domingo, 30 de diciembre de 2012

PROYECTO DE DIOS



Dios, como creador y consumador del mundo, tiene un proyecto de salvación para el género humano.
Este proyecto de salvación comienza con la creación del mundo, culmina con Jesucristo, y se consuma con la escatología.
La Revelación de Dios nos presenta una historia anterior a Jesucristo, es la historia de la salvación que se narra en el Antiguo Testamento.
Pero el centro de la historia de la salvación y de la teología es la Cristología. Jesucristo es la plenitud de todo el proceso iniciado en la creación.
La creación tiene el objetivo de que aparezca Jesucristo con una misión concreta.
Entre Cristo, culmen de la Revelación, y la escatología, consumación del proyecto de Dios, está lo que fundó Cristo: la Iglesia.
La Iglesia continúa la salvación que Jesucristo ha traído a todas las criaturas, y lo hace a través de la predicación y los sacramentos.
Los sacramentos son la acción por medio de la cual la Iglesia hace presente a Jesucristo con todo su poder en la vida de los creyentes.
La Iglesia, Cristo y los sacramentos son inseparables.
Los sacramentos dan la gracia. La gracia es Dios mismo, es Jesucristo.
La gracia (Jesucristo) la da la Iglesia en los sacramentos, y Cristo nos da el Espíritu Santo que hace que nos configuremos con Él.
Cristo, por medio de la Iglesia y a través de los sacramentos nos da la gracia para vivir en la moral cristiana.
La moral cristiana nos llevará a la caridad, que es la virtud teologal más importante.
Con la caridad, cumpliendo el amor, nos presentaremos delante de Dios al final de los tiempos, en la escatología.
Esta es la secuencia: Dios-Revelación-Cristo-Iglesia-sacramentos-gracia-moral-amor-escatología-Dios.
Para reflexionar:
¿Somos conscientes que Dios tiene un plan de salvación para la humanidad?
¿Vemos continuidad en la revelación del plan de Dios antes y después de Jesucristo?
¿Puede fallar ese proyecto de salvación? ¿De qué o de quien depende?

lunes, 10 de diciembre de 2012

MISA (I)



En la Misa se culmina la acción con que Dios santifica en Cristo al mundo, y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándole por medio de Cristo, Hijo de Dios.
Además, se recuerda en la Misa a lo largo de todo el año los misterios de la redención, por lo que estos se nos hacen presentes.
La Eucaristía es la cumbre de la vida cristiana, por lo que todas las demás acciones sagradas y obras de la vida cristiana, se relacionan con ella, proceden de ella y a ella se ordenan.
En la Misa o Cena del Señor, el pueblo de Dios es reunido bajo la presidencia del sacerdote que hace las veces de Cristo, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico.
En la celebración de la Misa en la que se perpetúa el sacrificio de la cruz, Cristo está realmente presente.
Jesucristo está presente de 4 modos en la Eucaristía:
- En la misma asamblea congregada en su nombre.
- En la persona del ministro, ya que el sacramento del orden le capacita para actuar en persona de Cristo.
- En su Palabra. Cuando se proclama la Sagrada Escritura en la asamblea, es el mismo Cristo el que nos habla.
- De una manera sustancial y permanente, en las especies eucarísticas de pan y vino.
Antes de la misa:
El caminar hacia la parroquia, el prepararse para la misa… es signo de que Dios está llamando. Nos ponemos en movimiento y nos reunimos como respuesta a la llamada de Dios para la asamblea.
Partes de la misa:
La misa consta de 2 partes: la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística.
Están tan unidas entre sí que forman un solo acto de culto. Por ello, el misterio proclamado en la liturgia de la Palabra se hace, en cierto modo presente, en la liturgia eucarística.
Se abre la misa con el rito de apertura y se cierra con el de despedida.
La estructura de la Celebración viene dada por lo que hizo Jesús:
En la primera parte, en la liturgia de la Palabra, se realiza lo que hizo Jesús con sus discípulos: predicación y enseñanza, Jesús “les explicaba las Escrituras”.
En la segunda parte de la Eucaristía, en la liturgia eucarística, la Iglesia hace los 4 gestos que hizo Jesús en la última cena:
- Toma el pan: rito del ofertorio.
- Dijo la bendición: plegaria eucarística.
- Lo partió: rito de la fracción del pan.
- Y lo dio: rito de la comunión.
Jesús dijo: haced esto en memoria mía. Lo que hace la Iglesia es lo que hizo Jesucristo. Cada acción de Jesucristo es un kairós, es decir, un acontecimiento salvador irrepetible por su ofrecimiento de sí mismo al Padre.
Para reflexionar:
¿Somos conscientes que en la Eucaristía participamos del mismo sacrificio del Señor?
¿Partimos de la Eucaristía para poder evangelizar y volvemos a ella para alimentarnos?

MISA (II)



Comienzo de la Misa:
Rito de entrada: va desde la procesión de entrada hasta la oración colecta.
Todos Los ritos de entrada nos ayudan a caer en la cuenta que somos una asamblea cristiana llamada por el Señor.
Preside la asamblea el mismo Cristo presente en el obispo o presbítero, que actúa en persona Cristo cabeza, y todos en la asamblea tienen parte activa, cada uno a su manera.
El canto de entrada nos une en una sola voz y nos ayuda a centrarnos en lo que vamos a celebrar.
El sacerdote se santigua y nos saluda (la oración del sacerdote manifiesta el deseo de la asamblea). Nos dice que estamos reunidos aquí y que nuestro deseo es que el Señor esté con vosotros.
Que el Señor está con nosotros no es sólo declarar una realidad (que Dios está presente en la asamblea), sino expresar el deseo de la Iglesia que está llamando al Señor y éste se hace presente.
Después del saludo todos se disponen interiormente por un acto de conversión a Dios y a los hermanos en el acto penitencial, pedimos perdón a Dios.
Sigue la celebración con el canto del Gloria y la oración colecta.
La oración colecta recoge la oración del corazón de cada uno, y elevamos nuestro corazón, por Cristo, al Padre, haciendo también cada uno suya la oración de los demás.
Termina con el amén, afirmación que hace la asamblea de su oración al Padre en unión con Cristo.
Primera parte: Liturgia de la Palabra:
La liturgia de la palabra la forman las lecturas y la homilía, y en ella la Iglesia hace memoria de la historia de la salvación.
Abarca desde la primera lectura hasta que termina la oración universal o de los fieles.
La oración inicial nos ha recogido en actitud de escucha, y caemos en la cuenta que es Cristo quien habla.
El corazón se abre para acoger la Palabra de Dios y hacerla vida, con la intención de que el sacramento actúe en nosotros, que actúe el misterio salvador que proclama la Palabra. De forma que la Palabra nos va haciendo comprender y desear que, después, al participar en la comunión, Cristo nos atraiga y una a él.
Esta escucha de la Palabra de Dios tiene una respuesta en la asamblea, con 3 elementos:
El primer elemento es la meditación del salmo responsorial. Es acoger haciendo oración lo que se nos ha dicho en la primera lectura.
El segundo elementos es el credo. La profesión de fe es una respuesta a la Palabra de Dios, ya que hemos acogido su Palabra con fe y respondemos diciendo que creemos.
El tercer elemento es la oración universal o petición de los fieles. Es oración de los fieles porque éstos interceden por la salvación del mundo, en función de su sacerdocio bautismal.
Para reflexionar:
¿Acogemos la Palabra de Dios para después vivirla?
¿Formamos una unidad con toda la Asamblea y hacemos nuestra las peticiones de todos?

MISA (III)



Segunda parte: Liturgia Eucarística:
Es el memorial, donde se dan los 4 gestos: ofertorio, plegaria eucarística, fracción y comunión.
Abarca desde la presentación de los dones hasta la oración postcomunión.
Tiene 3 partes:
a) El ofertorio:
Va desde la presentación de los dones hasta la oración sobre las ofrendas.
Tomó pan… tomó el cáliz… La Iglesia enmarca en este rito el gesto de Jesús de tomar pan y vino, para convertirlos en su cuerpo y en su sangre.
En el pan y el vino el Señor ha querido simbolizar su cuerpo y su sangre.
Pero también significan la bondad de la creación: fruto de la tierra y del trabajo del hombre. Dones por los que le damos gracias al creador.
La presentación del pan y vino, y la colecta, forman un todo simbólico: el dinero para el sustento de la vida, y el pan y vino que sustentan la vida, están ganados con la vida de trabajo.
Estos gestos expresan la entrega de nuestra vida en acto de oblación y culto a Dios, que implica caridad para los hermanos, y la unimos a la de Cristo en su sacrificio al Padre por nosotros.
La procesión de ofrendas expresa esa entrega de la comunidad que celebra la Eucaristía.
El sacerdote hace un gesto de ofrecimiento elevando el pan y el vino mientras bendice a Dios. Entonces el fiel ha de elevar el corazón uniéndose a Cristo y se dispone a ofrecerse e inmolarse con él, en el momento de la consagración.
La respuesta amén a la oración conclusiva del ofertorio manifiesta la unidad de la asamblea viviendo todo el simbolismo del ofertorio.
b) Anáfora o Plegaria Eucarística:
Dijo la bendición… Es la oración de bendición a Dios y acción de gracias por la que quedan consagrados el pan y el vino.
Es el corazón y cumbre de la celebración. Es propia del obispo y del presbítero.
La asamblea sólo interviene: con el “Santo”, con la aclamación después de la consagración, y con el amén final.
La plegaria eucarística consta de:
Prefacio: expresa la acción de gracias por nuestra salvación en Cristo. La aclamación del Santo nos une a la alabanza que los ángeles, los santos y la Iglesia celestial cantan sin cesar a Dios.
Epíclesis de consagración: es la invocación al Padre para que envíe el Espíritu Santo y convierta el pan y el vino, en el cuerpo y sangre de Cristo.
Narración de la cena: son las palabras que dijo Cristo por las que el pan se convierte en su cuerpo y el vino en su sangre, hacen presente el sacrificio de la cruz. Son las palabras de la consagración.
En el momento de la consagración, Cristo, presente en el sacerdote por su Espíritu Santo, convierte el pan y el vino en su cuerpo y sangre, y renueva su Misterio Pascual, asumiéndonos a nosotros y a todo su cuerpo Místico con él, en oblación al Padre, para gloria de Dios y salvación del mundo.
En el momento de la consagración nuestra vida está unida a la ofrenda de Cristo, por la que nos ofrecemos nosotros también.
La actitud interna en este momento debe ser de gratitud, adoración, expiación y ofrecimiento.
Después de la consagración, la asamblea proclama el misterio pascual que acaba de acontecer y ansía su consumación en la segunda venida de Cristo.
Anamnesis: expresa el memorial de la Pascua: muerte y resurrección.
Oblación: te ofrecemos el pan de vida y el cáliz de salvación… expresa el ofrecimiento del cuerpo y sangre de Cristo.
Epíclesis de comunión: se pide la acción del Espíritu Santo para que lleve a término en nosotros y en toda la Iglesia los efectos del sacramento de la Eucaristía.
Intercesiones: se expresa la comunión con toda la Iglesia: con la del cielo, la de la tierra, pidiendo por ella, por el papa y por el obispo propio, con quien entramos en comunión con la Iglesia Universal, y con la Iglesia del purgatorio pidiendo por los difuntos.
Doxología: expresa la glorificación de Dios, fin de todo el misterio salvador.
El amén significa la adhesión a todo el acto salvador de Cristo, y el compromiso con él de mantener en la vida la acción realizada en el altar.
c) La comunión:
En el padre nuestro, como preparación inmediata a la comunión, profesamos nuestra condición de hijos y nuestra relación de hermanos.
El rito de la paz expresa la aceptación de la paz que Jesús nos da y la disposición del corazón en paz con todos.
La paz viene desde el altar, de Cristo a nosotros.
La fracción: lo partió:
La fracción es el gesto de Jesús: lo partió. Significa su entrega, nuestra entrega, ya que todos los que comemos del mismo pan formamos el mismo cuerpo de Cristo.
Lo acompaña el canto del “Cordero de Dios”.
La comunión: se lo dio.
La comunión es el cuarto gesto de Jesús: y se lo dio.
Cristo viene en persona con los efectos de la salvación a obrarla en nosotros por el Espíritu Santo. Esto nos lleva a vincularnos profundamente con Cristo, y por él a todos los hermanos.
La oración postcomunión es la que cierra la liturgia eucarística. Suele pedir que confirme los efectos del sacramento.
Rito de despedida:
El rito de despedida consiste en el saludo, la bendición, y el “podéis ir en paz”.
Lo celebrado ha de ser vivido como testimonio de la presencia en el mundo de Cristo Resucitado.
Para reflexionar:
¿Nos damos cuenta de que en la Eucaristía nos ofrecemos, junto a Jesucristo, a Dios Padre?
¿Qué significa para nosotros que Jesucristo venga en persona a nosotros en la comunión? ¿Cambia nuestras vidas?


martes, 9 de octubre de 2012

DIGNIDAD



Todo hombre, por el hecho de serlo, participa de una común dignidad que le permite llegar a ser lo que está llamado a ser: a la verdad de la persona.
Cuando pensamos por qué el hombre es digno, llega un momento en que la razón no puede profundizar más y hay que recurrir a la revelación, y descubrimos que el hombre posee un valor absoluto en sí mismo al ser imagen y semejanza de su creador.
El hombre es un valor absoluto porque es uno y único en su relación con Dios. Dios nos ama como únicos y quiere al hombre como fin, para ese amor le ha creado como uno y único.
La dignidad no la pueden tener unos sí y otros no. El valor descansa en todo hombre en tanto que es hombre, porque su humanidad es ya imagen divina.
El hombre es un ser unitario, no es sólo cuerpo o espíritu, es una unidad, y nos reconocemos como cuerpo y espíritu viviendo.
Una vez que nos hemos reconocido, decimos que la vida nos es dada y nos preguntamos sobre su inicio, ya que lo que está al principio es lo que va a dar sentido a la vida.
Y así, creemos que el inicio de nuestra vida es un acto creador de amor, por lo que si nuestra vida tiene un principio de amor, tendrá un fin de amor.
De las opciones del origen del hombre, la más racional es la que dice que somos criaturas salidas de un acto de amor, llevando la imagen de nuestro creador. El creador se manifiesta en lo creado.
Vemos que el hombre es un ser relacional, y como tal se relaciona constitutivamente con Dios. Es una relación que existe por sí misma porque el hombre ha sido creado por Dios.
Por eso, la vida del hombre es una pregunta y una búsqueda de su creador, y entonces es cuando el hombre descubre que es capaz de Dios.
En la relación con Dios radica la dignidad más alta del hombre. El hombre al tener conciencia de ser creado, busca e intenta dialogar con el que es principio de su existencia.
El hombre también se relaciona con los otros, y esto posibilita que se reconozca y sepa quien es. Y además se relaciona con la creación, que es la que hace posible la alianza con Dios y la relación con los otros.
El hombre se hace disponible, se relaciona y dialoga siendo libre, es digno.
Para reflexionar:
¿Dónde radica la dignidad del ser humano?
¿Se puede ser más o menos digno?
¿Podemos perder la dignidad?

lunes, 1 de octubre de 2012

VOLUNTARIOS DE CÁRITAS



Para ser voluntario de cáritas hay que ser cristiano, pues para tener caridad hay que amar como Dios ama, y esto es una gracia que se nos da cuando somos bautizados. 
Por el bautismo quedamos transformados y unidos a Jesucristo (cristificados), de forma que asimilamos el ser personal de Jesús y tenemos sus mismos sentimientos e igual actitud.
Por eso el voluntario de cáritas siente y actúa igual que Jesús, que es el buen samaritano que se acerca al pobre, al ciego, al pecador… para curar las heridas que puedan tener. 
El voluntario pertenece a una comunidad parroquial para vivir la fe, la esperanza y la caridad, por tanto, debe ser consciente que la acción caritativa está en la comunidad. Todo lo que hace es desde su comunidad parroquial, pues es en donde vive el servicio a los pobres como un proceso de seguimiento a Jesús.
Vive el compromiso de servicio a los pobres como un encargo de la comunidad que ha asumido el amor y predilección por los pobres.
La acción caritativa que desarrolla el voluntario, más que una opción personal es una llamada que se recibe de parte de Dios para seguir a Jesús.
También se debe tener en cuenta que la práctica de la caridad no son sólo decisiones y actos personales del voluntario, sino que hay también una acción del Espíritu Santo que habita en él.
Es necesario que el voluntario de cáritas posea unos rasgos que lo identifiquen como tal: debe tener experiencia de compartir, vivir con austeridad y sencillez, ser cercano a los pobres, estar disponible a la voluntad de Dios, ser generoso y entregarse desinteresadamente.
Además, debe tener el hábito de la oración, y saber que su misión de compromiso con los pobres es un don y un encargo de Dios.
Los grupos de cáritas necesitan mucha oración para ver las cosas con los ojos de Dios y, además de atender y acompañar a los pobres, han de reunirse periódicamente para formarse y revisar lo que van haciendo a la luz del evangelio.
Estos grupos deben realizar una labor informativa y formadora en la comunidad cristiana, pues la respuesta a los pobres es de toda la parroquia.
Se deben buscar más medios, más voluntarios, mejor organización… pero ante todo más fe, más comunicación y confianza con Dios.
Si estamos unidos a Cristo, actuaremos como Él, y cáritas será la acción de Jesucristo en nuestro mundo. Él es el protagonista y los demás sus colaboradores.
Para reflexionar:
¿Quién es el que decide ser voluntario de cáritas?
¿Se puede trabajar en cáritas con cualquier identidad personal?
¿Qué es lo más necesario en los grupos de cáritas?

martes, 25 de septiembre de 2012

FUNDAMENTO TEOLÓGICO DE CÁRITAS



Los cristianos tenemos una vida y fin sobrenaturales que nos lleva a trabajar por amor a Dios y para gloria de Dios (manifestar la bondad de Dios unidos a Cristo). Estos son fines distintos a los de los que no pertenecen a la Iglesia, y es la diferencia entre cáritas y otras ONGs.
La caridad nos la da Dios, nos da su amor. Dios ha amado primero y ese amor nos lleva a amar a Dios, y al prójimo en Dios.
Caridad es participar del mismo amor de Dios, es amar con amor divino. Esto es posible porque por el bautismo hemos sido elevados a participar de la vida de la Trinidad, y esto hace que nuestro pensar y querer se transformen en el pensar y querer de Dios. Nos transformamos en personas nuevas que aman.
El amor que Dios ha puesto en nosotros nos une y hace semejantes a él, nos diviniza, porque queremos lo que él quiere y amamos en su mismo amor. Este es el verdadero amor, que no es impuesto desde fuera sino que nace de nosotros.
Al poseer el amor de Dios, amamos como Dios ama, con su intensidad y con sus características, de forma superior a nuestras posibilidades humanas.
Dios quiere que permanezcamos en su amor y, con ese amor quiere que nos amemos unos a otros. Lo primero es amar a Dios, y porque amamos a Dios hacemos todo lo demás. De nada sirve distribuir nuestros bienes si no se hace impulsado por el amor de Dios. Las cosas que salen del amor, de Dios, dan grandes frutos en el mundo.
Esta unión con Dios nos hace mirar a la otra persona desde la perspectiva de Cristo y ofrecerle la mirada de amor que necesita, pues el amor y la palabra que el otro espera de nosotros es la de Cristo a través de nosotros.
El amor de Dios es la meta, el por qué de todas nuestras acciones, por ello debemos hacerlo todo con caridad porque si no, no vale de nada. Dios nos examinará del amor.
No podemos amar a Dios a quien no vemos si no amamos al hermano al que vemos. Amor a Dios y al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. La caridad es una, y es la que nos hace vivir la vida de Dios. La santidad está en la perfección de la caridad.
Además, Cristo se hace objeto de nuestra caridad con los hermanos: Es el “lo que al otro hiciste, a mí me lo hiciste”.
La caridad se ejercita en medio de la sociedad para ordenar las realidades terrenas según el proyecto de Dios, busca una sociedad en la que todos nos amemos. Por eso no decimos que hay que dar al otro lo suyo, sino que nos hacemos prójimo y nos damos al otro.
Para reflexionar:
¿Por qué no nos sirve lo que se hace sin caridad?
¿Cuál es el amor verdadero?
¿Qué hacemos por los demás?

lunes, 24 de septiembre de 2012

BIENAVENTURADOS LOS PACÍFICOS



Mt 5,9: Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán ellos llamados hijos de Dios.
El Señor promete a David que le nacerá un hombre pacífico que en sus días concederá paz y tranquilidad a Israel, y que será para mí un hijo y yo seré para él un padre (1Cro 22, 9ss). Hay relación entre filiación divina y paz.
El que se presenta como Hijo de Dios debe traer paz, ya que establecer la paz es inherente a la naturaleza del ser Hijo.
En cambio, el que predica violencia nunca puede venir de Dios.
Jesús aparece como Hijo de Dios, por lo que tiene que trabajar por la paz más que nadie, es el príncipe de la paz, el que derriba todas las diferencias y establece la paz en toda la humanidad.
S. Pablo nos dice que nos reconciliemos con Dios. La enemistad con Dios es el punto de partida de toda corrupción del hombre, por lo que hay que superarla para conseguir paz.
El daño principal que podemos sufrir los humanos es separarnos de Dios, pues entonces nos desorientamos e imponemos nuestros criterios al mundo.
Si el mal de la humanidad es separarse de Dios, el principio del bien es reconciliarse con Dios, y esto produce una gran paz interior.
Sólo el hombre reconciliado con Dios puede estar también reconciliado y en armonía consigo mismo, tiene paz, y puede establecer la paz fuera de sí mismo.
Para la paz del mundo, lo primero que debemos hacer es reconciliarnos con Dios, para así tener paz, y luego con la fuerza de Dios trabajar por la paz.
En cambio, si el hombre pierde de vista a Dios fracasa la paz y predomina la violencia.
Que haya paz en el mundo es voluntad de Dios, y por tanto, tarea nuestra, pero no se puede imponer por violencia o miedo.
La promesa es que los que trabajan por la paz son llamados hijos de Dios. Estas 2 cosas van unidas esencialmente.
Esta bienaventuranza nos invita a ser y a realizar lo que el Hijo hace, para así llegar a ser hijos de Dios.
Para reflexionar:
¿Cuál es el camino para poder trabajar por la paz?
¿Transmitimos paz a los que nos rodean?
¿En nuestra vida predominan las discusiones y las disputas por imponer nuestros criterios, o la armonía y la cordialidad en el trato con los demás?

miércoles, 19 de septiembre de 2012

MILAGROS


Hoy los milagros cuestan de aceptar. Pero los historiadores reconocen que Jesús realizó obras prodigiosas o actividades portentosas. No se puede presentar la figura de Jesús sin milagros.
Jesús hizo milagros, forman parte de su misión y aclaran su misterio, ya que en ellos la gente sentía una presencia visible del poder de Dios unido a la persona de Jesús.
Los evangelios sinópticos para describir los milagros utilizan las palabras fuerza, poder, potencia…. que una fuerza poderosa salía de dentro de Jesús, es la fuerza y el poder de Dios. No explican el milagro, exponen el hecho en sí tal como lo vivió la gente. En cambio el evangelio de Juan utiliza la palabra signo para dar a entender que ese milagro tiene un significado.
El milagro es obra de Dios y es una manera de mostrar la identidad de Jesús. Por eso cuando los discípulos del Bautista le preguntan si es el Mesías, Jesús contesta que los ciegos ven, los cojos andan… Jesús alude a los milagros que son signo de su identidad mesiánica.
El milagro de la curación del paralítico es descrito en los 3 evangelios: los que llevan al paralítico entran por el tejado, se lo dejan delante de Jesús y se van, no dicen palabras.
Jesús se acerca al paralítico y le perdona los pecados, no pasa nada más. La reacción del paralítico, de los amigos y de la gente ¿cómo debió ser?, no vieron nada.
Sólo reaccionan los fariseos, que entienden perfectamente la frase de Jesús, y dicen que perdonar los pecados sólo lo puede hacer Dios.
Entonces Jesús pregunta ¿qué es más fácil perdonar o curar?, aquí está el sentido, pues añade a continuación, para que veáis que tengo poder para perdonar los pecados, te digo, levántate y vete a tu casa.
Jesús no dice que es Dios, lo dicen los fariseos, es un milagro que muestra la identidad de Jesús.
No se puede decir que milagro sea aquello que se escapa al curso ordinario o a la observación de las leyes de la naturaleza.
En el milagro, mediante la intervención inmediata y sanante de Dios, la naturaleza es potenciada y revive. Hay una intervención sobrenatural de Dios.
En el milagro Dios no realiza algo que va contra la naturaleza, sino que potencia las leyes de la naturaleza y de la creación, el milagro es un acto creador de Dios.
Si tras el milagro el ciego ve, es porque existe esa capacidad en los ojos para ver, aunque en esa persona en ese momento estaba obstaculizado. Se puede explicar científicamente por qué antes no había visión y ahora sí, lo que no se puede explicar, y por eso escapa a la ciencia, es por qué ha habido ese cambio.
El milagro siempre escapará a nuestro conocimiento, pero no se contradice ni se opone a la explicación científica.
Jesús realiza los milagros cuando la persona tiene fe, o para aumentar la fe, no los hace a las personas que no tienen fe.
Si no presupone la fe o no causa la fe, no es milagro. El milagro sirve para el que tiene fe, para el que no tiene fe lo sucedido es sólo algo sin explicación.
El mayor milagro es la fe. Pero desde la fe ya no se necesita milagro. La fe cura, la fe es milagrosa.
Para reflexionar:
¿Somos capaces de captar las intervenciones sobrenaturales de Dios en nuestra vida?
Con la fe ¿somos capaces de ver milagros en nuestra vida cotidiana?
¿Pensamos que si se dieran más milagros se tendría más fe?

lunes, 17 de septiembre de 2012

LITURGIA


La salvación del hombre, proyectada y revelada por Dios Padre es un misterio, primero fue anunciada y preparada por los profetas, luego se cumple en Cristo, para posteriormente darse a conocer por la predicación de los apóstoles a través de la Iglesia, gracias a la acción del Espíritu Santo.
La liturgia la comprendemos mejor desde esta perspectiva, ya que estamos en la tercera y definitiva etapa de la historia de la salvación, en el tiempo de la Iglesia o del Espíritu Santo, donde Cristo manifiesta, hace presente y comunica su salvación.
En este tiempo, la presencia de la salvación en medio de los hombres no cesa, y se produce mediante la fe y la incorporación personal al misterio de Cristo por medio de los sacramentos.
Igual que Cristo fue enviado por el Padre, él mismo envió a los apóstoles para que realizaran la obra de salvación mediante los sacramentos: mediaciones por las que actúa y se hace presente Cristo resucitado.
El Cristo que realiza la salvación está presente y actuando en la liturgia, confiere a esta una eficacia salvadora. La Iglesia anuncia y realiza la salvación, hace lo mismo que hizo Jesucristo.
Cristo instituye el memorial de su muerte y resurrección para redimirnos, se lo entrega a la Iglesia, y en ella, el Espíritu Santo nos descubre el significado salvífico de este misterio, lo hace presente, y nos introduce en él a través de la liturgia.
En cada celebración litúrgica, la muerte y resurrección de Jesús que ocurrió de una vez para siempre, se hace memorial: se actualiza y se hace presente ese acontecimiento a través de los sacramentos, y toda la Iglesia ejerce el culto público íntegro a Dios.
Basta la fe y la celebración de la Iglesia para entrar en esa corriente de salvación.
La liturgia no son ceremonias o ritos externos, sino que nos lleva a contemplar y celebrar el misterio pascual de Cristo, y su finalidad es la santificación de los hombres y el culto al Padre.
La liturgia es la presencia de la salvación en la historia, ya que a través de los sacramentos nos inserta en el misterio pascual de Cristo, que es lo que nos redime y nos salva.
Para reflexionar:
¿Somos conscientes que la Iglesia a través de la liturgia (leer la Palabra, orar, consagrar…) hace presente el misterio pascual de Cristo (su muerte y resurrección), que es lo que nos salva?
¿Vemos a través de los signos litúrgicos la manifestación visible de Cristo que sigue actuando en los sacramentos?
¿Nos lleva la liturgia a nuestra santificación: participar de la vida de Dios, estar en comunión con Él?
Si la Iglesia realiza la salvación por estar Cristo actuando en ella por la acción del Espíritu Santo ¿fuera de la Iglesia hay salvación?

sábado, 15 de septiembre de 2012

MISERICORDIA


Lc 17,11-19: Jesús va de Galilea a Jerusalén, se le acercan 10 leprosos y le dicen a distancia: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.
Jesús les dice que vayan a presentarse a los sacerdotes, y de camino quedan limpios. Uno, al verse curado, se volvió a Jesús a darle las gracias. A este le dice: vete tu fe te ha salvado.
Los leprosos le piden a Jesús compasión.
La compasión es un sentimiento por medio del cual nos ponemos en el lugar del que sufre y compartimos su dolor. Es sentir dolor por el sufrimiento que estamos viendo, padecer con el que sufre.
Los leprosos le piden a Jesús compasión porque esperan algo de él (limosna, comida…). La fe que tienen en Jesús no llega a más.
Jesús no se limita a compadecerse, tiene misericordia.
La misericordia se da cuando actuamos al sentir compasión. Es activa, es la compasión en acción, el amor puesto en práctica.
Jesús siente compasión y actúa con misericordia. Ante esa situación, al sentirse conmovido, entra en acción y trata de cambiar la situación.
Los leprosos tras el encuentro con Jesús quedan limpios, pero sólo uno se ve curado, éste vuelve alabando a Dios, y se echa a los pies de Jesús dándole las gracias.
El curado ha visto la presencia y la misericordia de Dios que le curó y perdonó, por eso vuelve para dar gracias a Jesús al que reconoce como Mesías. Pero no sólo ha quedado limpio y curado, ha quedado salvado al reconocer el auténtico salvador.
Mt 18, 23-35: Mateo cuenta la parábola del siervo al que se le perdona toda la deuda y él no es capaz de perdonar una cantidad pequeña. El dueño cuando se entera de esto, lo mete en la cárcel hasta que pague todo. Esto lo argumenta Mateo diciendo: ¿no debiste tener compasión con tu hermano como la tuve yo contigo?
El cristiano parte de la experiencia de haber sido perdonado de su vida pasada sin haber hecho méritos, ha sido transformado en una criatura nueva.
Dios empieza por darnos la misericordia que nos lo perdona todo, y cuando ya la tenemos, quiere que la practiquemos con los demás, que sea una actitud permanente en nuestras vidas.
Por eso, en el juicio final se nos juzgará de la misericordia que hayamos practicado con los demás.
El misericordioso es el que se conmueve por dentro ante las necesidades de los demás y le ayuda.
Por misericordia Dios Padre pone en su corazón nuestras miserias, y quiere que nosotros actuemos igual, que hagamos nuestras las miserias y sufrimientos de los demás, sintamos compasión y actuemos para ayudar a cambiar esa situación de sufrimiento.
Para reflexionar:
Sin sentirnos amados y perdonados, difícilmente podremos amar y perdonar ¿Percibimos la misericordia de Dios, su actitud constante de amor y perdón hacia nosotros?
El sufrimiento ajeno ¿lo vivimos como propio? ¿nos conmovemos de forma que llegamos a padecer con el que sufre?
Lo que hacemos por los demás ¿es siempre por amor?
Si tuviésemos compasión y misericordia ¿también nosotros curaríamos y salvaríamos?

viernes, 14 de septiembre de 2012

BIENAVENTURADOS LOS MANSOS


Mt 5,4: Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Mansos son los sufridos, los humildes, los pobres de Dios. Son los que confían en Dios, reconocen y aceptan sus limitaciones, no miran a nadie por encima del hombro, saben que su misión es servir y viven para los demás. No son por ello conformistas o cobardes.
En el libro de los Números aparece Moisés como un hombre muy humilde, el más humilde de la tierra. Si Jesús es el nuevo Moisés, le tiene que superar en humildad, por eso dice de sí mismo que es manso y humilde de corazón.
En la profecía de Zacarías se dice: alégrate hija de Sión… mira a tu rey que viene modesto cabalgando en un pollino… dominará a las naciones de mar a mar.
Zacarías nos viene a decir que a Jerusalén va a llegar un rey pobre, que no gobierna con poder político o militar, que es humilde y manso ante Dios y los hombres, que entra en un burro, y que va a establecer la paz en todo el universo, de mar a mar, a todas las naciones.
Esto se cumple cuando Jesús entra en Jerusalén humilde montado en un asno.
La palabra mansedumbre nos descubre la esencia de la realeza de Jesús, y nos llama a seguir a Aquel que entrando en una borrica nos manifiesta cómo es su reinado. Es un rey humilde que nos da confianza para acercarnos a él.
La promesa para los que son mansos es que heredarán la tierra.
Tierra y libertad van unidas, si no hay tierra no hay libertad.
Cuando el pueblo de Israel está en Egipto reconocen que son esclavos porque no tienen libertad para adorar a Dios y celebrar el culto.
Los judíos tenían unas promesas heredadas de Abraham de ser el pueblo elegido por Dios, se les promete una tierra para que sea un lugar de obediencia, un espacio abierto a Dios para liberarse de la idolatría.
Por eso quieren una tierra, para relacionarse con Dios y darle el culto debido sin mezclarse con el culto a otros dioses.
Posteriormente en el destierro de Babilonia descubrieron que se le puede dar a Dios culto en cualquier sitio. Se va profundizando en la idea de la tierra cada vez menos relacionada con la posesión nacional y cada vez más con el derecho universal de Dios sobre el mundo.
El mundo debe ser la tierra del rey que llega en un borrico, del rey de la paz, por eso pertenece a los humildes y a los mansos. Ellos heredarán la tierra de Dios, tierra donde abunda la caridad, el gozo, la unidad, la generosidad, la verdad, la paz…
Mansos son los que quieren relacionarse bien con los hombres y con Dios, por eso se les promete la tierra, un lugar de relación con Dios y con las personas, en paz y para siempre.
Para reflexionar:
¿Hemos descubierto que el rey que nos debe gobernar y al que debemos seguir, es aquel que viene humilde y manso en una borrica?
¿Nuestra relación con Dios y con los demás se basa en nuestra suficiencia y méritos, o en sentirnos limitados y pequeños ante Dios?

jueves, 13 de septiembre de 2012

INFIERNO


Los infiernos era el lugar de todas aquellas almas de los que murieron justos, pero estaban esperando la resurrección de Jesús.
Jesús desciende a los infiernos cuando muere, está con los muertos y se los lleva con Él a la divinidad, crea el cielo, y en los infiernos se quedan los que no fueron justos.
Para el hombre Dios sólo ha creado la salvación, es lo único que Dios ofrece al hombre. Dios ha creado el cielo, no el infierno.
Dios ha creado al hombre no para que éste decida ir al cielo si es bueno o al infierno si es malo, sino que Dios nos ha creado para el cielo. Quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Todo lo que Dios ha creado es bueno, y  ha creado al hombre para que esté en comunión con Él, ha querido unir a todos los hombres en y por Jesucristo, en Él.
No se puede decir que el hombre tiene 2 caminos, uno que va al cielo si es bueno y otro que va al infierno si no es bueno. No hay 2 principios, el del bien y el del mal. Sólo el del bien.
Dios nos crea a su imagen y semejanza, libres, con capacidad de decisión y de construir nuestra vida, y nos ha puesto todos los medios necesarios para que elijamos el bien.
Dios quiere que vayamos hacia Él, pero podemos autoexcluirnos de ese camino hacia Dios, eso es el infierno. El infierno no es un lugar, es la decisión de romper con Dios.
El hombre crea el infierno desde el momento que se autoexcluye de la comunión con Dios.
Cuando usamos nuestra libertad para autoexcluirnos de la comunión de vida con Dios, estamos eligiendo el infierno y, Dios reconoce y respeta esa decisión.
Esto en teología se llama pena de daño: no ver a Dios al no estar en comunión de vida con Él por haberlo rechazado voluntariamente.
Hay textos bíblicos en los que Jesús habla del fuego que no se apaga, del rechinar de dientes… Es la pena de sentido. Dios nos ha creado sin contar con nosotros, pero no nos salva sin contar con nosotros.
El infierno es el rechazo al amor y piedad de Dios, no es algo que viene de fuera (creado), es algo que elegimos desde dentro, lo crea el propio condenado.
En el infierno están los que han elegido estar allí, pues la perdición se da donde el hombre libremente rechaza a Dios.
Somos pecadores por debilidad y le pedimos a Dios misericordia (esto es lo que quiere Dios de nosotros), y Él nos da a cada uno de nosotros la suficiente gracia para salvarnos.
Dios ha puesto un nivel mínimo para salvarse: lo que hicisteis con uno de estos pequeños, a mi me lo hicisteis. Para salvarnos, basta ser solidario con las demás personas, ayudar a los que lo necesiten.
Por eso el infierno no es sólo negar a Dios y rechazar su misericordia, es también negar al hermano y no ser solidario con ellos, hasta el último día.
Para reflexionar:
¿Nos damos cuenta que estamos creando nuestro propio infierno cuando rechazamos a Dios y nos separamos de los demás?
¿Valoramos que lo único que Dios quiere para nosotros es que nos salvemos, es decir, que vivamos siempre en comunión con Él?