jueves, 13 de diciembre de 2018

ORACIÓN EN EL CAMINO DE EMAÚS


Señor Jesús, te he escuchado muchas veces, he disfrutado de tu palabra, has sido mi maestro y guía, he puesto mi esperanza en ti para un futuro nuevo y mejor.
Sin embargo no te conocía ni te comprendía del todo, no estaba en plena comunión contigo, eras para mí “otro”.
He visto mis fracasos y los del mundo, he sufrido y he visto sufrir, y desilusionado me he alejado de ti, he vuelto triste a mi casa.
Pero en ese camino de huída sin sentido, te has puesto a mi lado sin que te lo pida, me has acogido tal como soy, y me explicas las escrituras…
Señor Jesús, no quieres que vaya solo por la vida sin saber vivir, quieres que cambie de rumbo y vaya por el tuyo.
Por eso me explicas quien eres, quien soy. Tu palabra va iluminando mi vida y voy entendiendo lo que me sucede. Y descubro que todo forma parte del  plan de Dios, en el que lo contradictorio o el fracaso a la visión humana, tiene otro sentido, y se integra en la historia de la salvación.
Todo es distinto desde que estás conmigo, por eso te invito a que entres en mi casa, porque mi corazón triste empieza a arder. Quiero que te quedes conmigo porque empiezo a comprender quien soy y el sentido de mi vida…
Señor Jesús, ya en mi casa has tomado el pan y el cáliz y me lo has ofrecido: toma y come, este es mi cuerpo; toma y bebe, esta es mi sangre. Te haces presente a través del pan y del vino, quieres hacerte uno conmigo.
Esta comunión me ha hecho igual a ti. Me he convertido en otro Cristo, me he introducido en tu Reino, nos pertenecemos, tú a mí y yo a ti.
Ya no estás fuera de mí, ya has desaparecido de mi vista. Hemos entrado en esa comunión tan íntima, tan santa, tan espiritual que escapa a los sentidos.
He dejado esa fácil amistad y esos sentimientos y emociones que tenía de ti, porque mi vida se trasforma en la tuya. Ya no soy yo quien vive, sino tú el que vive en mí…
Señor Jesús, por ti, todos los que hemos comido del mismo pan y bebido de la misma copa nos hemos convertido en un solo cuerpo.
El Dios que vive en nosotros nos hace reconocer a Dios en nuestros semejantes. Nuestra participación en la vida de Dios nos lleva a una nueva forma de participar unos en la vida de otros.
La comunión crea comunidad y esta nos lleva a la misión: a Amar y Servir. Y lo haré con la alegría que da el saber que no estoy solo, que unido a ti Jesús, todo lo puedo. Amén.

viernes, 7 de diciembre de 2018

TESTIMONIO


Nos dice la Encíclica de S. Juan Pablo II Redemptoris Missio: “El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión”.
¿Cuál es nuestra misión?: Todos los evangelistas, al narrar el encuentro del Resucitado con los Apóstoles, concluyen con el mandato misional: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 18-20a).
Por mi testimonio, es decir, a través de mi modo de vida debo permitir que otros se encuentren con Jesucristo, pero mi pobre vida ¿puede testimoniar la grandeza del amor que Dios nos tiene? Mi vida miserable ¿puede testimoniar que Dios nos acepta como somos y se acerca a cada uno de nosotros para que vivamos felices? Mi insignificante vida ¿puede testimoniar que Dios con su infinita misericordia nos perdona y se alegra de que formemos parte de su familia?
Sí, es posible, porque la tarea que me ha confiado Jesús de ir a todas las gentes por todo el mundo, no la voy a hacer solo, recibiré la fuerza y los medios para llevarla a cabo: “ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba” (Mc 16, 20).
El Espíritu Santo es el protagonista de la misión: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28, 20b). Somos enviados en el Espíritu.
Y, ¿qué puedo aportar yo?, ¿cómo puedo colaborar con el Espíritu Santo?: pues precisamente con lo que soy y tengo: con esa vida frágil y miserable, llena de dudas y de cobardía, egoísta y cómoda, lamentable y decepcionada en numerosas ocasiones.
Pero yo, persona débil y pecadora, puedo decir en voz alta y se puede leer claramente en mi trayectoria vital, que Dios ha estado a mi lado. Nunca me ha abandonado, incluso cuando peor me he portado, mejores caminos me ha ofrecido para que me dé cuenta de cuánto me ama, cambie de rumbo y vuelva a él.
La fuerza de mi testimonio radica en mi debilidad. Ante las dificultades que tengo para realizar la misión encomendada, así me responde el Señor: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad” (2Cor 12,9a).
De forma que yo como S. Pablo presumo de mi debilidad: “Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo” (2Cor 12,9b).
Solo el que se siente débil, pecador y reconoce su limitación, es capaz de confiar en Dios y abrirse a él para que sea su fuerza. El que se cree capaz de hacerlo todo bien por si solo, no necesita la fuerza de Dios y fracasará en su misión.
Para la misión solo tengo que abrirme a la Gracia de Dios, a su Espíritu, que me une a Jesús, de forma que: “vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20a). Así puedo amar con él y desde él: única forma de llevar adelante mi misión “porque sin mi (Jesús) no podéis hacer nada” (Jn 15, 5b).
Por el bautismo y por la acción del Espíritu Santo estamos injertados a Cristo. Nuestra tarea es dejarnos llevar por el Espíritu Santo para vivir y actuar con Cristo.
Para reflexionar:
¿Qué pienso que debo hacer para ser buen cristiano? ¿Qué valoro más en mi tarea como cristiano, mi esfuerzo personal en hacer buenas obras o el ser dócil al Espíritu Santo?