jueves, 19 de junio de 2014

SACERDOCIO DE LOS CRISTIANOS

Si Cristo es sacerdote, profeta y rey, cuando nos bautizamos entramos a formar parte del pueblo de Dios como sacerdotes, profetas y reyes. Por medio del bautismo participamos del sacerdocio común de los fieles.
Cuando somos bautizados, ya nuestra vida se entiende desde Cristo, no se vive por sí sino para Dios, se está al servicio de Dios (que no se puede separar del servicio a los hombres), y ese ofrecimiento de la propia existencia, es nuestro culto, es el ministerio sacerdotal de los cristianos.
El sacerdocio no se realiza como una actividad u ofrenda, sino con una entrega de la propia vida. El ministerio sacerdotal es entregar la propia vida.
Gracias al sacrificio de Cristo, los cristianos también pueden ofrecer un sacrificio de alabanza que va más allá del culto, es tratar de hacer el bien y ayudarnos mutuamente, porque en tales sacrificios se complace Dios.
El culto que el cristiano da a Dios es su propio ofrecimiento como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios.
El cristiano es sacerdote porque convierte su vida en un sacrificio, su vida es una ofrenda a Dios.
El sacerdocio cristiano es el de los bautizados que se identifican con Cristo sacerdotal, es la participación del único sacerdocio de Cristo.
El Concilio Vaticano II habla de la Iglesia como pueblo de Dios: pueblo de iguales estructurado ministerialmente.
Lo que nos hace iguales es la gracia del bautismo, que nos incorpora a la familia de los hijos de Dios y la Iglesia.
La Iglesia está estructurada ministerialmente, pues lo que es común a todos no contradice que existan ministerios al servicio de la Iglesia.
El sacerdocio ministerial tiene su razón de ser en el servicio al pueblo sacerdotal, y se realiza en el servicio de la palabra, de los sacramentos y de dirección de la comunidad.
El sacerdocio común no existe sin la palabra que lo convoca a la fe y sin la participación en los sacramentos de la fe.
Mi trabajo, mi vida, es un culto a Dios, pues si vivo unido a Jesucristo que es sacerdote, todo lo que hago es mediación de salvación, toda mi vida es sacerdotal.
Soy consagrado para Él, mi vida es para Él. Cristo sacerdote y yo unido a Él soy sacerdote.
Para reflexionar:
Soy consciente de que doy culto a Dios entregando mi vida por los demás. ¿Me considero mediador en la salvación del mundo?


lunes, 9 de junio de 2014

ALABANZA DE LA GLORIA DE DIOS



San Pablo en su carta a los efesios nos dice que Dios nos ha destinado a ser alabanza de su gloria. Y, ¿Qué es la gloria de Dios? ¿Cómo nos convertimos en alabanza de su gloria?
Ef 1, 5: “Él (Dios) nos ha destinado por medio de Jesucristo según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado”.
Podemos entender la gloria como la reputación o fama que tiene el que realiza buenas acciones o tiene grandes cualidades, y cuando se lo reconocemos, lo alabamos.
Pero en su sentido original, la gloria hace referencia al mismo ser en cuanto que se manifiesta.
La gloria de Dios es Dios mismo en cuanto que se manifiesta. Y lo que Dios es y a su vez brota de su propia vida íntima es su bondad, amor y verdad.
La gloria en principio es descendente, va de Dios al hombre. Dios nos da su amor y verdad, y ante esta gracia que recibimos nos llenamos de Dios, participamos de su vida y le respondemos libremente dándole gracias y convirtiéndonos en alabanza de su gloria, es decir, manifestando en nosotros su amor, su verdad y su bondad.
La gloria de Dios es que el hombre viva con la vida verdadera: que participe de la vida trinitaria. O lo que es lo mismo, la gloria de Dios busca nuestra salvación.
Se trata de ser buenos y amar como Dios es bueno y ama. Pero como esto no lo podemos conseguir con nuestras propias fuerzas, nos tenemos que transformar, por obra del Espíritu Santo, en la misma imagen de Cristo. Así participamos de la vida trinitaria y, damos gloria al Padre cuando, unidos a Cristo, amamos como él.
A medida que nuestra vida toma el estilo del Evangelio, vamos haciendo nuestra su gloria, nos transformarnos en gloria, en la misma imagen de Cristo.
Ser alabanza de la gloria de Dios es ser sus hijos, participar de su vida y, manifestar y comunicar en nuestras vidas su bondad y su amor.
Dar gloria a Dios es parecernos cada vez más a Dios, unirnos cada vez más a Jesús, para que se manifieste en cada uno de nosotros el amor y la bondad de Dios.
Para reflexionar:
Si por el bautismo participo de la vida de Dios ¿manifiesto en mi vida su amor? ¿Cómo puedo amar y ser perfecto como Dios?