia.
Pero no es sólo ver qué dice la Revelación, sino verlo en dialogo con el otro (con el que no cree) y buscar la justificación racional.
Ya desde el inicio del cristianismo la predicación cristiana tiene, entre otras, una función apologética en cuanto trata de “dar razón” o “explicación” al que nos interroga por nuestra fe (1 Pe 3, 15: “... dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza”).
Este texto está dirigido a cristianos que viven en la diáspora, que lo están pasando mal, pues son perseguidos, criticados y burlados por la sociedad (algo parecido a la actualidad).
El cristiano debe saber dar una razón o respuesta no solo de su fe, sino también de su esperanza, pues ésta conecta con el sentido de la vida.
Esta conexión de fe y razón muestra que la revelación es creíble, hay que mostrar que Jesucristo es creíble.
Hoy es importante mostrar que el cristianismo es una respuesta con sentido para el hombre actual.
Para reflexionar:
¿Cómo es mi fe? ¿Creo sin cuestionarme lo que se me transmite? o ¿No creo más que lo que se puede demostrar?  


sábado, 21 de septiembre de 2013

COMUNIÓN DE LOS SANTOS



La Iglesia la constituimos las personas que estamos en la tierra, las que están en el purgatorio y las que están en el cielo. Es un consorcio o comunidad de vida que tenemos desde la tierra con nuestros hermanos que están en la gloria y con los que están purificándose. A esto se le llama comunión de los santos.
La Iglesia global está integrada por 3 estados: la Iglesia militante o peregrina (los que estamos en la tierra), la Iglesia purgante (los que están en el purgatorio) y la Iglesia triunfante (los que están en el cielo). El nexo de unión de los 3 estados es Jesucristo.
El conjunto de estos 3 estados forman la Iglesia comunión de los santos. Es la comunión de todos los que estamos alrededor de Jesús.
Lo que fundamenta la unión entre estos 3 estados es una misma caridad (caridad es el amor de Dios). Estamos unidos por el amor de Dios que viene a nosotros, porque poseemos el Espíritu Santo (que es el amor de Dios).
Por eso sólo los que tienen el Espíritu Santo forman parte de la comunión de los santos, pues gracias a él estamos unidos por la caridad y somos de Cristo.
Dios es el que nos ama, y el amor que Dios nos tiene y que nos viene a través de Jesús, es tanto para los que estamos en la Iglesia peregrina, como para las almas del purgatorio y del cielo.
Dios nos ama aún siendo pecadores, y con su amor nos transforma, nos quita el pecado, nos llena de su amor, y ya podemos amar.
Dios, una vez nos ha dado su amor, nos da la oportunidad de que le devolvamos el amor por propia iniciativa, para ello nos dice que amemos al prójimo, pues no le podemos devolver el amor directamente, pero sí a través de nuestros semejantes.
La caridad, que es el amor de Dios, al llegar a nosotros nos capacita para amar a los demás, ese amor es el motor de la comunión de los santos.
Para los católicos el concepto de Iglesia es más amplio que el de comunión de los santos, pues los que están en pecado temporalmente no forman parte de la comunión de los santos, pero siguen formando parte de la Iglesia.
En la Iglesia militante estamos viviendo la misma vida que en la Iglesia triunfante, el mismo Espíritu Santo nos mueve a todos. Hay una comunicación de bienes espirituales.
En el cielo, Jesús preside la alabanza a Dios Padre, y todos los santos del cielo están unidos en esa alabanza junto a todos los ángeles.
Nosotros participamos de esa alabanza del cielo cada vez que hay una Eucaristía. En la misa estamos rodeados de toda la corte celestial. La Eucaristía es la participación desde la tierra de  la liturgia que se celebra en el cielo.
En el cielo hay también oración de petición o intercesión: Jesús resucitado intercede continuamente por nosotros. Los santos colaboran con Jesús en esa intercesión.
Para reflexionar:
¿Nos damos cuenta que participamos de la liturgia celestial al estar en comunión?
La caridad, es decir, la capacidad de amar a los demás con amor divino ¿es la que produce la comunión de los santos? ¿Nos viene de Dios a través del Espíritu Santo al unirnos a Cristo?

lunes, 16 de septiembre de 2013

EL MAL Y EL DOLOR HUMANO



En el mal y el dolor es en donde se siente más el silencio de Dios. Ante el mal surge la pregunta de ¿qué hace Dios? o, ¿por qué Dios no evita el mal?
El sufrimiento y el dolor han sido siempre una causa para cuestionar la existencia de Dios.
Epicuro fue el primero en plantear que si Dios es omnipotente no entiende por qué no evita el mal. ¿Cómo puede ser Dios bueno y permitir el mal?, parecen atributos contradictorios.
Hay una contradicción en que haya un Dios y un mal. No puede ser que exista Dios ante la presencia del mal.
S. Agustín dice que el mal es algo negativo, pero sentimos el mal porque hay bien, el mal es la ausencia del bien. Si no hubiera bien no podríamos sentir el mal. Y Sto Tomás de Aquino nos dirá que si hay mal es porque hay bien y si hay bien es porque hay Dios. El bien tiene su causa última en Dios y si hay mal es porque hay bien y hay Dios.
El mundo y la criatura humana son finitos y contingentes, solo el creador es perfecto. La contingencia y la posibilidad de error está en todo lo creado, por eso existe la posibilidad de mal. El fallo, el desajuste, el mal, es inevitable en una realidad creada.
El mal físico es aquel que nos encontramos, el que proviene de la naturaleza.
El mal moral es el que procede de la libertad humana, fruto de la decisión de la voluntad del  hombre.
El mal físico es consecuencia de la contingencia del mundo, la naturaleza imperfecta puede producir ese mal. Pero el pecado humano repercute en la naturaleza.
Respecto al mal moral, la explicación está en la libertad humana, entonces ¿vale la pena que Dios haya creado un mundo con seres humanos libres capaces de hacer el mal? A esto se responde que la grandeza y miseria del ser humano es la libertad, y por tanto podemos ser causa de mal.
Dios ha creado un mundo contingente que tiene fallos y provoca el mal, además ha optado por una creación de hombres libres capaces de hacer el mal.
Ante esto hay argumentos que dicen que el mal puede ofrecer a los hombres una posibilidad de autoformación y enriquecimiento. Pero esto puede llevarnos a justificar el mal por un bien, y eso no es correcto. El fin no justifica los medios, el que haya un fin bueno no justifica medios malos.
Dios quiere un bien, que es la libertad humana, aunque eso causa males, pero Dios quiere lo bueno, no el mal.
La respuesta cristiana al hombre que se encuentra y vive el sufrimiento, es la cruz de Cristo. Dios mismo asume el mal, el dolor, y lo convierte en redentor. Eleva el dolor humano de Jesús y nos invita a unirnos a ese dolor.
No hay respuestas contundentes y definitivas frente al mal. Hay que mirar a la cruz y asumirlo.
Ante el mal, la Sagrada Escritura nos invita a paliar el dolor de los demás, a ser solidarios y compasivos, nos invita a una praxis frente al mal.
En el libro de Job, Dios acaba diciéndole al hombre ¿quién eres tú para pedirme explicaciones? No podemos conocer la mente de Dios ¿cómo vamos a encontrar la razón por la que hay mal?
El problema está en que Dios es omnipotente, es bueno, y está el mal, pues si desapareciese una de estas 3 afirmaciones, no habría problema.
Para reflexionar:
Nuestro sufrimiento y dolor si lo unimos al de Jesús en la cruz ¿contribuye a la redención del mundo?
¿Donde se da la retribución al justo que sufre?

sábado, 14 de septiembre de 2013

TEMAS ÉTICOS DEL NUEVO TESTAMENTO



El interrogante del Nuevo Testamento es: ¿qué tenemos que hacer para ser fieles al acontecimiento Cristo? La respuesta es la conversión.
Los evangelios sinópticos: predican el reino de Dios y su justicia, persiguen una moral que nazca del interior de las personas y los cambie. Es la llamada a la conversión, a cómo vivimos la fe. Para conseguirlo, se nos dice que Dios es misericordioso y se acerca al hombre para que se convierta.
Pero en estos evangelios hay además otra moral, la del discipulado, que consiste en seguir a Jesús. Para ello no basta el aprendizaje teórico, hace falta la adhesión personal al Maestro.
El ideal del Nuevo Testamento no es la ética de mínimos del Antiguo Testamento, sino la de máximos de las bienaventuranzas. Es una propuesta de felicidad basada en una moral que se funda en el amor y la caridad.
Al experimentar el amor, la misericordia y el perdón de Dios, podemos vivir las bienaventuranzas. Es la moral del amor.
La vida moral del Nuevo Testamento es el seguimiento de Jesús en el cumplimiento de la caridad, y se realiza por la acción del Espíritu Santo que es quien lo explica todo, da fuerzas y posibilita que el cristiano se convierta.
Moral paulina: la salvación es creer que Jesús es el Señor. Que las promesas de Dios se cumplen en Jesús.
Es la moral que surge del encuentro personal con Cristo Resucitado, que nos busca, nos cambia y nos libera para que seamos felices.
Nos lleva a ser hombres nuevos que viven en las 3 virtudes que nos mantienen unidos a Dios: fe, esperanza y caridad. La más importante es el amor.
Es una moral de la vida cotidiana basada en las virtudes, con un crecimiento gradual. El cristiano está en camino.
Escritos joánicos: la tarea moral es permanecer en el amor de Dios, y esto se consigue con el seguimiento de Jesucristo.
Al ser Jesús camino, verdad y vida, vivir en Cristo es la verdad y el camino a seguir.
El mandato del Padre Jesús lo entrega: amaos unos a otros como yo os he amado. La clave moral es el “como yo os he amado”. Quiere que nos amemos con esa entrega y radicalidad que es expresión del amor del Padre.
Cristo es el modelo de comportamiento cristiano, por eso el cristiano no vive la ética de mínimos (cumplir los mandamientos), sino que debe amar y entregarse como Jesús.
Carta de Santiago: subraya la importancia de las obras para mantener viva la fe. Existe relación fe y obras.
Nos salva la fe: pero la fe actúa por medio de las obras de amor, ya que al convertirnos intentamos vivir como la fe nos dice.
Es el obrar moral: que exista coherencia entre fe y vida, pues no se puede decir que se cree en Dios y no importarnos lo que hacemos.


miércoles, 11 de septiembre de 2013

SANTIDAD




La carta de S. Pablo a los Efesios en el capítulo 1 versículo 4 nos dice “Él (Dios) nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor”. Dios nos llama a la santidad.
Dios nos ha dado la vida para que seamos santos. Existimos para ser santos. Si no somos santos es que no vamos hacia lo que estamos llamados a ser, no vivimos para lo que hemos sido creados.
Y ¿qué es la santidad?: El Vaticano II la define como la plenitud de la vida cristiana y la perfección de la caridad. O lo que es lo mismo, vivir unidos a Cristo y permanecer en el amor de Dios.
Vivir la santidad es participar en la vida de la Trinidad y esto se consigue a través del bautismo, por el que Dios, por medio del Espíritu Santo nos une a Cristo, nos cristifica, nos hace hombres nuevos, de forma que el Padre ama a través de nosotros.
En resumen, vivir en santidad es ser guiados por el Espíritu Santo para obedecer al Padre siguiendo a Jesucristo.
De esta forma participamos de la santidad de Dios, el único santo. Pero hay que tener en cuenta que la vida santa no es fruto de nuestro esfuerzo. Es Dios quien nos hace santos.
Como la perfección del amor la pone el Espíritu Santo, lo que debemos hacer, usando de nuestra libertad, es dejar que él actúe en nosotros, que ame a través de nosotros.
Esta vocación al amor perfecto es para todos. Todos estamos llamados a ser santos, cada uno según su propia vocación, no hay un tipo de vocación que tenga prioridad sobre otra para ser santos.
La heroicidad que nos pide la santidad consiste en el cumplimiento fiel y constante en los quehaceres cotidianos. Nuestra fuente de santificación es nuestro trabajo, cuidado de los hijos… Para ello debemos aceptarlo todo con fe, ir siempre de la mano de Dios, colaborar con su voluntad para poder amar y así manifestar a todos la caridad con que Dios nos ama.
Supone además el esfuerzo en excluir el pecado y toda imperfección deliberada, y cumplir con perseverancia lo que la divina providencia propone en cada momento: dejarlo todo en manos de Dios, aprender a romper nuestros planes y aceptar los de Dios.
Los santos dejan que Jesucristo tome su propia vida. Santo es quien se deja atraer por Cristo y se une a él sin poner resistencia.
La Iglesia está para ayudar a la santidad de los fieles. Esta santidad brota en la Iglesia de la Eucaristía, de la presencia de Cristo.
No es vida cristiana auténtica la que no aspira a la santidad y se queda en la mediocridad o superficialidad.
Los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía que se adapte a los ritmos de cada persona.
Para reflexionar:
¿Aspiramos a ser santos o creemos que eso no es para nosotros y nos conformamos con una vida cristiana apática y mediocre? ¿El poder ser santos depende de nosotros o de la gracia de Dios?




jueves, 22 de agosto de 2013

LOS MACABEOS



Alejandro Magno, desde Macedonia y Grecia comienza en el año 333 a. C. la conquista del oriente próximo, desde Grecia a India y Egipto. Israel queda incluido en ese vasto territorio.
La cultura helenística es introducida así en todo el territorio conquistado, y aunque las dinastías que sucederán a Alejandro respetan las culturas locales, la cultura griega más poderosa y atrayente se va imponiendo.
El pueblo judío sigue rigiéndose por la Torá y mantienen sus tradiciones. Pero el rey Antíoco IV que gobierna entre los años 175 al 164 a. C. quiere unificar todas las leyes y costumbres de su reino, y en Israel, con la ayuda de judíos que habían abandonado las tradiciones de sus padres para adherirse al helenismo, prohíbe la Torá y demás costumbres judías.
Llega a profanar el Templo de Jerusalén en el año 167 a. C. con la entronización de Zeus, obliga el culto a los dioses paganos y prohibe las tradiciones judías.
Todo hace presagiar la desaparición del judaísmo, y con él la identidad del pueblo judío, el pueblo elegido por Dios con quien había hecho alianza.
En un pequeño pueblo al norte de Israel un insignificante judío de clase sacerdotal, Matatías, en el año 167 a. C. inicia una revuelta al ver los sacrilegios que se cometían en Jerusalén y en toda Judea.
Comienza así la rebelión de los Macabeos, en la que los descendientes de Matatías, los llamados Macabeos, lucharán junto a otros judíos que siguen siendo fieles a la Ley contra el poder establecido.
Resulta impensable que un puñado de hombres mal armados puedan hacer frente al poderoso ejército imperial. Pero no solo luchan contra ellos, sino que salen victoriosos de la contienda.
El secreto de la victoria de las tropas macabeas lo dirá Judas Macabeo: “la victoria no depende del número de soldados, pues la fuerza llega del Cielo… El Señor los aplastará ante nosotros. No les temáis” (1Mac 3, 19-22).
En solo 3 años, el Templo es purificado y el pueblo de Israel vuelve a gozar de una independencia política y religiosa.
El desarrollo de estas luchas es narrado en los dos libros de los Macabeos, donde, por encima de las precisiones históricas, tratan de resaltar el sentido y alcance religioso de los acontecimientos.
Los hechos se presentan como una intervención de Dios en la historia de salvación. Dios, con su misericordia, fidelidad y justicia, interviene a favor de su pueblo.
De esta forma la historia sigue por el cauce que Dios tenía previsto. Pero no queda todo ahí, sino que ante la lucha y sufrimiento que padece el pueblo judío fiel, se reflexiona sobre el sentido de la muerte, la justicia de Dios, la resurrección corporal, la vida eterna y, la oración y sacrificios por los difuntos.
Ante la paradoja de que el justo sea el que padece y muere, se replantea el tema de la retribución, pues si Dios premia y castiga, no puede ser que el justo sea castigado y el infiel viva bien.
Se comienza a pensar que la retribución será en la vida eterna, los justos podrán vivir junto a Dios en cuerpo y alma.
150 años más tarde Jesucristo, con sus enseñanzas y su resurrección lo confirmará.
Para reflexionar:
¿Nos damos cuenta que Dios ha intervenido y sigue interviniendo en la historia? ¿Colaboramos con Dios en sus planes de salvación? ¿Confiamos en que la vida eterna es participar de la vida de Dios una vez hayamos resucitado?

 


sábado, 29 de junio de 2013

SACRAMENTO DE LA PENITENCIA



El centro de la predicación de Jesús es la conversión, quiere que cambiemos nuestra mentalidad, nuestra actitud, para enfocarla hacia Dios, para que retornemos al Padre, que es para lo que hemos sido creados.
Necesitamos la conversión, porque el pecado, el egoísmo, la autosuficiencia, nos separa de Dios, nos lleva por otros caminos.
Hoy Jesús se hace presente y actúa a través de los sacramentos. Por eso este sacramento llamado de la penitencia, de la confesión, del perdón, de la reconciliación o de la conversión, realiza la llamada de Jesús a la conversión, a volvernos e ir hacia el Padre, y nos perdona los pecados.
Esta conversión a Dios y a Cristo, nos transforma, nos lleva a reconocer nuestra condición de pecadores y nos mueve a apelar a la misericordia divina.
El volver nuestra vida a Dios, el cambiar de vida, es un don de Dios, necesitamos la gracia de Dios para convertirnos, pero también es una respuesta nuestra, ya que con nuestra libertad debemos aceptar este don, y nos supone un esfuerzo para poder cambiar el centro de nuestras decisiones y orientarlas hacia Dios.
Jesús invita a la conversión, pero también perdona los pecados. Jesús sale al encuentro de los pecadores y reconcilia.
La Iglesia, continuadora de la misión de Jesús hace lo mismo, porque Jesús vincula la acción de los discípulos a la salvación, concede a los discípulos capacidad para que la acción terrena y pastoral de la Iglesia tenga que ver con la salvación.
El sacramento nos reconcilia con Dios y con la Iglesia. Recibimos todo el amor de Dios y la paz. Al recibir el perdón nos reintegramos a la comunidad.
En este sacramento está presente la intervención de Dios que da el perdón y reconcilia, la intervención del hombre que participa con su reconocimiento de pecador y arrepentimiento, y todo ello necesita la mediación de la Iglesia. Siempre hay intervención de Dios, del penitente, y de la Iglesia.
Solo Dios es capaz de perdonar el pecado, Jesús perdona y además concede a la Iglesia el poder de perdonar los pecados. Esto lo vemos en los capítulos 16 y 18 de Mateo y en el 20 de Juan.
No existe límite a la potestad de perdonar, se pueden perdonar todos los pecados, aunque Jesús dice que la blasfemia contra el Espíritu Santo no se puede perdonar. Esto se puede interpretar como no reconocer la salvación de Dios que el Espíritu nos presenta, cerrarnos a la Gracia y a Dios.
La estructura actual de la confesión procede del Concilio de Trento actualizada por el Vaticano II, en el que el pecador aporta su arrepentimiento, la contrición o dolor por haber pecado, la confesión de sus pecados y la satisfacción o cumplimiento de la penitencia; y el sacerdote, en función de su ministerio, de su identificación sacramental con Cristo, aporta la absolución, que es el perdón de Dios.
Se impone una penitencia para restablecer el orden alterado y para que el pecador se cure y pueda convertirse.
Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de las ofensas hechas a El y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que, pecando, hirieron; y ella, con caridad, con ejemplos y con oraciones, les ayuda en su conversión.
Para reflexionar:
¿Realmente tenemos conciencia de que somos pecadores? ¿Somos conscientes de la fuerza de conversión que tiene este sacramento? ¿Podemos tener todo el amor de Dios y la paz con todos sin acudir a este sacramento?

jueves, 11 de abril de 2013

GLORIA DE DIOS



Estamos llamados a una glorificación de Dios, hemos sido creados para alabanza de su gloria.
¿Qué es la gloria de Dios?: su bondad, amor y verdad. La gloria intrínseca de Dios es la que brota de su propia vida íntima, y es que Dios es amor, es verdad, es la suma bondad.
¿Quién da gloria al Padre?: el Hijo. Solo el Hijo ama y da gloria al Padre.
Pero nosotros hemos sido llamados por Dios para que participemos de la Vida de la Trinidad, para ser alabanza de su gloria, es decir, para que manifestemos en nosotros su amor, su bondad y su verdad. La gloria de Dios es que el hombre viva con la vida verdadera, con Dios.
Se trata de que yo sea bueno como él es bueno, que yo ame como él ama… y esto solo lo puedo hacer participando de su vida.
Nos trasformamos en la misma imagen de Cristo a medida que obra en nosotros el Espíritu del Señor, y esto es transformarnos en gloria, es participar en su propio amor y bondad.
A medida que Cristo va conquistando nuestras facultades por la fe y la caridad, y nuestra vida toma el estilo de su evangelio, vamos haciendo nuestra su gloria, nos transformarnos en gloria, en la misma imagen. Esto se hace cuando actúa el Espíritu del Señor que es el amor de Dios.
Dios nos hace participar de su amor y bondad. La gloria de Dios es que seamos sus hijos, que participemos de su vida, que manifestemos y comuniquemos su bondad y su amor.
Hacer de nosotros hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de su gloria.
Como el amor de Dios tiende a expandirse, la criatura hecha a imagen de Jesucristo, si vive en la verdad de su ser dado por Dios, manifiesta la bondad de Dios.
Yo doy gloria al Padre transformándome en el Hijo y amando como él.
La finalidad de la vida cristiana no es mi perfección, el fin absoluto es la gloria de Dios, que Dios sea glorificado en mí, y su gloria es que participe de su felicidad.
Para alcanzar esta gloria, el fin secundario o relativo es nuestra santificación. Que se manifieste en mí la bondad de Dios.
Dar gloria a Dios es parecerme cada vez más a Dios, unirme cada vez más a Jesús, para que se manifieste en mí el amor y la bondad de Dios.
Para reflexionar:
¿Manifestamos la gloria de Dios en nuestra vida? ¿Podemos ser perfectos como nuestro Padre?

domingo, 7 de abril de 2013

VOCACIÓN DEL HOMBRE



¿Qué hacemos en este mundo?  ¿Cuál es el sentido de nuestra existencia? ¿Para qué y por qué vivimos?
La teología nos va a decir para qué y por qué nos ha traído Dios a este mundo. Se trata de ver que dice Dios sobre el sentido de nuestra vida.
La existencia de nuestra vida comienza en Dios. No hemos venido a la existencia fruto de la casualidad o del azar, hemos sido llamados.
Esta es nuestra verdad, que Dios nos ha dado la existencia libre y gratuitamente, no porque él nos necesite.
Pero, ¿por qué y para qué ha hecho Dios esto?: San Pablo nos dirá que nos ha dado Dios la vida para que fuéramos santos e irreprochables ante él por el amor.
Hemos sido llamados a la existencia en un acto de amor y solo en el amor encontraremos el sentido de nuestras vidas.
Dios, infinitamente Perfecto y Bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad, ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada… Para que participe de su vida.
Dios quiere que participemos de él mismo. Dios quiere que otros compartan su felicidad.
Yo he sido creado para ser participe de la vida de Dios mismo, para ser participe de una vida bienaventurada (vida feliz).
Y por eso, en todo tiempo y en todo lugar Dios está cerca del hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle, a amarle…
La busca del hombre es el eco de la llamada de Dios a conocerle, a amarle (Dios me lanza su voz: “quiero que seas feliz”, y en mi corazón nace el deseo de la felicidad. Por eso el hombre es un buscador).
La Iglesia es la realización de la vocación de Dios a la humanidad.
Dios convoca a todos los hombres que el pecado dispersó a la unidad de su familia, la Iglesia.
Tener parte de su vida bienaventurada, formar parte de la Trinidad, formar parte de la familia de Dios, se llama Iglesia.
La vocación de todo ser humano es formar parte de la Iglesia.
El ser humano es un ser llamado y libre, por eso al responder puede decir no.
Decir “no” es quedarnos sin vocación, nos quedamos sin sentido.
El deseo de Dios es nuestra vocación a la bienaventuranza.
Tengo que conocer primero a Dios para conocerme a mi mismo, y cuando empiezo a conocer el deseo de Dios voy comprendiendo el sentido de mi vida.
La vocación del hombre es la vida en el Espíritu Santo, una vida de amor.
Para reflexionar:
¿Hemos pensado para qué estamos en el mundo? ¿Dios nos ha creado para que participemos de su vida y el camino para ello es el amor? ¿La Iglesia es el medio para llegar a participar en la vida de Dios?

domingo, 17 de febrero de 2013

ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA: ORIGEN DEL HOMBRE



El hombre cuando se reconoce a sí mismo, se reconoce en su historia viviendo, con un proyecto de vida que le obliga a optar constantemente. Se sabe dueño de sus actos y debe responder de ellos.

Quiere conocer su origen y descubre que la vida le es dada, pues nadie ha pedido ni decidido nacer, descubre que es criatura porque no se ha dado a sí mismo la vida.

Pueden haber 3 principios de todo lo que existe: la materia eterna, el azar y la creación.

Si nuestro principio fuera la materia: ¿La materia puede evolucionar y llegar a ser una persona con pensamientos? Y si el pensamiento también es materia ¿qué es la materia, cómo de la materia puede salir el amor?

Partiendo de la materia podemos pensar que venimos de una evolución animal, pero ¿somos solo materia? ¿se puede pasar de la materia al espíritu? ¿la materia es eterna?

Otra posibilidad es que nuestro origen sea el azar, que hayamos surgido casualmente de una evolución.

Si eso fuera así, el hombre sería fruto de algo casual y, ¿somos fruto de una casualidad o de la suerte?

Preferimos, y creemos, haber nacido por un acto de amor. Puestos a elegir que procedemos de una materia eterna, de un azar, pensamos que un acto creador de amor es nuestro origen.

Un acto de amor sólo lo puede producir alguien que ama, y si nuestras vidas tienen un principio de amor, tendrán un fin de amor.

La criatura remite a su creador, pero tienen que ser distintos para decirle te quiero. El amor exige la alteridad, y nosotros somos el tú del Creador.

De las 3 opciones del origen del hombre, la más racional es la que dice que somos criaturas salidas de un acto de amor, y sea lo que sea ese Dios Creador, llevamos su imagen, pues el creador de esa obra se manifiesta en lo creado.

Si no sabemos de donde venimos, difícilmente sabremos a donde vamos. El inicio y el fin coinciden, si sabemos de donde venimos sabremos a donde vamos.

La vida del hombre carecería de sentido si no se sabe de donde viene, porque no sabría a donde va.

Si pensamos que el hombre es criatura creada por un principio, que llamamos Dios, y si el fin del hombre está en su principio, el fin del hombre es Dios.

Este fin es un bien para el hombre. El bien es lo que es el hombre, la verdad de su ser.

martes, 12 de febrero de 2013

EL HOMBRE: ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA



Es hablar del hombre teniendo en cuenta la revelación, lo que Dios ha dicho sobre el hombre. Desde la razón iluminada por la fe contemplamos al hombre.
La fe es un conocimiento de la verdad que incide en la razón, y sin distorsionar la realidad, entiende cosas que sin fe sería imposible descubrir.
Cuando en la revelación Dios nos habla de sí mismo, nos dice que es Padre, que es Creador… por lo que indirectamente está hablando del hombre. En la revelación hay una información sobre el hombre.
Por eso pensamos que Cristo, como revelador del Padre y de su amor, manifiesta el hombre al hombre, y le da a conocer su vocación.
El hombre puede saber quien es cuando conoce a qué está llamado. Y la revelación nos dice que estamos llamados a estar siempre con Dios.
Hay en el hombre un deseo de felicidad, de ser amado… porque el Creador nos ha hecho así para poder encontrarnos con Él.
El hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios, y cuánto más conocemos a Dios, más conocemos al hombre. Así, vamos descubriendo que el hombre es objeto del amor de Dios, que está abierto a los demás (por estar hecho a imagen de Dios que es comunidad de amor), que debe trabajar y descansar (como hizo Dios)…
Vamos viendo qué es ser hombre desde la perspectiva de Dios, y descubrimos que ser hombre es parecernos a Jesucristo, el hombre perfecto.
La antropología teológica debe tener en cuenta unas dimensiones que definen la relación del hombre con Dios.
1. El hombre ha sido llamado por Dios al amor y a la filiación, nos llama para que experimentemos su amor y seamos sus hijos. La relación que existe entre Dios y el hombre es de amor y paternidad.
2. Para que exista esa relación, ese hombre ha sido creado. Para que el hombre pueda ser hijo de Dios, Dios lo ha llamado primero a la existencia.
El hombre ha sido creado para una relación de amor con Dios como hijo.
Pero para que el hombre pueda responder a esa llamada ha de ser libre. El hombre ha sido llamado a la existencia siendo libre y con una estructura dialogante para poder responder.
El hombre es criatura y si no busca el original (Dios) de quien es imagen, no se podrá entender a sí mismo del todo.
3. El hombre, como es libre, le puede decir no a Dios, y le ha dicho no a la llamada de Dios, ha roto su relación con Él. Esto indica que el hombre está herido por el pecado.
Al hombre le cuesta entender y captar a Dios, piensa que Dios le molesta, y le dice no. Tenemos una resistencia a Dios por el pecado original. Nos gustaría decir sí a Dios, pero nos cuesta. El ser humano es ruín y generoso a la vez.
Estas 3 dimensiones pertenecen a nuestra existencia humana. Las 2 primeras dimensiones responden al designio de Dios, es lo que Dios quería de nosotros.
La tercera dimensión es algo que ha sobrevenido históricamente, algo que Dios no quería y que es causado por el hombre. Supone destrucción para el hombre.
Estas 3 dimensiones no se refieren a 3 clases de seres humanos, sino que se dan en el ser humano actual (independientemente de que conozca o no a Jesucristo).

viernes, 8 de febrero de 2013

FE JOÁNICA



Para Juan creer es ir hacia Jesús, aceptarle… es tener vida. Por el creer ya tenemos vida eterna, ya subsistimos.
La fe es el resultado final de creer. Escuchar a Jesús es creer, ir a Jesús es creer. El que crea no tendrá sed, el que crea tiene vida eterna y aunque haya muerto vivirá…
La fe tiene como objeto el hombre llamado Jesús. Va en la dirección de Jesús.
Pero no es hasta la cruz donde se manifiesta la gloria de Jesús, allí es donde gracias al Espíritu Santo ya se puede tener fe.
El creer joánico penetra en el misterio de la identidad de Jesús. A través de los signos se ha ido descubriendo la identidad de Jesús que su persona humana ocultaba, sus signos revelan su gloria, pero cuando Jesús es exaltado en la cruz es cuando se le conoce, gracias al Espíritu Santo, el momento de conocer es el momento de la fe.
La exaltación y el don del Espíritu Santo coinciden, Jesús muere entregando el Espíritu.
La comunidad joánica está al pie del crucificado. Ahí nace la Iglesia.
Sin el Espíritu Santo es imposible recordar y penetrar en las palabras y acciones de Jesús.
El creer es la posesión actual y plena de la vida de Dios que nos llega a través de Jesús (no es algo para el futuro).
Jn 17,3: esta es la vida eterna: que te conozcan a ti Dios verdadero y a Jesucristo, tu enviado.
¿En qué consiste la vida eterna? En que te conozcan a Ti, único Dios verdadero y a Jesucristo, a quien has enviado. Para conocer al Padre y al Hijo hace falta el Espíritu Santo.
Jn 5,24: el que oye mi palabra y crea al que me envió tiene vida eterna (habla en presente) y ha pasado de la muerte a la vida (habla en pasado, ha experimentado ya la resurrección).
Esta plenitud que Jesús ofrece sólo se realiza después de la exaltación. Porque el creer comienza con la acción del Espíritu Santo que da comienzo a la actividad apostólica.
La aceptación de Cristo es estar salvado.
Pecado es lo contrario a creer, Juan habla de creer como “hacer la verdad” y de incredulidad, como “hacer el pecado”.
El pecado fundamental es el de la autosuficiencia y cerrazón, que es lo que impide un verdadero conocimiento de Dios.
El pecado es la no aceptación del don de Dios que lleva a la confesión. El creer va unido a la confesión.
Para que la fe sea auténtica debe haber confesión, reconocer públicamente.
El pecado es rechazar a Jesús, no creer. Si no creo en él haré cosas que son pecado.