jueves, 13 de diciembre de 2018

ORACIÓN EN EL CAMINO DE EMAÚS


Señor Jesús, te he escuchado muchas veces, he disfrutado de tu palabra, has sido mi maestro y guía, he puesto mi esperanza en ti para un futuro nuevo y mejor.
Sin embargo no te conocía ni te comprendía del todo, no estaba en plena comunión contigo, eras para mí “otro”.
He visto mis fracasos y los del mundo, he sufrido y he visto sufrir, y desilusionado me he alejado de ti, he vuelto triste a mi casa.
Pero en ese camino de huída sin sentido, te has puesto a mi lado sin que te lo pida, me has acogido tal como soy, y me explicas las escrituras…
Señor Jesús, no quieres que vaya solo por la vida sin saber vivir, quieres que cambie de rumbo y vaya por el tuyo.
Por eso me explicas quien eres, quien soy. Tu palabra va iluminando mi vida y voy entendiendo lo que me sucede. Y descubro que todo forma parte del  plan de Dios, en el que lo contradictorio o el fracaso a la visión humana, tiene otro sentido, y se integra en la historia de la salvación.
Todo es distinto desde que estás conmigo, por eso te invito a que entres en mi casa, porque mi corazón triste empieza a arder. Quiero que te quedes conmigo porque empiezo a comprender quien soy y el sentido de mi vida…
Señor Jesús, ya en mi casa has tomado el pan y el cáliz y me lo has ofrecido: toma y come, este es mi cuerpo; toma y bebe, esta es mi sangre. Te haces presente a través del pan y del vino, quieres hacerte uno conmigo.
Esta comunión me ha hecho igual a ti. Me he convertido en otro Cristo, me he introducido en tu Reino, nos pertenecemos, tú a mí y yo a ti.
Ya no estás fuera de mí, ya has desaparecido de mi vista. Hemos entrado en esa comunión tan íntima, tan santa, tan espiritual que escapa a los sentidos.
He dejado esa fácil amistad y esos sentimientos y emociones que tenía de ti, porque mi vida se trasforma en la tuya. Ya no soy yo quien vive, sino tú el que vive en mí…
Señor Jesús, por ti, todos los que hemos comido del mismo pan y bebido de la misma copa nos hemos convertido en un solo cuerpo.
El Dios que vive en nosotros nos hace reconocer a Dios en nuestros semejantes. Nuestra participación en la vida de Dios nos lleva a una nueva forma de participar unos en la vida de otros.
La comunión crea comunidad y esta nos lleva a la misión: a Amar y Servir. Y lo haré con la alegría que da el saber que no estoy solo, que unido a ti Jesús, todo lo puedo. Amén.

viernes, 7 de diciembre de 2018

TESTIMONIO


Nos dice la Encíclica de S. Juan Pablo II Redemptoris Missio: “El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión”.
¿Cuál es nuestra misión?: Todos los evangelistas, al narrar el encuentro del Resucitado con los Apóstoles, concluyen con el mandato misional: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 18-20a).
Por mi testimonio, es decir, a través de mi modo de vida debo permitir que otros se encuentren con Jesucristo, pero mi pobre vida ¿puede testimoniar la grandeza del amor que Dios nos tiene? Mi vida miserable ¿puede testimoniar que Dios nos acepta como somos y se acerca a cada uno de nosotros para que vivamos felices? Mi insignificante vida ¿puede testimoniar que Dios con su infinita misericordia nos perdona y se alegra de que formemos parte de su familia?
Sí, es posible, porque la tarea que me ha confiado Jesús de ir a todas las gentes por todo el mundo, no la voy a hacer solo, recibiré la fuerza y los medios para llevarla a cabo: “ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba” (Mc 16, 20).
El Espíritu Santo es el protagonista de la misión: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20b). Somos enviados en el Espíritu.
Y, ¿qué puedo aportar yo?, ¿cómo puedo colaborar con el Espíritu Santo?: pues precisamente con lo que soy y tengo: con esa vida frágil y miserable, llena de dudas y de cobardía, egoísta y cómoda, lamentable y decepcionada en numerosas ocasiones.
Pero yo, persona débil y pecadora, puedo decir en voz alta y se puede leer claramente en mi trayectoria vital, que Dios ha estado a mi lado. Nunca me ha abandonado, incluso cuando peor me he portado, mejores caminos me ha ofrecido para que me dé cuenta de cuánto me ama, cambie de rumbo y vuelva a él.
La fuerza de mi testimonio radica en mi debilidad. Ante las dificultades que tengo para realizar la misión encomendada, así me responde el Señor: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad” (2Cor 12,9a).
De forma que yo como S. Pablo presumo de mi debilidad: “Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo” (2Cor 12,9b).
Solo el que se siente débil, pecador y reconoce su limitación, es capaz de confiar en Dios y abrirse a él para que sea su fuerza. El que se cree capaz de hacerlo todo bien por si solo, no necesita la fuerza de Dios y fracasará en su misión.
Para la misión solo tengo que abrirme a la Gracia de Dios, a su Espíritu, que me une a Jesús, de forma que: “vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20a). Así puedo amar con él y desde él: única forma de llevar adelante mi misión “porque sin mi (Jesús) no podéis hacer nada” (Jn 15, 5b).
Por el bautismo y por la acción del Espíritu Santo estamos injertados a Cristo. Nuestra tarea es dejarnos llevar por el Espíritu Santo para vivir y actuar con Cristo.
Para reflexionar:
¿Qué pienso que debo hacer para ser buen cristiano? ¿Qué valoro más en mi tarea como cristiano, mi esfuerzo personal en hacer buenas obras o el ser dócil al Espíritu Santo?

martes, 30 de octubre de 2018

¿QUÉ TIENEN LOS RETIROS DE EMAÚS?


Una cosa parece incuestionable: Cuando asistes a la misa final tras un retiro de Emaús, abierta a familiares y amigos, lo que llama la atención es la alegría. Tanto la de los que han participado en él, como la que tienen los que les han ayudado con su servicio.
Es una alegría indescriptible que te emociona. Es una alegría desbordante que hace casi irreconocible a esa persona que habías visto dos días antes. ¿Qué ha pasado ahí? ¿De dónde viene esa alegría?
Es una alegría sobrenatural que viene del encuentro con Jesús: “pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría” (Jn 16, 22).
Es la alegría que brota de la Palabra de Dios: “tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón” (Jer 15, 16). Es la alegría de sentirnos acogidos y perdonados por Dios: “por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo” (Sal 90, 14). Es la alegría que produce la presencia de Dios en tu vida: “gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría” (Sal 68, 4).
La Gracia de Dios, presente en el retiro; el Amor de Dios, presente en el retiro; la Misericordia de Dios, presente en retiro; el Espíritu de Dios, presente en el retiro; el mismo Jesucristo, presente en el retiro; en solo dos días hacen posible que los temores, pecados, errores y miseria, que todos arrastramos en nuestras vidas queden absorbidos por el amor de Dios, y al sentirte perdonado y amado, tu vida cambia y brota en el corazón esa alegría de saber que eres hijo querido de Dios y hermano de todos sus hijos. 
A pesar de que el mundo esté lleno de sufrimiento y mal, Dios nos ama, nos acoge y nos conduce a una tierra nueva en la que: “enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor” (Ap 21, 4) ¿Cabe más alegría?
Para reflexionar:
¿Estamos alegres? ¿De dónde procede nuestra alegría?

miércoles, 17 de octubre de 2018

¿A QUIÉN BUSCA DIOS?


Nadie en este mundo vive olvidado ni está solo. Dios nos acompaña, y si alguien se aparta de él, su mayor alegría es buscar y encontrar a quienes viven perdidos y no encuentran el camino acertado de la vida.
Todos los seres humanos somos criaturas de Dios y le pertenecemos. En la parábola de la oveja perdida (Cf Lc 15, 3-10), se nos dice lo que es capaz de hacer Dios por no perder algo suyo que aprecia de verdad.
Dios siente a los perdidos como algo suyo y querido, por eso los busca apasionadamente, y cuando los recupera, su alegría es incontenible.
El pastor de la parábola no duda en arriesgar la suerte de todo un rebaño y sale en busca de la oveja perdida, pues le pertenece, y no para hasta encontrarla. Y cuando la encuentra, carga con ella, la devuelve al rebaño, y muy contento reúne a amigos y vecinos para que se alegren con él.
Dios no solo busca al que está perdido sino que, cuando lo encuentra, lo celebra jubilosamente. Por eso en el cielo hay más alegría por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
La oveja no hace nada para volver al redil, el pecador no se va a esforzar para convertirse. Todo es iniciativa de Dios que irrumpe en la vida del pecador con su misericordia.
En esta parábola, más que hablar de la conversión del pecador, se nos indica que Dios está siempre buscándonos para manifestarnos su gran bondad. Dios es un activo buscador de algo suyo que ha perdido.
Dios no está enfadado, ni ofendido ante nuestro extravío, sino preocupado en buscarnos para sacarnos de nuestra vida equivocada. Sentirse pecador es la situación privilegiada para acercarse a Dios. Mis pecados no le hacen quererme menos.
Lo mejor que nos puede pasar en esta vida es dejarnos encontrar por Dios que sale en nuestra búsqueda cuando nos apartamos de su camino.
Dios no rechaza a los perdidos, los busca. Jesús los acoge y come con ellos.  Ante este comportamiento de Dios, nosotros no podemos despreciar, discriminar o condenar a nadie, sino que unidos a Jesús, debemos ayudarle a buscar a tanta gente perdida que existe cerca de nosotros para conducirla hacia su rebaño.
Para reflexionar:
Si me siento perdido ¿recuerdo que Dios me está buscando? ¿Anunciamos que Dios busca incansablemente a las personas perdidas?

jueves, 6 de septiembre de 2018

CIEGOS


Bartimeo es un ciego sentado al borde del camino (Cf Mc 10, 46-52), que por tanto, no puede ver a Jesús ni seguirle. Está al margen del camino de Jesús.
Pero ese ciego grita a Jesús pidiéndole compasión. Si no le ve ni está en su camino ¿cómo se ha enterado de que pasa cerca? ¿por qué, para qué, le llama?
La iniciativa para el encuentro con Dios siempre parte de Él: “Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre (Dios). Le llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas” (CIC prólogo 1).
Ese es el motivo por el que Bartimeo puede pronunciar desde lo más hondo de su corazón una oración humilde y repetida: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí” (Mc 10, 47b).
Jesús, que nunca pasa de largo ante nuestras súplicas, se detiene y manda que le llamen.
Los que van con Jesús, unos, increpan al ciego para que se calle y no moleste. Otros, son portavoces de la mejor noticia que se le puede dar: “Ánimo, levántate, que te llama” (Mc 10, 49b).
Podemos estar ciegos ante Jesucristo, vivir mirando solo nuestros intereses, sin poner a Jesús como meta y guía de nuestra vida.
Podemos pensar que no estamos ciegos, pero si vivimos nuestra fe de forma cómoda y rutinaria que hace que nos despreocupemos de aquellos que nos molestan y no les llevemos la buena noticia de que Jesús llama, es también estar ciego.
En cambio, ir de parte de Jesús a infundir ánimo a todos aquellos que no le ven para que oigan su llamada, es ser discípulo.
Esto implica que hemos sido capaces de desprendemos de aquello que nos impide acercarnos a Jesús y le hemos escuchado: “¿Qué quieres que te haga?” (Mc 10, 51a).
Una vez librados de estorbos, esclavitudes y cobardías, responderemos a su pregunta y dejaremos de ser ciegos, y, como Bartimeo, le seguiremos. Este es nuestro objetivo final: la adhesión a Jesús y su seguimiento.
¿Haré un esfuerzo para liberarme de lo que me impide encontrarme con Jesús?: No es mi esfuerzo lo que me lleva a Dios, pero sin él, por alguna razón que se me escapa, no llego a Dios.
Para reflexionar:                             
¿Creo que veo? ¿Hay que escuchar para ver? ¿Qué depende de mí?


lunes, 23 de julio de 2018

ARREPENTIMIENTO, PERDÓN,CONVERSIÓN


Entendemos que pecado es toda ofensa a Dios por no cumplir sus mandamientos. Y eso es lo que Dios nos tiene que perdonar, pero solo seremos perdonados si tenemos dolor por los pecados cometidos. Esto es la contrición, nos pesa haber ofendido a Dios, bien porque le amamos o bien porque nos puede castigar con el infierno.
Esa contrición nos lleva a arrepentirnos de lo que hemos hecho mal, a continuación confesamos nuestros pecados y somos perdonados por Dios.
Pero en el Evangelio vemos que Jesús perdona sin condiciones previas. A Mateo le llama estando en la mesa donde robaba, y no le exige que para seguirle deba arrepentirse de lo que hace (Cf  Mt 9, 9-13). A un paralítico, que probablemente lo único que deseaba era poder caminar, Jesús lo primero que hace es perdonarle, sin que este muestre arrepentimiento por su vida pasada (Cf Mt 9, 1-8).
El Dios de Jesús es amor, es perdón, por eso no nos perdona en muchos actos de perdón sino que tiene una actitud de perdón. No le hace falta nuestro dolor por haber pecado ni el arrepentimiento. Estamos perdonados siempre.
Solo hay un pecado que no nos puede perdonar: el rechazo a su perdón; no querer, libre y voluntariamente, la salvación y la misericordia que nos concede a través de su Espíritu (Cf Mt 12, 31-32).
El sentido no es, me arrepiento y Dios me perdona, sino el contrario, si estoy abierto al perdón de Dios y lo acojo, Dios me perdona y es entonces cuando me arrepiento. Cuando percibo la grandeza de Dios y su inmenso amor hacia mi, cuando me siento amado y perdonado por Dios, es cuando se me cae la cara de vergüenza ante mi miseria y mi pecado, y es entonces cuando me arrepiento de lo hecho y de no haber hecho su voluntad.
Una vez arrepentido y lleno de la misericordia recibida de Dios,  es cuando cambio de actitud, de vida, me convierto. Como lo muestra Zaqueo, jefe de publicanos y gran pecador (Cf Lc 19, 1-10), quien tras sentirse perdonado y acogido por Jesús, le dice: “Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más” (v 8). La conversión ha sido radical.
El fin del perdón es volver a Dios, reorientar nuestra vida hacia Dios, romper con el pecado y desear poder cambiar de vida con la ayuda de su gracia (Cf CIC n 1431).
Tenemos que descubrir que el pecado nos hace daño y para superarlo debemos cambiar de actitud, cambio que solo se producirá con la gracia que Dios nos da tras experimentar su amor y perdón. En el sacramento de la penitencia nos abrimos a Dios para recibir y experimentar su perdón, su misericordia y su gracia, que hará posible nuestro cambio de vida.
Si no experimentamos el perdón de Dios, no podremos cambiar de vida ni perdonar. Es lo que le pasa al siervo malvado que aún siendo perdonado mucho, es incapaz de perdonar en lo poco (Cf  Mt 18, 32-35).
Cuando Jesús nos dice que seamos misericordiosos como nuestro Padre lo es, y que perdonemos para ser perdonados (Cf Lc 6, 36-38), nos está diciendo que solo si somos capaces de acoger y vivir en la misericordia y el perdón de Dios, podremos ser misericordiosos y perdonar.
El perdón de nuestros pecados se dio en la cruz de Cristo, su sangre fue derramada para el perdón de los pecados (Cf Mt 26, 27-28). Por la sangre de Jesús hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. (Cf 1Col 1,14).
Para reflexionar:
¿Me creo capaz de cambiar de vida para que Dios me perdone? ¿Es el arrepentimiento paso previo imprescindible para recibir el perdón de Dios?

jueves, 7 de junio de 2018

¿A QUIÉN SE ACERCA DIOS?

Es posible que, como consecuencia de las enseñanzas que hemos recibido, podamos pensar que Dios se aleja de los pecadores y se acerca a los justos. Si creemos que Dios premia a los buenos y castiga a los malos, nos parece razonable que Dios, ante nuestro pecado, se aleje de nosotros, en cambio, si somos buenos y cumplimos lo mandado, Dios se nos aproxima.
Pero no parece que piense eso Jesús. En el pasaje que se narra en Mateo 9, 9-13, Jesús llama a Mateo a seguirle precisamente porque es pecador.
Después de llamarle, Jesús se sienta a comer con él, y con ellos están, por un lado, los discípulos que le siguen, y por otro, muchos publicanos y pecadores.
Todos comparten el mismo banquete, todos están alrededor de Jesús que no excluye a nadie. Con ese gesto Jesús nos está diciendo que el Reino de Dios es una mesa abierta donde se pueden sentar todos. Solo se requiere la adhesión a Jesús.
Esto es un escándalo para los sectores religiosos que quieren observar la santidad del pueblo elegido y por eso excluyen a los pecadores. Y quizá para nosotros, que no entendemos que Jesús pueda acoger a un pecador sin condición previa alguna.
Jesús deja claro el significado de su actuación: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos” (Mt, 9,12).
Todos somos pecadores y necesitados de médico, pero solo nos llamará y nos curará si nos confesamos pecadores. En cambio, los que no se reconocen enfermos no llaman al médico ni lo reciben; no tienen curación posible.
Jesús nos explica cuál es su misión: "No he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mt 9, 13b). Por eso, los que se consideran justos quedan excluidos de la llamada, y los pecadores que se sienten excluidos son llamados y acogidos.
La llamada de Jesús significa un cambio total de vida. Mateo ya no se dedicará a su negocio, sino que aprenderá a vivir desde Jesús. No importa ya su pasado ni su anterior vida inmoral, comienza para él una vida nueva.
Jesús pone, por encima del culto y de la mera observancia de una forma externa de vida, las relaciones humanas. Jesús se compadece de los pecadores y ataca la autosuficiencia de los que se consideran justos.
Bienaventurados los que se consideran indignos de ser llamados por Jesús, pues solo así serán sanados. Señor, no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme.
Para reflexionar:

Si Jesús llama a los pecadores ¿es necesario que me sienta miserable y pecador para poder percibir esa llamada? ¿Priorizamos el ser misericordiosos a un culto vacío que no saca de la exclusión a los pecadores?

lunes, 12 de marzo de 2018

RETIROS DE EMAÚS

La mayoría de las personas que participan en los retiros de Emaús pretenden, como aquellos que lo hacen en otros retiros, alejarse de la vida cotidiana y sus preocupaciones, para buscar un lugar y un tiempo donde poder repasar la vida y encontrarse consigo mismo o con Dios.
En España los retiros de Emaús se realizan desde hace unos años y parece que con buena acogida por los que han participado en ellos, con indiferencia por los que creen no necesitar a Dios, y con cierta desconfianza por quienes los ven como algo oculto o secreto debido a la confidencialidad de lo que allí se trata y que no trasciende al exterior.
Estos retiros son una acción apostólica parroquial que realizan los laicos. Pocas veces se permite a los laicos asumir su responsabilidad y compromiso dentro de la Iglesia para lanzarse sin complejos y sin clérigos tutores, al encuentro entusiasmado con Jesucristo.
Son retiros en los que no se discrimina a nadie, todos caben, porque todos somos iguales. En ellos se invita, a la luz de lo que allí acontece, a reconocer lo que somos y a dejarnos acoger por un Dios que nos ama con locura.
Dios nos facilita muchos caminos para encontrarnos con él y uno de ellos puede ser este. Pese a nuestra falta de fe, de compromiso cristiano, de formación, o ante nuestro exceso de comodidad, prepotencia, desidia, pereza, y ante nuestra desconfianza por el desconocimiento de lo que son estos retiros, Dios puede que nos invite a ellos y nos diga “venid y veréis” (cf. Jn 1, 35-39).
Pero… yo no sé rezar, yo voy a misa todos los días, yo no creo, yo he hecho muchas barbaridades en esta vida, yo no sé perdonar, yo he estudiado teología, yo solo me preocupo de mí, la última confesión que hice fue hace 20 años… ¿puedo hacer ese retiro? ¿lo entenderé? ¿me hará bien? ¿me iré antes que acabe?
Ante estas cuestiones y dudas, solo cabe una respuesta: Dios siempre nos está esperando, seamos como seamos, para darnos un abrazo. Lo que más le gusta es que nos dejemos abrazar por él.
La predisposición de uno para hacer ese retiro es indiferente, pues sea cual sea, Dios se las apañará para darte un abrazo. No importa lo que creas o sientas, lo que sepas o ignores, Dios simplemente abre sus brazos y te acoge.
Ante la grandeza del que acoge sin condiciones y la enorme pequeñez del acogido que no es más que un ser miserable, débil y egoísta, ese abrazo te cura, te acerca a Dios y te cambia.
Venid y veréis.
Para reflexionar: ¿Le dedicamos tiempo a Dios para que se nos manifieste? ¿Dónde nos podemos encontrar con Dios?

lunes, 5 de marzo de 2018

EL ABRAZO DE DIOS

Busco el encuentro con Dios pero no acabo de encontrarme con él. Medito su Palabra, participo de los sacramentos, de la oración, tengo el deseo de estar con él, pero no percibo ese abrazo amoroso y entrañable con Dios que me haga sentir que soy su “hijo amado”.
¿Por qué? Porque no soy capaz de reconocer mi miseria y mi pecado. Solo el que se da cuenta de su miseria y de su incapacidad para salir de ella, es el que puede mirar con ojos arrepentidos a Dios y decirle: he pecado contra el cielo y contra ti, no soy digno de ser tu hijo, pero recurro a ti, a tu misericordia, a tu perdón. Ese recibe el abrazo, el amor, el cariño, la misericordia y el perdón de Dios.
En cambio, el que se siente orgulloso de sí mismo y satisfecho de lo que hace, ese no necesita a Dios. No se ve miserable, ni llora, ni se da cuenta del sufrimiento que va dejando, por acción u omisión, a su alrededor. No percibe su pecado, se acostumbra a él, forma parte de su vida, y aún así se cree bueno. Ser así te lleva a pensar que no necesitas cambiar, que no necesitas a Dios para convertirte y salvarte.
Pero Dios siempre está atento a lo que hacemos y sale constantemente a nuestro encuentro por si queremos su abrazo. Solo si nos dejamos abrazar recibiremos su abrazo entrañable que nos cambiará radicalmente la vida.
Por eso, te debes sentir miserable para acercarte a Dios, pero solo si dejas que él se te acerque, te verás miserable.
Dios quiere ese abrazo y para conseguirlo te puede acariciar con regalos que te invitan a la conversión. El sufrimiento es una caricia bondadosa de Dios que nos llama para que volvamos hacia él. No es que Dios quiera que suframos y por eso nos envía situaciones dolorosas como un castigo. Dios se sirve de la crudeza de los hechos que nos hacen sufrir para colarse, no en ellos, sino en su interpretación. Los hechos son neutros, pero desde la fe o desde la no-fe, les otorgamos una determinada significación. Dios se vale de las situaciones que nos toca vivir para que las interpretemos, desde la fe, como un nuevo camino que él nos pone para que vayamos cambiando. 
Hay que dar gracias por las adversidades. Dios lo ha permitido todo para mi bien, por eso agradezco mis pecados y defectos, porque cuanto peor he respondido a Dios, mejores han sido los caminos que él me ha abierto. Dios consigue que nuestros caminos equivocados pasen a ser certeros, consigue que todos los caminos terminen por ser el suyo.
Una forma de saber si estoy o no cerca de Dios es mirar mi cercanía o alejamiento hacia los demás, en especial ante los más pobres con los que Jesús se identifica. A Dios le amamos a través del amor que tengamos al prójimo, y nuestro encuentro con Dios será pleno si nos acercamos, desde nuestra miseria, al prójimo, sobre todo al necesitado. El abrazo que te da el pobre al que te has acercado es el abrazo de Dios.
No hay ningún hombre bueno que no haya sido malo alguna vez. Ningún mal está verdaderamente superado hasta que no vemos cómo por su medio nos ha llegado algún bien. Confiar en Dios y hacer su voluntad es mi tarea, sabiendo que lo que yo no puedo hacer, con él sí puedo.
Para reflexionar: ¿Cuándo he experimentado la cercanía y el abrazo de Dios? ¿Qué puedo hacer para encontrarme con Dios?